Hablar de Las mil y una noches: Vol.2, El desconsolado es más complicado que hacerlo de Las mil y una noches: Vol.1, El inquieto, principalmente porque esta continuación es tan continua y tiene tanta continuidad que, de hecho, sigue siendo la misma película, ofrece un grado similar de desconcierto, de surrealismo, de humor y de crítica social, pero, a la vez, ofrece nuevas perspectivas que hacen posible otra película, una un poco más difícil, más crítica tal vez, y que se aleja tanto de la realidad que esta, la propia realidad que nos rodea y (a algunos) aplasta o beneficia, se hace a nuestros nuevos ojos menos creíble que la ficción, por delirante.
— Anécdota III:
La condición humana. Quien haya leído la reseña de la primera parte de la monumental obra de Miguel Gomes, puede que recuerde una anécdota sobre un señor crítico que, algo indignado, no comprendía qué relación había entre Las mil y una noches y la situación de Portugal de un tiempo a esta parte (generada por unas políticas económicas y sociales hechas con el pene, recordemos). Pues bien, este señor no se presentó al pase de la segunda parte, lo que me dejó bastante desolado, por más que le busqué. Esto te hace pensar: la gente hace cosas malas, y buenas también, pero uno sólo presta atención a lo que le interesa, y en base a eso reacciona a cada circunstancia. Así, por ejemplo, un tipo como Mario Conde puede salir de la cárcel, después de haber robado, y sacar un libro, colaborar como tertuliano estrella en programas de Intereconomía, siendo aplaudido por sus intervenciones. Es de suponer que algo ha hecho bien para llegar a ese punto, y por eso mismo se ha podido permitir robar otra vez y seguir sonriendo. Qué sé yo… si al menos fuera un hombre pobre el que robase.
— Anécdota IV:
La perfidia. Siempre me sorprendo cuando veo que, de vez en cuando, hay gente profesional, que se dedica a esto del cine, incluso de forma remunerada, y se marcha a mitad del pase oficial de una película. Es como una especie de traición a su trabajo, o algo parecido. No se pueden juzgar todas las actuaciones, porque cada uno tendrá una razón diferente para marcharse de una sala de cine cuando aún queda un buen rato para terminar una parte de su trabajo, pero la realidad es que eso pasó varias veces cuando aún quedaban unos 30 minutos de El desolado, por lo menos. Pensando sobre eso, tal vez los que lo hicieron pensaban que no se iban a perder nada, que al seguir una misma estructura, la segunda Las mil y un noches se podía juzgar igual que la primera, y tal vez no se equivoquen, como ya he dicho en la introducción, pero también cabe pensar que cada nueva historia ofrece algo nuevo al espectador, y así lo hace, no es una sucesión esquemática de lo mismo, sino que el esquema, sin variar, añade nuevos contenidos a cada pasaje, los cuales siempre dan la impresión de estar a punto de agotar, tan al borde del ridículo (de tan absurdo) como de la genialidad (de tan sensato), pero cuando nos llega ese sentimiento, un nuevo giro ocurre, una nueva observación se da, una nueva imagen agita o silencia, y Gomes hace que te vuelvas a reconciliar con lo que parecía perdido pocos momentos antes.
A falta de ver más, de nuevo, y teniendo en cuenta lo que otras personas presentes comentaban al principio del pase («cómo ha bajado el número de críticos del primer pase al segundo… somos unos auténticos supervivientes»), cabe desear que la tercera parte no sufra un desgaste ante el buen y constante nivel de las dos primeras partes. Después de todo, los críticos no tienen la culpa de no disfrutar de todo el cine que ven. De hecho, nadie es culpable de nada, todo acto —consciente o no— se alimenta de otro anterior o superior, y las diferentes irresponsabilidades, ilegalidades, medidas y acciones, realizadas a lo largo de los años, se van olvidando en una nube de humo que se escapa por una ventana antes cerrada (intoxicando a los que estaban dentro) y ahora abierta. Pero entonces, ¿a quiénes se debería culpar por todo lo sucedido? ¿A todos los que sufren las consecuencias?
Continuará…