El relato de la cineasta Alice Rohrwacher nos sumerge en una tierra de nadie, donde una familia vive en los márgenes de la sociedad de consumo, en la frontera que comparten Italia y Suiza, hablando hasta tres lenguas sin ningún tipo de conflicto.
Es una familia que ha sacrificado las comodidades por el trabajo duro. La cámara no aplaude ni condena este hecho, es el espectador quien decide, aunque en última instancia la película no se explica por ello. Podríamos entenderlos como un grupo de inconformistas, o incluso de anarquistas, más que como unas personas atrasadas y ancladas a una vida pasada.
Así empieza la película, con un padre que marca los ritmos de la casa, donde es ayudado sobre todo por la hija mayor, Gelsomina, una chica entrando en la adolescencia y que lleva por dentro una guerra interna. Una batalla que no se explica solamente entre lo nuevo y lo viejo, si no una aceptación de su feminidad que nadie parece ver ni comprender, tan sólo la diosa de la belleza del lugar (Monica Bellucci, un papel con toda la intención del mundo). Es esa lucha silenciosa el auténtico motor de la historia. Y del cambio, porque todo acaba cambiando.
Gelsomina y sus tres hermanas pequeñas (no hay varones más allá del padre) viven aisladas de todo y trabajando duro. Pero de eso no va la peli, vuelvo a remarcar. Ocurren dos detalles que harán crecer a Gelsomina como mujer; la primera es el encuentro fortuito con la diosa de la belleza que rueda un anuncio para un concurso del lugar. Ella se muestra encantada a participar pero el padre no lo ve tan claro. Lo segundo es la llegada de Martin, un chico de 14 años que llega por un programa de reinserción juvenil. No habla, no acepta abrazos y no entiende el italiano.
Estas dos subtramas harán que la película fluya hacía un final que cala hondo, llena de sensaciones y donde Gelsomina acabe por terminar su viaje a la edad adulta como mujer. Es una historia del cambio, que inevitablemente, nos llega a todos, y de la resignación ante él después de su guerra externa por parte del padre.
Y es que por mucho que el padre y en menor medida la madre huyan del nuevo mundo, este no acabará con ellos, si no será desde dentro que terminen conquistados, de forma interna, por una chica que queda claro es mirada como el futuro por el padre. Un padre que trata a su hija mayor como un el hijo mayor que siempre deseó tener para ayudarle en el trabajo.
Puede que parezca una obra muy discursiva. Para nada. Durante la mayor parte del tiempo seguimos a Gelsomina en sus quehaceres diarios, trabajando produciendo miel y cuidado o peleando con sus hermanas. Nos quedamos absortos en la manera sencilla y natural que tiene la directora en mostrarnos un mundo que intuimos duro, pero no cruel, plasmando su punto de vista. El padre, en su ceguera, sigue sin entender el crecimiento y el cambio que se está produciendo en su hija. Ella no seguirá sus pasos, y no lo ve.
Es interesante constatar que viven una vida alejada de nuestra sociedad, en una especie de comuna anarquista donde disfrutar de la libertad, y sin embargo se acabe siendo tan profundamente conservador en todo lo referido a la hija. Pero el cambio sobrevuela todo el relato, como ese momento que regresa un viejo amigo de la familia, y se queja irónicamente que ahora todo es orden en la casa, no como antaño. Incluso señala que Gelsomina ya no es una niña, para estupor del padre, que no entiende como alguien puede hacer ese comentario de su hija.
Pero irremediablemente hasta el progenitor debe abrazar el cambio, aunque no con alegría, y tras una estupidez por su parte que podríamos resumir en creer que su hija sigue siendo una niña pequeña y desperdiciar el dinero del que disponía, se disponen a participar en el concurso de las maravillas, que transcurre en una isla llena de misticismo cercana.
Será allí donde la batalla interna de Gelsomina se decante por un bando, donde las subtramas acaban por encontrarse y donde finalmente, el padre cae derrotado. Por su hija, por el cambio. Sólo queda la resignación. El cambio. La huida.
Estamos ante un pequeño milagro, con una cámara que captura los rostros de sus personajes, huyendo de los planos abiertos, que nos muestra la cotidianidad de un mundo desconocido por los urbanitas, consistente en el trabajo y el sacrificio, y donde se demuestra que la feminidad crece en cualquier parte sin necesidad de bombardeos constantes de consumismo, sino como algo natural y de la naturaleza misma.
Una historia de crecimiento. De cambio. De resignación.