Alain Guiraudie mostraba en El Desconocido del lago una manera de mostrar la sexualidad en el cine que podría resultar impactante por su carácter libertario, desencotillado y sin voluntad de provocación, pero sobre todo como falso contexto de la situación. Sí aparentemente estábamos ante una suerte de “cine necesario” denunciando el enmascaramiento hipócrita de las relaciones homosexuales en realidad esto no era más que una bomba de humo (sabiamente utilizada) para ejecutar un preciso thriller que bordeaba incluso el terror más genérico.
Algo similar sucede con su film previo, Le roi de l’evasion, donde estos elementos ya estaban presentes. Siempre interesado en esa Francia rural, pero a las puertas de lo urbano, el film se centra en los recovecos, en esos bosques, carreteras escondidas y desvíos rurales donde, curiosamente bajo la fachada de un cierto tradicionalismo conservador se cometen los actos más libres, más sexualmente desenfrenados. ¿Película pues de temática sexual? Pues sí y no. Cierto es que la idea de la ambivalencia en la orientación sexual, los prejuicios contra los homosexuales y una querencia por la filmación sin tabúes de cualquier relación erótica planean sobre el film pero, una vez más, esto no es sino la cortina que se nos pone delante para explorar otros territorios.
Cercana a la comedia delirante, Le roi de l’evasión es un canto a la libertad de elección, del amor libre traspasando cualquier convención de género y edad. Una película que versa, como su título indica, en el ansia de escapar no solo de las convenciones sociales sino de la prisión que uno mismo puede generarse a través de dichas convenciones. Sí, esta es una fuga de todo y de todos, hasta de uno mismo. Una carrera que parece no tener fin, un punto de fuga impreciso cuya meta final no es otro que la propia toma de consciencia personal.
Para ello Guiraudie se sirve de una narración frenética que, por momentos, se puede vincular a un humor tan irreverente y tosco como el de Benny Hill. Sin embargo no se trata de caer en el esperpento fácil de la persecución desbocada, hay tiempo para la pausa, la reflexión, el diálogo irónico y un manejo del tiempo que oscila entre el tempo reposado de un Jacques Tati y las elipsis más desconcertantes donde lo onírico y lo real se confunden, dotándose todo de un atmósfera de extrañeza, de irrealidad tan palpable como convincente.
Le roi de l’evasión es en definitiva un mise en place del estilo de su director. Un test sobre como colocar las piezas de su entramado formal, del tono a adquirir del resultado a mostrar. Todo ello no es óbice para destacar que, si bien no llega a los niveles de perfeccionamiento de El desconocido del lago sí se aproxima en cuanto consigue plasmar de forma eficiente todos sus objetivos sean a nivel temático como a nivel de cómo realizarlo. Un film pues que puede producir cierta sensación de extrañeza, de desorientación e incluso anarquía, pero que en el fondo sabe perfectamente cuál es su meta: reivindicar la libertad y nada mejor para ello que serlo, libre sin ataduras.