A pocas horas de la clausura de Cineuropa, luego de la proyección de casi 300 títulos durante tres interminables semanas de cine, el marcador del premio del público reflejaba una enorme disparidad entre las votaciones a cada cinta en estreno. La mitad de las películas en Sección Oficial no han despertado mayor entusiasmo y son puntuadas por debajo del 7 (Rester vertical, Une vie, The Happiest Day of Olli Mäke, Sieranevada, Safari, Personal Shopper, Nocturama, O Ornitólogo, Ma loute o Lady Macbeth), mientras otros títulos, directamente han sido incapaces de rebasar el aprobado para el público compostelano: Malgré la nuit, Les fils de Joseph y Los ausentes.
Por supuesto hay grandes ganadoras —que revisaremos en una posterior reseña en cuanto concluya el festival—, pero más en otras secciones que en la estrictamente Oficial. Entre ellas La pazza gioia y The Handmaiden. Y otras tantas, que parecen oscilar en un limbo entre el conformismo y la corrección sin más alardes o habilidades que destacar.
Le fils de Jean de Phillipe Lioret es uno de los mejores ejemplos de este último patrón de cintas sin gloria ni pena que no se sabe muy bien por qué están junto a las verdaderamente buenas películas de este programa. No se puede decir que haya gustado; tampoco disgustado. Lo realmente difícil es destacar algo sobre ella. Un drama familiar, como tantos se han visto en las pantallas durante estos días, sobre la búsqueda de la identidad propia. Y otra de las propuestas francesas en un año dominado por títulos llegados de aquel país.
Mathieu (Pierre Deladonchamps) es un treintañero parisino separado y padre de un niño que nunca conoció la identidad del suyo. Descubre a través de una llamada que este acaba de fallecer, en Canadá, enterándose además de la existencia de dos hermanos varones. También sabrá que su padre biológico quiso hacerle entrega de un paquete antes de morir. Mathieu decide viajar a Quebec con natural curiosidad por conocer a su familia y asistir al funeral pero manteniendo en secreto su identidad y la relación filial con el difunto. Pierre, viejo amigo del padre, tratará de ayudarlo.
El octavo largometraje de Philippe Lioret —quien fuera segundo clasificado con Welcome en Cineuropa 2009— cuenta entre su reparto con Gabril Arcand en el papel de Pierre y de Marie-Thérese Fortin (el más destacable) en el de su esposa. Sin ningún tipo de sobresalto, giro forzado o efectismo, con mucha calma y dosificando de manera muy acertada el goteo de información, se desvelarán viejos asuntos sobre la paternidad de Jean, la historia del encuentro entre aquel padre desconocido y la madre de Mathieu y, el tipo de relaciones más o menos tensas y conflictivas que se darán entre (y con) sus hermanos recién descubiertos. La decepción al conocer a estos provocará un mayor acercamiento entre Mathieu y Bettina (Catherine de Léan), hija de Pierre.
La película, que se estrenará en marzo en España, está tratada de forma intimista, en clave familiar y con un nivel de diálogo y expresividad entre cotidiano y cercano, sin ningún ansia por perderse en el drama. Le cuesta entrar en faena y enganchar un ritmo que ate al espectador a la butaca. Quizás la contenida interpretación de Deladonchamps poco ayude a insuflar ánimos a una historia en principio interesante a la que sin embargo le cuesta despertar mayor interés por mucho que recurra a un giro final que a su vez no es difícil imaginar. Es cierto que se trata de una búsqueda enigmática sobre un pasado y una identidad. Y también que su director apuesta por la emoción contenida antes de inspeccionar demostraciones sensibleras. Pero le falta fuerza, le cuesta sintonizar con el público quizás por alejarse demasiado de las verdaderas reacciones humanas. Es una película narrativamente débil, que carece de efusividad, para bien y para mal —porque no utiliza giros falsos o ganchos tramperos, pero que tampoco tiene alma—, y principalmente, de una interpretación protagonista con la que empaticemos. O que al menos asome un atisbo de pasión o vida. No se trata de que su estructura y guión sean sencillos sin más. Eso no es un demérito. Pero sí lo es la apatía del director y actores —en general todos—, por contarnos y atraparnos en su historia.
En definitiva, no hay alarde que hacer sobre Le fils de Jean pese a la buena reputación de su director en Francia y a que realmente no ha disgustado al público, quizás porque éste suele decantarse por historias y estructuras sencillas. Está bien hecha, sus piezas encajan y no engaña. Pero Le fils de Jean está narrada desde una simplicidad tan esquemática, que en eso se queda, ofreciendo la impresión de no haber sabido desarrollar las ideas de su guión, presentadas por trazos demasiado huecos. Es una cinta cuyas características no están a la altura de otras en competición y de la que como insistimos, poco se puede realzar más allá de su corrección.
Al ver reflejadas las puntuaciones del público del festival, parece evidente que en Sección Oficial, más de la mitad de las películas sobran para el aforo de Cineuropa. Y que rellenar el programa hasta los topes no tiene mayor sentido cuando se trata de productos corrientes como este. Otro caso de entre los varios que hemos visto de películas que han arrancado sin fuerza y sin encontrarse o definirse a sí mismas.