“La historia se construye a partir de las mentiras de los vencedores, aunque nunca lo imaginarías al ver las portadas de los libros de texto ni al comprobar que los vencedores son retratados como altruistas muy benévolos y amantes de aquellos pobres y oprimidos que nunca tuvieron una oportunidad para alzarse y escribir sus propios e inciertos relatos en ese misterio que llamamos historia”. Más o menos ésa sería la traducción al castellano de uno de los poemas del estadounidense Lawrence Ferlinghetti, un texto que no es nada difícil de interpretar si lo cotejamos con lo que ha sucedido en la pura realidad.
De semejante poema se extrae el título de la obra que nos ocupa aquí. Las mentiras de los vencedores (Die lügen der sieger), película dirigida por el alemán Christoph Hochhäusler, es una especie de thriller periodístico con importantes ecos políticos que trata de ilustrar lo que Ferlinghetti insinuaba en sus escritos. El escenario es la investigación por parte de Fabian, un periodista de la revista Die Woche, sobre unos casos de envenenamiento que se pudieron producir en soldados alemanes mientras éstos se encontraban en Afganistán. Por otro lado, un grupo empresarial que intenta negociar con un ministro de la nación para que en Bruselas se apruebe una ley acorde a sus intereses de negocio, verá cómo los trapos sucios que intentan airear Fabian y su compañera, la becaria Nadja, les perjudica en la consecución de su objetivo.
El escenario parece estar claro: poder empresarial frente a poder periodístico o cuarto poder, como se le conocía antaño antes de que dicho poder se viera mermado precisamente por la influencia de las grandes empresas. En cualquier caso, el tándem de guionistas Peltzer-Hochhäusler no pretende meterse en este jardín y opta por desarrollar la investigación periodística bajo una concepción más romántica. Y sorprende la desenvoltura con la que se maneja en tales cuestiones, ya que el progreso de búsqueda de información, contraste de fuentes, redacción y edición va acorde a los cánones de la profesión. No es éste un thriller periodístico en el que las diferencias con otros thrillers consistan únicamente en cambiar detectives por periodistas, como por desgracia ha sucedido en varias ocasiones (a la mente de un servidor acude por ejemplo la decepcionante La sombra del poder), sino que aquí se hace verdadero periodismo, más allá de obvias licencias que su condición cinematográfica le permite tomarse (omnipresencia a la hora de acudir a diferentes lugares, búsquedas en Google terriblemente efectivas…).
A partir del punto de partida inicial que se nos plantea, Las mentiras de los vencedores va creciendo en interés hasta alcanzar su punto álgido pasada la mitad del relato, una fase en la que se consigue crear una atmósfera ciertamente inquietante, por más que la narración algo atropellada obligue a no descuidar ningún detalle. Tras esto, el ritmo del filme decae de manera notoria hasta que nuevamente repunta cuando tiene que afrontar el desenlace, bastante satisfactorio y que enlaza a la perfección con la pretensión de la obra.
Sin embargo, Las mentiras de los vencedores adolece de un grave problema como es el montaje, por momentos frenético (la escena del restaurante adquiere un tono casi de videoclip), en alguna escena directamente incomprensible (¿no existía una manera mejor de reflejar los pensamientos de Fabian?) y que puede llegar a agobiar a algún espectador ante el veloz avance de la trama. Por si fuera poco, este vibrante discurrir de tomas se complementa con un trabajo de fotografía empeñado en jugar con los reflejos del cristal, provocando una impresión que la mayoría de las veces sólo contribuye a aumentar el caos técnico de la obra.
Es una verdadera lástima que una película como Las mentiras de los vencedores, que sobre el papel lo tenía todo para resultar notable (la propia intriga que genera el relato, su mensaje acorde a los tiempos actuales, la buena interpretación de Florian David Fitz en su papel de Fabian…) y que además aloja un trabajo de guión bastante decente (si obviamos la inverosímil historia de la actriz en paro), se vea empañada por una excesiva torpeza a la hora de unir sabiamente todas las piezas del puzzle. De cualquier manera, las dosis de emocionante incertidumbre que va dejando la película en su primer tramo son motivo más que suficiente para que ésta no llegue nunca a caer en el tedio y mantenga cierto interés hasta el final.