La española Abril vuelve a México para rendir visita a sus dos hijas, que actualmente afrontan diferentes problemas. Clara, la mayor, vive frustrada por su perenne soltería y por el hecho de tener que sacar adelante el hogar familiar. Valeria, todavía menor de edad, se ha quedado embarazada y espera un retoño junto a su novio Mateo. Tal panorama se encuentra Abril al aterrizar en el país pero, lejos de limitarse a ser mera consejera materno-filial, la mujer intervendrá de lleno en el presente y futuro de sus dos parientes más cercanas.
En Las hijas de Abril, el mexicano Michel Franco vuelve a representar un film centrado en el lado más complicado de las relaciones entre seres humanos. Tras filmar historias sobre hermanos, matrimonios y compañeros de colegio, la siempre difícil tarea de ser madre se convierte en el núcleo narrativo de su nueva obra. Pero el cineasta de Ciudad de México no se queda únicamente en la superficie de esta temática, sino que sabe dotar a su protagonista de un aura nada apacible. Además del hecho de que Abril haya vivido distanciada de sus hijas durante largo tiempo y solo haya decidido acudir al continente americano tras la desesperada llamada de Clara, su actitud oscila entre la lógica y la exasperación durante las secuencias que siguen al nacimiento del bebé, por lo que su personalidad termina por generar cierta inquietud.
Ese estado de permanente vigilancia con el que Franco somete al espectador, tal y como vimos en obras como Después de Lucía (imposible no sentir un leve estremecimiento al recordar este título), es la esencia primaria de Las hijas de Abril y el motivo de que esta consiga retener la atención pese a que el inicio de la película no sea estrictamente redondo. No tarda mucho el director mexicano, empero, en desvelar las cartas de su relato. Será entonces cuando se abra la puerta de Emma Suárez, que penetra en su interpretación de Abril con una excelsa gracilidad. Como sucede en tantos otros casos, la intérprete madura se come en pantalla a sus lozanos compañeros de reparto y hace plena justicia a su papel protagonista.
Siguiendo los pasos de Abril, el film se adentra en un área turbia que ni siquiera la belleza de las costas mexicanas (o de la propia Suárez), reforzada por una bonita fotografía, puede compensar. Asistimos entonces al verdadero centro del relato, en el que Franco se deja llevar por alguna circunstancia de difícil encaje (el bobalicón carácter de Mateo destaca sobre todo lo demás) y cuya intensidad transcurre claramente de más a menos, pero en el que se contempla con claridad una notable propuesta, bien estructurada y sin mayor pretensión que contar cómo la lejanía y la envidia pueden destrozar incluso los más íntimos vínculos. Fuera del ritmo general del film se encuentra el desenlace, que posee una dosis de espectacularidad demasiado grande y nada pareja respecto a la tónica general de la cinta como para tomarlo en serio.
Aunque Las hijas de Abril no sea una película tan demoledora como otros trabajos de Michel Franco, parece justo señalar el mérito del realizador al componer un personaje como el de la protagonista y, por consiguiente, una obra que muestra la cara más amarga que puede provocar la prolongada separación entre una madre y sus hijas. Generando por momentos una angustia que ya es marca y seña del cineasta, Franco no se centra sin embargo en elaborar la película con la sola intención de provocar un mal sentimiento en el espectador, sino que este es el mero efecto de lo que se ve en pantalla.