Jérôme Bonnell, joven director francés, nos regala en la que es su primera película después de 3 cortometrajes —uno de ellos muy interesante llamado Liste Rouge— un pedacito de vida, una ópera prima fresca, divertida, a veces algo dolorosa y muy bien dirigida. La chignon d’Olga (2002) se mueve por el terreno de la comedia gran parte de la cinta pero con toques dramáticos que van salpicando en los momentos justos, en los instantes en que una pareja interpretada por Nathalie Boutefeu y el debutante Hubert Benhamdine nos regalan miradas o gestos de complicidad, consejos mutuos, abrazos y amistad.
La película comienza cuando Julien (Hubert Benhamdine) un adolescente bastante tímido y reservado se enamora perdidamente de Olga, la dueña de una librería de París mayor que él. Julien vive con su hermana Emma —que no sabe si es lesbiana o no—, su hermano pequeño —que casi siempre que lo vemos está frente a la televisión viendo El circo de Charles Chaplin— y con su padre, pero no con su madre que murió hace tiempo. Alice (Nathalie Boutefeu) la mejor amiga de Julien mantiene una relación –algo dispersa– con un chico llamado Grégorie. Estos dos personajes, soporte de los 90 minutos de la cinta, confluyen en un mismo punto ya que están enamorados de alguien imposible de acceder que bien o por falta de atención o por despreocupación no serán correspondidos y que Bonnell nos retrata de manera excelente, atormentados e inseguros. De tantas cintas sobre historias de amor podría decir que ésta es una de las más sencillas y cercanas que he visto, quizá que el actor Hubert Benhamdine sea debutante ayuda en parte porque sus gestos para con Alice son tímidos, pudorosos y se nota cierta magia, como si no hubiera una cámara delante. Asistimos también en este debut en el largometraje de Bonnell al tormento que está pasando el padre de Julien, que vive una relación esporádica con la mujer de un amigo y que en dos pinceladas nos dibuja, dando asimismo, un respiro a la principal trama.
Desde el comienzo el espectador nota la tensión entre los dos amigos y aunque no hay absolutamente ningún gesto que nos haga pensar en una posible relación más allá de la amistad notamos que sí la hay, percibimos que existe un aura entre ellos y que podrían ser algo más, nos percatamos que sólo es una pose para con el otro. Bonnell nos da a los espectadores un arma poderosa y esa es el poder leer la mente de los jóvenes protagonistas y sin decir nada sabemos lo que están pensando, sabemos que una llama está encendida y que a cada instante cobra más fuerza. Bajo mi punto de vista ese es el gran acierto del film y que el joven director francés sabe transmitirnos. Algunos momentos nos sacarán una sonrisa, en especial gracias a la timidez de Julien. Uno de ellos intentado ligar de una manera extraña con Olga en la que con ayuda de un amigo se verá inmerso en una situación ridícula y la otra en un mercadillo comprando caramelos a la media hora de película donde los dos personajes principales quedarán dibujados y presentados por completo, sus actos los definirán.
Otro de los aciertos de la cinta del francés son los momentos en que no hay diálogos y que con la naturalidad de una actriz como Nathalie queda representado de forma vivaz. Podríamos decir que es la típica actriz que no es guapa, no tiene clase y que en principio no haríamos mucho caso pero a cada fotograma e inconscientemente nos vamos enamorando, vamos cayendo en las redes que va tejiendo con cada mirada o con cada acto rebelde, sonriendo cuando ella sonríe y sufriendo cuando ella sufre, para, como le pasa a Julien, no tengamos remedio y acabemos sucumbiendo.
No es una maravilla de película, no pretende serlo, pero seguro que los 90 minutos que Bonnell nos regala son suficientes para caer en las redes de su cine, tan natural como esta historia de amor entre Julien y Alice.