La versión cinematográfica de la aclamada obra Le otto montagne del autor italiano Paolo Cognetti ha llegado a España para dejar una huella imperecedera en aquellos espíritus errantes que hacen del sendero su propósito. La trama relata la amistad entre dos hombres, Pietro y Bruno, quienes se conocen en la niñez bajo las estrellas del valle alpino de Aosta. Su pasión compartida por descubrir la esencia de la vida mediante la exploración de la naturaleza les une en una amistad sólida y duradera.
Henry David Thoreau, en Walden o la vida en los bosques, sostiene que, tal como el sauce se encuentra junto al agua y dirige sus raíces hacia ella, el ser humano debe encontrar su refugio espiritual próximo a la fuente perenne de su existencia. Nuestra conexión con la naturaleza virgen y los seres que la habitan es esencial para nuestra existencia. La adaptación de la novela de Cognetti logra transmitir la emoción sacra y enigmática a través de una cinematografía impactante, que captura con maestría la magnificencia de los paisajes alpinos.
La amistad entre Pietro y Bruno se erige como el eje central de la cinta, cuyo desarrollo y evolución en el tiempo reverbera en el alma del espectador. La película, además, toca temas universales como el amor y la identidad de manera sutil y conmovedora. El conflicto que surge entre las diferentes metas y aspiraciones de los personajes añade una dimensión más compleja a la trama y se experimenta como una exploración auténtica de la complejidad humana. Como expresó una vez el poeta Walt Whitman: «I contradict myself».
El guión del largometraje es un elemento fundamental para la trama y la experiencia del espectador. Los diálogos cuidadosamente escritos por Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch permiten que la trama se desenvuelva sin ser demasiado lenta, pero al mismo tiempo cada palabra pronunciada tiene una importancia crucial en el desarrollo de la historia. No hay palabras de relleno o diálogos superfluos que interrumpan el impacto emocional de la película. Por el contrario, cada diálogo y cada silencio son necesarios para transmitir la verdad que subyace en la obra. Los silencios que acompañan los majestuosos paisajes alpinos permiten que el mensaje de la película se infiltre en el alma del espectador de una manera poderosa y conmovedora.
Como punto y final de mi breve análisis, filosóficamente la película da mucho juego. El auténtico sabio no se define por la acumulación de datos y cosas materiales, sino por su capacidad de escuchar el susurro del viento, de contemplar el vuelo de un ave y de percibir el latido del universo palpitando en su propio ser. En el no saber encontramos la serenidad y el vínculo con una dimensión que trasciende nuestra individualidad. Y bajo el manto estrellado y el telón alpino en el que se encuentra la cabaña de Pietro y Bruno es mucho más accesible el encuentro con el yo, pues sólo refleja el agua en calma. Tal vez este experimento ético que empiezan los padres del protagonista rima con aquel joven viajero estadounidense que recorrió EE.UU. buscándose a sí mismo, haciendo una crónica de sí mismo, pero con un toque mas prudente.
Dijo una vez Thoreau:
«La mayoría de los hombres, […] está tan preocupada con los cuidados facticios y las tareas rudas pero superfluas de la vida que no pueden recoger sus mejores frutos. […] No tienen tiempo para ser otra cosa que unas máquinas.»
Espero que la obra cinematográfica, con sus paisajes sublimes, sea el catalizador que os conduzca a un autodescubrimiento más profundo y os incite a sumergiros en la corriente vital durante un tiempo indeterminado. La libertad y la serenidad que la existencia nos brinda son tan invaluables que sería un derroche imperdonable no aprovecharlas.
Me ha encantado la crónica de la película. Es otra obra de arte sutil y certera. Gracias
En mi opinión, esos silencios, esos paisajes sublimes los tira por tierra la banda sonora