El contorno familiar es sin duda uno de esos temas ampliamente explorado en el cine vinculado a la mafia (de cualquier tipo), un rasgo que se percibe ya en piezas capitales del género, y que Julien Colonna explora en su debut en una personal y particular ramificación: la de ese personaje que no posee una relación directa con los vaivenes, ‹vendettas› y ramificaciones que van tomando forma a través de las distintas relaciones de los personajes. En efecto, más allá del contexto, enmarcado en la mafia corsa, el debutante no descubre nada al trazar los lazos íntimos de Lesia, una adolescente que convive en un extraño (para ella) clima donde se dirimen los distintos asuntos que lleva a cabo su padre, a la postre jefe del clan, con el resto de miembros de este y de la propia familia. En este sentido no se atisba novedad alguna en la película, que orbita acertadamente alrededor de la mirada de la protagonista, y si bien prescinde de su punto de vista en secuencias muy concretas, todo se percibe desde una perspectiva desencajada en el marco propuesto por Colonna, entre otras cosas por, en no pocas ocasiones, la incomprensión de todo aquello que sucede o pasante sus ojos, incapaz de ser comprendido y, ante todo, absorbido en una edad que ya de por sí comprende suficientes cambios.
No es que, sin embargo, Colonna plantee Le royaume ni mucho menos desde los rasgos de la ‹coming of age›, pues se pasa de puntillas por todo aquello relacionado con la adolescencia de Lesia y dichos cambios, cuando no se ignora directamente: al fin y al cabo, la intención del cineasta no va ni mucho menos en la dirección de ver cómo un marco, digamos, desfavorable para el desarrollo de dicho carácter adolescente, choca con todo lo que este desarrollo comporta. El propósito pasa más bien por dotar de un intimismo las veces desacostumbrado a la relación entre un padre y su hija, siendo todas esas reglas y circunstancias que atañen al mundo de la mafia aquello que se interpone en un lazo afectivo que debería ser elemental.
Le royaume se forja de este modo a través de una serie de parámetros dramáticos que son los que dotan de cierta dimensión al vínculo entre ambos, pero al mismo tiempo tampoco renuncia a su veta thriller, desde la que articula tanto una interesante discursiva —pues recoge en torno a esa violencia descarnada un universo que renuncia a la humanidad que se sustrae en otros ámbitos del relato— a la par que recoge una tensión que se va mascando en determinados momentos, pero solo se materializa desde el género.
Donde crece, no obstante, el film de Colonna, es en el trazo de las situaciones que hacen colisionar el mundo de la joven protagonista con el que habita y jerarquiza su padre —a destacar esa escena de montaje paralelo donde un día de caza arroja, en apenas apuntes, luz sobre la naturaleza y la relación de Lesia con el contexto en que se mueve—, y en especial donde esa faceta íntima se consagra dando pie a alguna que otra secuencia que, sin necesidad de llegar a lo emotivo, glosa a la perfección los vericuetos de un vínculo que no requiere de complejidad o ambigüedad para ser profundo, solamente de una sinceridad que, con poco, consigue desarmar.
Larga vida a la nueva carne.