Cuando te das cuenta, empiezas a dudar sobre la necesidad de repetir la misma historia. Una clase social alta y caprichosa solo es capaz de ver cómo el mundo se desmorona a su alrededor cuando su propia fachada empieza a temblar estrepitosamente. Mucho es el cine que nos ha ido llegando en los últimos años desde Latinoamérica, primero a cuentagotas, sin frenos después, con esta temática. Ricos que se convierten en pobres. Pobres que fundamentan la vida de los ricos. Estratos sociales que se igualan a la crítica social de un país. ¿Pero no es cierto que en cada región estamos obsesionados con un tema?
Cuando vuelves a fijarte, Las niñas bien sobreviene como una brisa intrusa que domina su propio lenguaje. Y eso pasa sin siquiera darnos cuenta. Una mujer joven fantasea con lo idílico de la vida junto a Julio Iglesias mientras mil espejos reflejan su imagen. El vestido perfecto, el maquillaje perfecto, el peinado perfecto.
¿La mujer perfecta?
Alejandra Márquez Abella reinterpreta a las mujeres que habitan en su novela Las niñas bien, les da un volumen específico y asemeja el relato a las víboras miradas que comparten. Aquí es donde entra el cine en estado puro. Jóvenes y adineradas, poco más hay de qué hablar si no es sobre el chisme que derrama su grupúsculo o la procedencia de la más novedosa prenda que visten. Mujeres adheridas a un hombre rico que abre la cartera como un activo más de sus empresas. Lo que se ve también importa.
En Las niñas bien también encontramos el vacío, una etapa concreta en la que México vio devaluadas las riquezas, y por tanto, lo que se veía empezó a deformarse. Aquí es donde el papel de Ilse Salas se antoja imprescindible. Esa firmeza con la que confirma que la apariencia lo es todo, y que cada detalle que se descuida es una puñalada hacia su propia popularidad. Esa furtiva visión hacia aquellos que siendo más ricos adquieren mayor popularidad. Esa confirmación de que las palabras se dicen para herir, aunque sea el mayor halago de la historia.
Poco a poco se repiten las situaciones, anverso y reverso de un estatus financiero: la peluquería, las cremas, la visita al club deportivo, las fiestas de cumpleaños. Cada escena tiene su reflejo para conocer a Sofía y su entorno. Ella en el cielo siendo el eje principal. Ella en el infierno siendo una mancha raquítica. Ella y la otra que la reemplazará cuando no sea nadie.
Es quizá ese desmoronamiento el que nos gana. Algunos chistes ácidos (otros que no entenderemos fuera de situación), imágenes simétricas de opulencia y primeros planos demostrando el minuto exacto en el que todo se rompe, una y otra vez. De vez en cuando, el recuerdo de Julio Iglesias. Al fondo a la izquierda, la realidad política de esos días convulsos que quedan encerrados en casas inmensas, que los ricos no lloran.
Las niñas bien es todo envoltorio, un lazo decorativo agudo y perspicaz, con cierta ironía y un mensaje que se imparte pero no se aplica, una historia de mujeres florero donde los hombres son poco más que anecdóticos trozos de carne, cambiando las tornas para que ellas, personajes y actrices, dinamiten la pantalla sin que su maquillaje se corra ni un poco. Algo para ver y disfrutar, más allá de la rabiosa crítica en femenino. ¿Todas queremos ser el centro de atención?