Lazos de sangre (Guillaume Canet)

El francés Guillaume Canet ostenta a nivel internacional una pequeña fama como actor, gracias sobre todo a algún trabajo en películas de habla inglesa (como Solo una noche) y tiene el indiscutible honor de ser la pareja de la actriz Marion Cotillard. Sin embargo, al observar su obra como director, descubrimos que su trabajo en esta parcela es mucho más interesante que el desarrollado en la interpretación, donde se mantiene como un actor poco más que aceptable. Aunque su ópera prima data de 2002 con Mi ídolo (Mon idole), un drama ambientado en el terreno de la TV, su verdadera puesta de largo tras las cámaras se produjo con No se lo digas a nadie (Ne le dis à personne, 2006), una seductora película de intriga, de esas que por su tensión argumental hacen difícil despegarse de la butaca. Gracias a ella cosechó cuatro premios César, incluyendo el de mejor director, y se hizo un nombre en el circuito cinéfilo. Para sorpresa de muchos, sin embargo, en su siguiente proyecto volvía a cambiar de género. Pequeñas mentiras sin importancia (Les petits mouchoirs, 2010) se definía como una comedia dramática bajo un toque intimista. Con ella reventó la taquilla en Francia, siendo la película que más recaudó ese año. Su cuarto y último trabajo hasta la fecha, titulado Lazos de sangre (Blood Ties) llegó de forma más precoz (tres años en lugar de los cuatro que separaron sus anteriores filmes), por la puerta grande (estreno en Cannes), con un reparto internacional de aúpa y, sobre todo, con el padrinazgo de James Gray, uno de los cineastas más interesantes al otro lado del charco y que colabora con Canet en el guión de un proyecto que parte de la película Rivales (Liens de sang), cinta en la que el francés participó como actor. En definitiva, un remake extrapolado a la Nueva York de los 70 y que desde su cartel desprende un aroma a thriller de la época que huele bien.

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Lazos de sangre nos introduce en la historia de dos hermanos. Frank es un policía muy noble, “de gran corazón” como dicen sus compañeros, aunque sigue turbándole el haber abandonado a Vanessa, su ex novia. Chris acaba de salir de la cárcel; siempre había sido un tipo violento por culpa de su turbia infancia y el estar entre rejas no ha hecho sino empeorar tal situación. Los años perdidos con su mujer Mónica y sus dos hijos son una losa demasiado grande para su carácter, que se ve golpeado nuevamente cuando intenta volver a hacerse un hueco en el terreno laboral. La ya de por sí difícil convivencia entre un agente de la ley y un ex convicto se ve recrudecida por un oscuro pasado, que descubriremos mediante las palabras de su padre y un flash-back colocado a mitad de película.

Precisamente ésta es una tónica muy habitual en Lazos de sangre: tratar de contar lo máximo en el menor tiempo posible. El primer cuarto de hora es un desfile de historias, personajes, encuentros y reencuentros; una puesta al día para el espectador, que lógicamente se acaba de incorporar en medio del relato. Canet sale airoso de tan farragoso escenario y consigue sintetizar todo lo necesario para que aquel logre introducirse de lleno en el filme, pero lo consigue a costa de sacrificar el aspecto emocional de sus personajes, confiando en que sea la virtud puramente actoral la que conecte con la audiencia. Algo que se consigue con casi todos los actores secundarios, que están como mínimo notables: desde una sorprendente Zoe Saldana hasta la siempre estupenda Marion Cotillard, pasando por un Matthias Schoenaerts que seguramente se hubiera merecido uno de los dos papeles protagonistas. Éstos recaen en el gélido Billy Crudup y un muy apático Clive Owen, que mejoran cuando aparecen juntos en pantalla. En cualquier caso, el desliz en sala de montaje es evidente: demasiada tijera en algunos momentos, mientras que escenas puntuales terminan alargándose en exceso. Algo similar sucede con el uso de la BSO. La selección de temas es muy buena, pero no posee todo el peso dramático que debería.

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Todo ello provoca que la película destile mayor grandeza de la que realmente se oculta entre sus fotogramas. La evolución de la historia es creíble, pero también previsible por momentos. Sólo un muy buen desenlace logra crear una sensación de verdadero clímax en los 128 minutos de cinta, entre los cuales se alternan episodios de puro thriller (la escena del furgón) y de noir (a través del restaurante), pero es el drama, mediante la falta de confianza de Chris en su entorno y la búsqueda de redención por parte de Frank, lo que ocupa la mayor parte del filme y en lo que más se centra su realizador. Ello provoca que realmente la ambientación setentera y el presunto homenaje a los thrillers de la época resida más en el aspecto visual que en el puramente argumental.

El cuarto trabajo de Guillaume Canet en el terreno del largometraje acaba dejando un sabor agradable, pero también la inevitable sensación de que un proyecto con una base semejante podría haberse situado en la parte noble del género y no sólo como una interesante película con aspecto de thriller y corazón dramático. Una impresión, por cierto, que servidor ya tuvo con Pequeñas mentiras sin importancia, realizada con intenciones más que sobresalientes pero cuya ejecución no era del todo notable. Lazos de sangre aúna lo bueno (impecable realización, gran reparto, trama interesante) y lo malo (excesivo metraje, poca conexión emocional) de un Canet que sigue sin sobrepasar las gratas impresiones que dejó en No se lo digas a nadie pero del que por edad, talento e inteligencia, merece la pena fiarse de cara a futuras ocasiones.

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