Los años 60 constituyeron un auténtico y demoledor terremoto de estructuras narrativas clásicas desde el punto de vista cinematográfico. Son bien conocidos esos movimientos renovadores surgidos en Francia (Nouvelle Vague), Gran Bretaña (Free Cinema) así como diversas olas de mayor o menor aceptación popular (la checoslovaca, la japonesa e incluso la española) que sedujeron a los espectadores más divergentes ansiosos de captar el color reparador que irradiaban unas propuestas compuestas por iguales dosis de ilusión, disidencia y revolución para deleite de ese público deseoso de aspirar nuevos vientos artísticos en la simiente cinematográfica. Sin embargo la Ola negra yugoslava emerge como una de esas tendencias olvidadas por parte de los cinéfilos de medio mundo quizás debido a lo excesivo de una atmósfera corrosiva, surrealista, depravada e intencionadamente fea en la articulación de los productos surgidos de la misma, aspectos que chocan de manera radical con los gustos populares mucho más interesados en contemplar películas empapadas de ese glamour vintage típico del cine producido en latitudes afines con una derivada menos grotesca de la observación de la existencia. De este modo nombres tan importantes en la modernización del cine europeo como Dusan Makavejev (el máster del movimiento), Aleksandar Petrovic o Zivojin Pavlovic carecen de la reputación de otras figuras que sí que ostentan el reconocimiento masivo de los fanáticos del cine de arte y ensayo. Y este olvido me duele, ya que algunas de las películas más sugerentes, absurdas, demoledoras y estimulantes producidas en los años 60 llevan estampado el sello de la Estrella Roja de la patria del mariscal Tito contando como orfebres de lujo a una serie de maestros del cine balcánico a los que los amantes del cine en general debemos un merecido homenaje.
Las ratas se han despertado es la película de la Ola negra que más me gusta. ¿Los motivos? Sin duda el hecho de que el maestro Zivojin Pavlovic arriesgó su carrera al apostar todas sus cartas en edificar una sátira oscura, corrosiva y muy pesimista sobre el devenir del ser humano como animal morador y en cierto sentido destructor cual plaga de roedores del planeta tierra. Este inquietante panorama fue pintado por el cineasta yugoslavo en un blanco y negro intencionadamente gris, donde la miseria y la fatalidad campan, como las ratas que dan título a la obra y aparecen puntualmente en el metraje, a sus anchas de modo que el espectador terminará totalmente desmoralizado y derrotado al finalizar el film. Y es que uno de los puntos que más me impactan de la película es sin duda su sencillez narrativa, planteando en un principio una historia sencilla tejida sin ruidos ni estridencias en la que aparentemente nunca pasa nada, pero en la que realmente pasa de todo conformando pues con estas escasas armas una fábula de tono satírico en la que el aire se hace irrespirable mientras la putrefacción desborda su aroma en paralelo con los pasos que va tomando el miserable protagonista de la epopeya.
En este sentido ya desde la primera imagen de esta inquietante propuesta se percibe el talante underground y raro que reviste el proyecto. Así, contemplaremos una rata de alcantarilla que otea el horizonte confiada cuando de repente un palo estalla en su cabeza hiriéndola mortalmente. A continuación la cámara se desplazará al interior de una especie de Ateneo Cultural donde un coro canturrea una melodía clásica eslava bajo la batuta de un viejo desdentado mientras el poseedor del palo de escoba raticida barre el sucio suelo repleto de basura y papeles del escenario teatral. Esta extraña apertura servirá para presentar al protagonista del film, Velimir Bamberg, un ex-secretario comunista cuyo apoyo a Stalin en la época de ruptura de la Yugoslavia de Tito con la Unión Soviética le supondrá la total degradación laboral con el consiguiente viaje desde la abundancia hacia la indigencia más aterradora. Esta carta introductoria será una mera excusa para que la cámara de Pavlovic se pegue a la espalda del sufrido cicerone protagonista con el fin de descubrir al público el ambiente nocivo y desesperanzador que oprime la existencia del desafortunado Bamberg.
De este modo seremos testigos de la desolación y la miseria presente en el ruinoso edificio de viviendas que habita nuestro héroe, un cuchitril que apenas se sostiene en pie poseedor de fétidos patios en los que conviven malas hierbas con degenerados vecinos que emplean los mismos para ejecutar timoratos coitos. Igualmente observaremos las tristes y solitarias avenidas y descampados de la ciudad de Belgrado ocupados por viejos verdes en busca de desamparados que venden su dignidad para posar en sesiones de fotos pornográficas celebradas en edificios adornados con corrupción y vicio. Y así seguiremos a Bamberg en su búsqueda homérica del dinero que le permita llevar a su hermana enferma a un balneario con el fin de calmar su sufrimiento. En su intento tratará de obtener ayuda de viejos camaradas que le darán la espalda. También correteará mataderos infectos, rechazará casarse con una adolescente gitana a pesar de la suculenta dote ofrecida por el padre de la zíngara, decidirá ponerse a coser para obtener esos añorados ingresos, deberá atender inoportunas visitas, caerá en los brazos de una puta que prostituye su cuerpo en tascas de mala muerte y finalmente tratará de lograr el dinero chantajeando con unas fotos pedófilas a un rico homosexual viejo compañero de fatigas políticas obseso de material pornográfico, y aspirará un poco de oxígeno manteniendo un fugaz affaire con una bisoña prostituta.
De la narración de los hechos que dan forma a la sinopsis del film se desprende que no es por tanto el argumento el punto crítico que diferencia a esta obra con respecto de tantas otras que apuestan por historias derrotistas y amorales como una forma de denuncia del carácter inhumano e indecoroso inherente al mal llamado ser humano. Puesto que la linealidad literaria del guión sirve como pretexto para reproducir la inmundicia, la miseria y la corrupción innata en la sociedad yugoslava de los sesenta. Una ciudadanía atrapada en una espiral de perversión, degradación y basura que asemeja al hombre con esas ratas que atravesaron el continente asiático con destino a Europa con la peste negra encerrada en sus entrañas en los años más críticos de la Baja Edad Media. Una especie (la humana) que esconde bajo sus ropajes otra enfermedad más dañina que la albergada por las ratas de alcantarilla: la maldad, la corrupción, la absoluta falta de respeto por la decencia y la dignidad, la crueldad política y la carencia de afecto y solidaridad. Puntos que se han extendido cual plaga de langosta en el ambiente social, como el ingenuo de Bamberg comprobará en su agónico discurrir vital. No me cabe duda que el maestro Zivojin Pavlovic nos trataba de alertar del carácter nocivo y pernicioso que la ambición y la total falta de escrúpulos innatos en el ser humano podría acarrear en un futuro conquistado por el individualismo y el hastío existencial, constituyendo pues esta aberración una alarmante amenaza para la paz y la armonía social. Por desgracia, los gritos del cineasta no fueron escuchados y el tiempo acabó dándole la razón cuando a principios de los años noventa explotó el polvorín de los Balcanes. Sin duda ese barro surgido de los lodos acumulados por la ruindad que distingue a esos portadores de corrupción y muerte que se han reemplazado a las ratas medievales.
Y es que Las ratas se han despertado emerge como un fresco costumbrista pintado deliberadamente con un pincel de cerdas sucias, obscenas y realistas que despunta como una de las mayores obras maestras del cine yugoslavo gracias a esa grafía viciada de modernidad y exceso que esparce un mensaje atemporal y vanguardista, totalmente ajeno a modas y elegantes influjos cinematográficos, constatado en una radiografía que equipara al ser humano con una alimaña voraz y grotesca que no dudará en aniquilar a sus semejantes con el único objetivo de satisfacer sus más bajos instintos de supervivencia y poder. Y es que ésta es una de las cintas más obscenas y disidentes de la historia del cine que por tanto debe ser contemplada con unos ojos limpios de prejuicios morales.
Todo modo de amor al cine.