El polifacetismo de la expresión
Carlos Saura, uno de los cineastas más reputados, emblemáticos y osados de la historia del cine español, ha regresado con un documental sumamente especial que no hace sino exhibir nuevamente su gran olfato por el arte, la cultura y la historia. El autor, un diletante muy curioso y comprometido con la causa, necesita regresar al origen del arte, es decir, a las pinturas rupestres de las cuevas, y desde ahí, efectuar un recorrido que desemboque en las expresiones del arte urbano, como podrían ser los grafitis, a menudo denostados por las autoridades civiles. Las paredes hablan, título que no puede ajustarse más al contenido de la pieza, florece gracias a la entereza, humildad y simpatía de su hacedor, que nunca se cansa de ser creativo o inspirador. Saura, que entendió como pocos los vaivenes del cine patrio desde la década de los sesenta hasta los noventa, sigue brindándonos comentarios muy lúcidos sobre la disciplina artística figurativa y sus distintos vehículos, y parece decirnos que las ciudades rebosan vida no sólo porque la gente pasee por ellas, sino porque las construcciones están repletas de señales que certifican nuestra presencia.
El arte siempre es contemporáneo y se lleva a las praxis por las mismas razones, especifica uno de los personajes. El arte siempre forma parte de un contexto, es indisociable de él, pero depende de la inspiración y la sensibilidad de quien lo practique si puede decir cosas únicas y exclusivamente de su período o si por el contrario logrará aguantar el paso de las décadas. El nonagenario Saura se pasea con su cámara de fotografías por diferentes entornos, dispuesto, como buen samaritano, a escuchar a todo aquel que tenga mensajes fructíferos para que la sociedad se encuentre consigo misma. La realización del documental es muy elemental, pero no precisa de más elementos que los expositivos, didácticos e ilustrativos, para que el contenido le llegue de forma nítida y directa al espectador. El discurso enhebra reflexiones sobre la marcha y a través de la oralidad, sin urgencia alguna por llegar a un fin, como por ejemplo, pensamientos sobre la función colectiva e individual de la pintura.
Saura no siente ninguna necesidad de aludir a su propia obra con tal de emplear el audiovisual y reconectar con el otro. Análogamente a otros genios como Agnès Varda, utiliza el dispositivo cinematográfico como un cuaderno de viajes, una libreta de apuntes o un gabinete de curiosidades. En ese sentido, Las paredes hablan no parece en absoluto dirigida por la misma persona que un día rodó Elisa, vida mía o Cría Cuervos…; Saura muestra su faceta más humana y también periodística, demostrando por activa y por pasiva que siempre está buscando detalles que le sorprendan.
Las paredes hablan es un pequeño yacimiento, una aportación hermosa, comprensiva y sencilla a aquello que llamamos cultura. Es un documental, o podríamos llamarlo reportaje, que todos desearíamos hacer cuando tengamos la suficiente experiencia en un oficio. Es una contribución más de un maestro enamorado de su trabajo, como el artesano de su taller, y al que siempre es un placer retornar.