Este año se cumplen 100 años del estreno en Berlín de Las manos de Orlac (Orlacs hände) del director alemán Robert Wiene (1873-1938), adaptación de la novela del mismo título del escritor francés Maurice Renard (1875-1939). La película cuenta la historia de un prestigioso pianista de fama mundial, Pierre Orlac, que pierde sus manos en un accidente de tren. Para salvar su talento, los médicos deciden trasplantar las manos de un criminal, llamado Vasseur, que acaba de ser ejecutado por asesinato.
Es curiosa la historia de Robert Wiene. Para algunos sus películas Genuine (1920), pero sobre todo El gabinete del doctor Caligari (1920) constituyen el primer capítulo en mayúsculas del expresionismo alemán, considerándose además esta última la película más representativa de ese movimiento y una obra de referencia en la historia del cine. Pero tras estos hitos, la carrera del director alemán se vuelve irrelevante, con títulos que apenas han trascendido y cuyo único film reseñable es este del que estamos hablando, Las manos de Orlac, basado en una historia lo suficientemente atractiva para que además pudiera propiciar varios ‹remakes› posteriores.
En este film, Wiene se aleja del expresionismo de El gabinete del doctor Caligari para aproximarse a la historia desde un punto de vista naturalista, más psicológico y menos abigarrado. Utiliza decorados clásicos, estructurados en líneas rectas y algo desolados, en los que la lucha del pianista contra sí mismo y contra unas manos que parecen apoderarse de su mente toman el protagonismo. Una interesante pelea de la realidad y la razón frente a la irracionalidad pesadillesca.
Es importante destacar al personaje del pianista, el protagonista del film, interpretado por Conrad Veidt (el Cesare de El gabinete del doctor Caligari), cuya presencia y sufrimiento es el principal sustento de la película. Apoyado en la profundidad de su mirada y con un estilo interpretativo de corte expresivo, que contrasta frente al exceso y al histrionismo habitual de la época muda, su ejecución es siempre elegante y de gesto delicado, bien combinada con la angustia y el sufrimiento que le producen el rechazo a sus manos, hechas para crear música pero ahora poseídas por el impulso criminal de quien proceden, siendo esta lucha interior la que compone su actuación.
Además de la interpretación de Veidt, la película se envuelve en la amplitud de espacios, destacando la atmósfera fría e impersonal (con la salvedad de la parte inicial del accidente de tren) que atraviesa una trama que no podemos dejar de observar como un remedo del clásico Doctor Frankenstein, quizás buscando una apariencia algo más sofisticada e introduciendo elementos de thriller policiaco, pero sin alcanzar su carga discursiva ni su profundidad y renunciado a desarrollar su ámbito científico o de ciencia ficción pura para la época.
La película presenta alguna irregularidad argumental, ralentizándose en exceso en su parte intermedia y dando un giro un tanto deslavazado en una parte final, no del todo verosímil y algo atropellado, en su búsqueda por encajar las piezas en un desenlace que sea favorable para el protagonista, donde se acaba imponiendo la parte de la trama criminal, que en mi opinión resulta la vertiente menos interesante de la obra.
De cualquier modo, una obra interesante, con la notable y convincente interpretación de Conrad Veidt, una atmósfera inquietante y un argumento atractivo, a pesar de sus altibajos, pero que de todas formas continúa resultando una obra más que estimable.