En su nuevo cortometraje, el director portugués Pedro Costa se centra en la erupción del volcán Pico do Fogo en Cabo Verde, desde la perspectiva de tres hermanas que se vieron separadas por la erupción.
Durante los primeros cinco minutos del metraje de Las hijas del fuego, esta premisa se ve representada a través de un tríptico que muestra, simultáneamente, a una mujer caminando hacia adelante al lado de una pared con tonos rojos, como envuelta en llamas; otra mujer sentada sobre una playa con restos de la erupción volcánica y tonos ocres en el ambiente; y, finalmente, la tercera mira a cámara a través de una puerta mientras una y otra vez la luz incidente se extingue y vuelve a revivir. En lo que parece una representación cronológica del acontecimiento (respectivamente: el momento de la catástrofe, la desolación posterior, y el recuerdo), estas tres mujeres cantan, simultáneamente, respondiéndose entre ellas. Finalmente, los últimos minutos del corto muestran imágenes de archivo captadas alrededor de una de las erupciones del Pico do Fogo, en concreto la de 1951, completamente silentes y en las que vemos a diversas personas y entornos frente a la presencia amenazadora del volcán.
Costa, que ha abordado la realidad caboverdiana en diversas ocasiones en su filmografía, tanto a nivel local como de su diáspora, plantea aquí una narración experimental en la que utiliza, en primer lugar, la figura del tríptico para conectar a las tres hermanas en momentos separados en el espacio y tiempo, y después complementa con las imágenes de archivo. Es llamativo el contraste visual y sonoro entre ambas partes, que refleja el ánimo dual, representado y documental, de la cinta. De este modo, el tríptico utiliza la música con una función emocional y narrativa y está rodado en digital, con el énfasis habitual del director en los claroscuros, que crea e individualiza a los personajes en relación a su rol simbólico y representativo; es sin duda la parte más bella y memorable del mismo. Por otro lado, lo que viene después tiene, en el cortometraje, una función de captación incidental de la realidad, una suerte de puesta en contexto ya fuera de la elaboración estética a través del mismo, y por eso las imágenes no tienen ningún tipo de acompañamiento estético.
El resultado es fascinante, con esas dos partes en aparente conflicto de forma que, en realidad, se complementan la una a la otra y ofrecen una exploración conjunta de la erupción y su efecto en la vida de los caboverdianos. Sin embargo, los escasos ocho minutos (más créditos) que dura Las hijas del fuego la hacen ver como una idea a la espera de ser desarrollada en un metraje más largo, que por el momento cumple una función más de anticipar esto que de ofrecer una entidad autónoma como obra. Es un buen corto, pero es uno sujeto a dicha condición y expectativa, y como tal, la experiencia termina resultando algo incompleta.