Los cascos blancos son un grupo de voluntarios civiles que rescatan a las víctimas enterradas bajo los escombros de los edificios que caen, uno tras otro, en Aleppo. Bloques de viviendas, además de otros lugares, bombardeados por jets de la aviación rusa. Dos de los miembros de la organización de salvamento más activos son Khaled y Mahmoud. Los días se quedan cortos para su misión. Ellos, junto al resto de compañeros, puede que acaben siendo los últimos hombres en Aleppo.
Los principales motivos por los que se presenta complicado reconocer directamente la fuerza de un documental como Last men in Aleppo son la desinformación actual sobre los conflictos entre oriente y occidente, amplificada por los grupos de intereses que manejan esos contenidos, más toda una legión de trols en las redes sociales dispuestos a enredar. Resulta difícil porque merece un juicio favorable sobre un documento que prevalecerá más allá del ruido de fondo que crea confusión sobre las masacres, una contienda que ya enfrenta desde hace años a los sirios, pero es respaldada con virulencia por otros ejércitos internacionales. Incluso en la misma plataforma de video por demanda que ha estrenado el film en España pueden leerse comentarios antagonistas entre espectadores y otros visitantes que sin haber visto el documental, sienten la necesidad de destrozarlo. Y es una razón que pierde su sentido después de ver la película, un trabajo enfocado a mostrar en perspectiva a un grupo de profesionales de distintos ámbitos, desde ingenieros hasta obreros, sumados a maestros y bomberos cuando la vida transcurría con normalidad, rescatadores que se juegan la vida en sus operaciones. Dentro del contexto que los rodea en una ciudad asediada por los bombardeos, el abandono de sus compatriotas afectos al régimen sirio, rematados por la indiferencia diplomática que practicamos con este y muchos conflictos humanitarios lejanos.
Leídas algunas de las opiniones publicadas en prensa o webs informativas sobre los cascos blancos, Last men in Aleppo es tachada como propaganda, en ocasiones pro ISIS y en otras pro OTAN. Como parece imposible hallar ese término medio que se le niega a la cinta —del mismo modo que a la realidad— puede que la mejor forma de abordar el documental sea por su valor cinematográfico, algo indudable. Desde los títulos de crédito inicial, superpuestos a las imágenes de unos peces de colores en el agua, reforzados por la banda sonora, el film se presenta casi como una obra de ficción. Una sensación que permanece al entrar en escena Khaled, el primero de los protagonistas, alguien que parece acostumbrado a conversar con la cámara mientras se dirige a una de las misiones de rescate. Los cineastas optan por el formato de 35 milímetros, en un ratio panorámico, proporción que utilizan para rodar planos elaborados, sin traicionar la urgencia de las acciones que desarrollan los integrantes del grupo. A veces los hombres aparecen desenfocados por la inestabilidad o rapidez en la toma del plano, pero siempre se trata de imágenes equilibradas. La extrañeza por asistir a unos sucesos actuales, que son mostrados como secuencias planificadas, sin que sea una elección estética, sino ética, por parte de ambos directores. Porque tras las incursiones en zonas que acaban de recibir el impacto de las bombas está más cerca de la realidad que de la recreación. Pero lo hace al revés que si se tratara de un telediario emitido el mismo día, más atento al impacto visual y contabilizador de bajas personales o materiales. En el caso del documental importan esas consecuencias humanas de la violencia, junto a la repercusión que tiene sobre los salvadores y las víctimas.
Ese punto de vista humano tiene una demostración coherente también en los planos seleccionados, siempre con respeto hacia los niños malheridos o difuntos, desgraciadamente, que surgen entre los cascotes. La barbarie se trata por su peor resultado, las muertes, pero sin recurrir a una evidencia física que podrían exponer en pantalla de forma gratuita y sin embargo evitan para ser coherentes con su narración reflexiva antes que visceral. Un punto de vista volcado en la búsqueda de humanidad de los supervivientes que, a pesar de todo, tiene la misma garra emocional que un relato audiovisual más directo.
La narración siempre persigue a Khaled y Mahmoud, dándoles libertad para expresarse, comportarse como tal vez son ellos aunque unas cámaras los graben continuamente. No hay entrevistas ni testimonios directos, que son sustituidos por las conversaciones entre ellos con sus compañeros, o con familiares mediante llamadas telefónicas. Destacan por la energía, emoción y nervio las escenas de juegos con los niños en un parque hasta que todos miran al cielo alertados por el zumbido de los aviones. Además de una sorprendente escena de carácter onírico que traiciona el registro documental pero enriquece la propuesta cinematográfica. O un interludio musical, rodado con drones, sobre las avenidas y calles en ruinas de la ciudad devastada.
Lo mejor sería que no hiciera falta un largo como este si nada de lo que vemos estuviera sucediendo. No sé si es el bando equivocado ni el correcto el que muestra a sus protagonistas. Pero de lo que no puede haber duda es que si algún día termina esta guerra, más allá de tratados de paz, de las reconstrucciones civiles y contra el olvido, aún quedará esta película.
Last Men in Aleppo se ha estrenado en Filmin y se puede ver en este enlace:
https://www.filmin.es/pelicula/last-men-in-aleppo