Xavier Dolan-Tadros con apenas 24 años y sólo 3 filmes a sus espaldas ha logrado convertirse en uno de los directores más reconocidos del momento gracias a su situación de niño mimado del Festival de Cannes, además de ser uno de los autores con más talento de su generación, pese a que en sus obras da la sensación de ser demasiado consciente de ello y parece regodearse de un modo notoriamente autocomplaciente. Sus 2 películas anteriores estaban íntimamente relacionadas con el trasfondo homosexual con un marcado tono autobiográfico que abandona en Laurence Anyways. Si bien Dolan solía poner su cara a sus protagonistas en sus 2 anteriores trabajos, aquí abandona la actuación y “sólo” escribe el guión, dirige la película, y diseña el vestuario.
Laurence acaba de cumplir la treintena, es profesor de literatura y mantiene una relación estable con su novia. Sin embargo, el día de su cumpleaños informa de un modo sorprendente a sus allegados que tiene pensado convertirse en mujer. Curiosamente, Laurence no tiene inclinaciones homosexuales y está profundamente enamorado de su amada, quien en principio acepta permanecer a su lado durante todo el proceso de metamorfosis. El rechazo familiar, las dificultades para mantener su puesto de trabajo como profesor, y los problemas de la pareja derivados por la insólita situación provocarán la convulsión de su transformada existencia. También observaremos cómo tras un percance en un bar entabla amistad con otra persona en su misma situación que le introduce en una mansión lujosa donde vive un grupo de transexuales extravagantes.
El joven director canadiense utiliza en todo momento un discutible subrayado musical agotador a todo volumen atorado de grandes éxitos de pop de los 80′, los 90′ y música clásica de Tchaikovsky y Prokofiev, situándola como auténtico eje narrativo. Personalmente, siendo un gran amante de la música, considero que el uso indiscriminado de ésta en el cine (especialmente cuando son temas conocidos no compuestos expresamente para una película) altera la autenticidad de la narración cuando pasa de ser un mero elemento de ambientación a convertirse en el soporte de la propuesta. Dolan saca a relucir todo su repertorio de manierismo pop durante esos eternos momentos musicales abusando indiscriminadamente de unas secuencias ralentizadas agotadoras (al más puro estilo de la irregular Confessions) para mostrar un lirismo onírico tan bello y preciosista como impostado; unas imágenes muy potentes, pero que no aportan demasiado al desarrollo de la narración y enturbian la construcción de las implicaciones emocionales de la historia de amor dejando una clara sensación de relleno insustancial que desvía la atención de lo que realmente importa, colocando siempre el plano formal por encima de la esencia dramática de la narración; más preocupado por demostrar su elegante habilidad técnica que por construir un relato verdaderamente cautivador, lo cual no es óbice para que deje un puñado de escenas que calan hondo, pero que curiosamente acontecen en los momentos dramáticos más “cassavetianos” en los que no abusa de sus dotes de esteta ni del acompañamiento musical.
Laurence Anyways se hace valer de un tono vitalista con una historia que abarca más de una década, en la que se adentra en los delicados terrenos de la identidad y la aceptación inherentes a la temática de la transexualidad. Sin embargo, lo hace de un modo superficial: no quedan nada claras las motivaciones que llevan al protagonista a tomar una decisión tan particular, ni otorga espacio para su re-descubrimiento personal, ni tampoco muestra claras diferencias en su personalidad en el cambio de hombre a mujer. El joven director no parece tener interés en cuestionarse lo que a priori parecía ser el leitmotiv de la narración y está más preocupado en la reacción de rechazo que provoca la transformación en su entorno y en los transeúntes que en mostrar la introspección psicológica que debería provocar el cambio de sexo en una persona, señalando a una sociedad dominada por los prejuicios que no está por la labor de aceptar cualquier expresión que se salga de la norma. La transexualidad sigue siendo un tema tabú en nuestros días, pero el director decide situarla en la década de los 90 para enfatizar las dificultades de su elección en un entorno aún más hostil que el actual y, evidentemente, para dar rienda suelta a su desmelenada vena pop. Dolan intenta poner toda la carne en el asador en la historia de amor incondicional, una premisa tan atractiva como provocadora, pero lo hace con cierta irregularidad porque no termina de exponer manifiestamente el vínculo existente entre la pareja protagonista que suscita el amor ciego por parte de la novia, el irregular guión no logra confeccionar de un modo verosímil a los personajes, y deja en la parte final un claro regusto de que su transgresión inicial se queda en una simple vuelta de tuerca a los lugares comunes de las historias románticas convencionales. También incide en el melodrama familiar, pero de un modo bastante endeble por la falta de espacio, y la conexión con la comuna de transexuales no aporta demasiado y parece usada únicamente como excusa para contribuir en mostrar una mayor galería de imágenes y modelos de marcado tono ‹fashion›.
En el apartado formal se hace valer de la pantalla cuadrada en formato 4:3, tal y como hizo recientemente Kelly Reichardt en Meek’s Cutoff, otorgando gran importancia a los primeros planos. La estética de la cinta es impecable gracias a la colorista fotografía Yves Bélanger, ya presente en los anteriores trabajos de Dolan, acompañada de un virtuoso manejo de la cámara y una escenografía e iluminación muy atractivas, que consiguen dedicar un bello y sentido homenaje a la ciudad de Montreal.
La ausencia de Dolan como actor repercute en la suavización de la histeria que acompañaba a su meritorio debut (la escribió con 16 años) lastrado por su crispante presencia como actor, a pesar de que en Laurence Anyways sale a relucir en la escena inicial y en los momentos más dramáticos en boca de otros. No obstante, Melvil Poupaud y Suzanne Clément ponen mucho de su parte para tratar de dar cuerpo a la cautivadora historia de amor a toda costa, logrando transmitir las fuertes emociones de una manera muy veraz y creíble, pero se ven superados por la dispersión, las decisiones caprichosas del guión en su segunda mitad y su inexplicable duración mastodóntica (casi 3 horas). La película se hubiese sentido más sincera y próxima si en lugar de dar rienda suelta de manera desaforada a su ralentizada vena lírica videoclipera se hubiese extendido (como ya hizo en su debut) en la relación con su madre, interpretada magistralmente por una Nathalie Baye tristemente infrautilizada, que cuando aparece en pantalla hace ganar varios enteros a la película.
A pesar de su irregularidad y sus excesos, el director quebequense tiene un talento innegable para lo visual. Es evidente que si consigue pulir los elementos infantiles y el “ombliguismo” que delatan claramente su precoz edad y logra absorber sus evidentes influencias estéticas: Pedro Almodóvar y Wong Kar Wai pasados por la visión de Cassavetes y la MTV, puede llegar a ser un autor con mayúsculas. Tiempo no le va a faltar para ello.