Türelem (Con un poco de paciencia, 2007) se nos presenta como el primer trabajo tras las cámaras de László Nemes, ocho años antes de que arrasara en los festivales internacionales —especialmente el Gran Premio del Jurado y el FIPRESCI en la Croisette— con Saul fia (El hijo de Saúl, 2015), un largometraje demoledor erigido formalmente a través de larguísimos planos secuencia (¿herencia artística prestada por Béla Tarr, del que fue ayudante de dirección en su El hombre de Londres?).
En él, ambientado en el horror de los campos de concentración nazis, seguíamos —literalmente— a Saúl, miembro de los ‹sonderkommandos›, es decir, de las unidades de trabajo judías y no judías empleados en los campos de concentración para los nazis so pena de muerte en caso de negarse a cumplir órdenes. El uso narrativo de los planos secuencia ayudaba no solo a generar un terrible desasosiego en el espectador, sino a enfatizar el penoso paso de los minutos para toda persona que hubiese tenido que vagar en un emplazamiento como ese en semejantes (infra)condiciones.
Türelem no actúa únicamente como campo de pruebas para que Nemes forjara su ópera prima en la mejor de las circunstancias, sino que posee un potencial enorme como entidad en sí misma. Las comparaciones con su primer largometraje pueden resultar odiosas, pero es que incluso el primer plano con el que abre este cortometraje es prácticamente calcado al plano inicial de Saul fia: un plano fijo de un bosque, borroso, en el que apenas vemos una figura aproximándose hasta quedar en primer plano.
En este caso, la figura que se aproxima es la de una mujer, vestida con una camisa blanca impoluta. Su llegada al primer plano no se realiza a través de su cara (como sí pasaba con Saul), si no por medio de sus manos. Así, vemos como las manos de esta mujer anónima reciben un objeto, del que apenas percibimos su forma pero que servirá como hilo conductor para plantearnos hipótesis sobre su origen y significación. La estructura del cortometraje es circular: a pesar de estar rodado en una sola toma a través del plano secuencia, también finaliza con un plano fijo, esta vez de una ventana que ofrece vistas al bosque —y que se nos ofrece cargado de significado—.
Entremedias de esos dos planos fijos, seguiremos frontalmente a la mujer anónima (a través de un travelling de retroceso), entrando en una suerte de oficina definida como un espacio inerte, frío y aquejado por las penumbras (muy en la línea de los versos de T.S. Elliot que abren el corto). Como ya demostró Nemes en su primer largometraje, el uso del sonido resulta fundamental para expresar lo que las palabras a veces no se atreven a decir. Türelem es un cortometraje sin diálogos, de ahí que Nemes se sirva de recursos sonoros para realzar la tensión y la sordidez de los espacios —siempre borrosos a espaldas de la “protagonista”— que visitamos.
La decisión de que el travelling de seguimiento sea frontal y no trasero, como sucedía en Saul fia, es porque en aquél no necesitábamos discernir la cara del protagonista —dotándole de una identidad fantasmal— y en este cortometraje el rostro de la mujer protagonista es el único que veremos a lo largo de su diez minutos de duración. No queremos entrar más en detalle de lo que acontece durante el corto para no estropear la experiencia de posibles espectadores, pero sí podemos sugerir que raramente podrá dejar indiferente (como ya sucedió, perdonad por la brasa, con El hijo de Saúl). Una pieza audiovisual que, de nuevo, nos invita a meditar sobre la incapacidad humana para reflexionar que detectó Hannah Arendt en su informe sobre la banalidad del mal.