No es Laurent Cantet ni mucho menos uno de los grandes nombres del panorama. Ni siquiera acercándonos a su máximo galardón, la Palma de Oro cosechada en 2008 en Cannes por La clase, parece el cineasta galo predestinado a ser uno de esos grandes nombres, ya no del cine europeo, sino del cine francés. Podría explicarse el hecho de que Cantet continúe trabajando sin acaparar grandes focos la irregularidad de una carrera que tan pronto ha regalado títulos notables (ya no hablamos de La clase, también están ahí las magníficas El empleo del tiempo o Recursos humanos) como otras obras más fallidas que interesantes (primero Hacia el sur, y ahora una Foxfire que no despertó gratas sensaciones en su paso por San Sebastián), pero conociendo las cotas que puede alcanzar su cine resultaría una excusa vaga. Es por ello que quizá ceñirse a la condición del cine del francés para explicar un poco la escasa predilección que generan sus films entre el público sería probablemente la solución adecuada, y es que habiendo cineastas capaces de triunfar (como el veteranísimo Ken Loach) en el ámbito del cine social, lo cierto es que no es un cine que tenga la capacidad de establecer grandes vínculos o, mejor dicho, de generar una expectación que implique directamente al espectador como sí lo hacen otras temáticas o géneros.
No obstante, estaríamos siendo injustos al encajar a Cantet en un tipo de cine que le corresponde por (en parte) la idiosincrasia de sus propuestas pero no se vuelca tanto en el discurso como cabría esperar. De hecho, el autor galo focaliza más sobre una vertiente humana que suele estar por encima de cualquier disertación, dotando así a sus films de una cercanía muy característica y potenciando de este modo una faceta que si bien en el cine social no se suele rechazar —detrás del discurso, aunque escondidos en demasía por este, siempre suele haber unos personajes con inquietudes y esperanzas—, en el cine del francés cobra una importancia que forma parte indispensable del cine que practica, e incluso en títulos —quizá La clase sería el mejor ejemplo— donde ese fondo adquiere un carácter mayor, los vínculos humanos siempre aparecen con la fuerza necesaria. Por otro lado, y aunque al fin y al cabo el discurso no se encuentre tan presente en la obra de Cantet como esos lazos, no por ello resultan superficiales los mensajes que enarbola, dejando siempre momentos verdaderamente esclarecedores en los que una secuencia es capaz de hablar por el resto, adquiriendo sus films en ese marco una complejidad mucho mayor de lo aparente.
Si Recursos humanos ha sido la cinta escogida para hablar del cine de Laurent Cantet, es precisamente porque ejemplifica a la perfección esa faceta, poniendo sus miras en la relación entre un padre y un hijo precisamente cuando se reencuentren dado que el primero irá a realizar una pasantía a la fábrica donde trabaja su progenitor, que lleva 30 años en su puesto. Esa relación, sin embargo, no será precisamente placentera, y es que el carácter un tanto tradicional del padre chocará con la mentalidad de su hijo, que habiendo vivido su formación desde una óptica muy distinta, no ve precisamente en los asalariados que trabajan para su jefe como subordinados, sino más bien como compañeros o conocidos a los que acudir cuando la rutina del trabajo dé un momento de descanso. Con una conexión entre ambos identificable, siempre existirá esa diferencia en cuanto a los distintos puntos de vista que cada uno de ellos tiene acerca de cómo afrontar las distintas asperezas que puedan surgir en el entorno laboral.
Aunque Franck, el pequeño de la familia, no parece haber variado su actitud por iniciar una labor que bien podría ser vista como la oportunidad de ponerse por encima de otras personas, el joven chocará de primeras con una de las líderes sindicales de la empresa, e incluso llegará a tener algún pequeño conflicto con sus amigos, que le reprochan un presunto carácter de niño de ciudad parisino. En ese marco, Franck decidirá siempre actuar con cierta cautela, intentando ser dialogante, sin hacerse enemigos y resolviendo las pequeñas disyuntivas desde la palabra. Además de ello, la relación con sus superiores y el competente trabajo realizado por Franck ayudarán a que surjan posibilidades de medrar una vez terminada esa pasantía, y aunque las advertencias de Jean-Claude, su padre, de que sea prudente, no influirán en la conducta del muchacho, todo dará un giro en el momento que el terreno personal se anteponga al laboral, surgiendo así un nuevo conflicto con Jean-Claude, que será aprovechado por Cantet para terminar de dar forma a ese discurso del que hablaba, que precisamente lo logra en dos secuencias anexionadas al tercer acto, siendo en especial la sencilla conclusión arrojada por Franck en el último plano el punto final perfecto.
Dejando a un lado ese fondo que el cineasta trabaja con excelente pulso (en realidad, no hay buenos ni malos, simplemente personas que velan por sus intereses, aunque el giro de guión casi entrados en el tercer acto pueda variar esa perspectiva, que hábilmente había moldeado Cantet en los minutos predecesores), en el aspecto formal el galo opta por un estilo más bien austero, donde el plano adquiere cierta significancia (no es casual que emplee primeros y medios planos en la descripción de relaciones, o generales cuando se trata de detallar espacios) y la carencia de banda sonora reduce todavía más un plano dramático que encuentra sus mejores bazas tanto en la notable escritura de un guión que delinea cada personaje a la perfección, como a las veraces interpretaciones de un jovencísimo Jalil Lespert (más conocido por haber dirigido recientemente el ‹biopic› Yves Saint Laurent) y un Jean-Claude Vallod que no ha vuelto a asomar por el mundo del séptimo arte, haciendo en definitiva de Recursos humanos un film cercano que sabe encontrar en su crudeza y momentos más angostos (como ese sermón de hijo a padre) la emotividad suficiente como para saber que el cine social de Cantet es más humano que discursivo con diferencia.
Larga vida a la nueva carne.