Chela y Chiquita conviven en un bonito piso de Asunción. Tanto la vivienda como otras herencias recibidas les han resultado suficientes como para llevar una vida acomodada y burguesa, al nivel de la que habían desarrollado sus antecesoras. Pero los años pasan y el dinero es una fuente no renovable si no media acción humana de por medio, de manera que ambas se encuentran ante una seria amenaza para conservar su patrimonio. No en vano, Chiquita lo paga con la cárcel. Es en ese momento cuando Chela, cuya existencia hasta entonces había transcurrido sin mayores turbulencias, tiene ante sí el desafío de evolucionar sin su pareja, con el capital menguando y seis décadas de vida a sus espaldas.
Marcelo Martinessi nos introduce en esta historia a través de Las herederas, película paraguaya que triunfó en la pasada Berlinale al llevarse dos Osos de Plata (Premio Especial del Jurado y Mejor Actriz). Un exitazo para una nación que no es de las más punteras de la región en lo que se refiere a la cinematografía, pero que de la mano de esta cinta parece haber convencido a la mayoría de los espectadores. Algo que ha conseguido a través de una narración calmada pero efectiva, en la que se combinan a la perfección varias temáticas que tienen como epicentro el transcurso del tiempo y la capacidad de superación personal.
En este sentido, lo que en sus primeros instantes se podía manifestar como una obra coral, pronto gira la mirada hacia la figura de Chela. Una mujer de espíritu apacible, al nivel de la tranquila vida que ha llevado. No genera demasiada capacidad de ruido ni por sus acciones ni por su fino timbre de voz, pero le gusta que todo salga como ella pretende. El momento decisivo llega cuando tiene que hacer frente a algo que no puede cambiar: el adiós temporal de su eterna Chiquita, hecho que termina de trastocar lo que hasta hace poco tiempo componía una bien planificada vida. Pero Martinessi sabe que todo está compuesto de pequeñas casualidades y una de ellas se topa con Chela para otorgarle la posibilidad de dar ese paso adelante que ya necesitaba.
Por escrito todo parece más claro, pero en pantalla el relato de Las herederas se desvela como una amalgama de escenas que se encuentran casi monopolizadas por cortas conversaciones cuando no silencios. Martinessi elabora un film con una coraza no tan fácil de penetrar en su algo confuso inicio, pero que termina por atrapar gracias al espíritu creativo del cineasta, capaz de añadir humor y esperanza a una historia en apariencia repleta de pesadumbre.
Aunque Las herederas tiene una calidad de base ya de por sí muy satisfactoria, parece evidente que nada hubiera sido lo mismo sin el concurso de Ana Brun. Su caracterización de Chela desprende tanta honestidad que bien pareciera que estamos ante una mujer autointerpretándose. Su susurrante voz y las continuas veces que guarda silencio se compenetran con una mirada entrañable, que deviene en triste, anhelante o pasional según la situación. Brun consigue fundir el personaje con la película, hasta el punto de que muchas veces no sabemos quién conduce a quién, pero sí notamos estar ante una deliciosa retroalimentación entre ambos.
Parece poco atrevido asegurar que con Las herederas estamos ante una de esas películas que convencen en su visionado y cuya impresión, además, se va agrandando cuando uno se detiene al pensar en todos los detalles que nos ha ofrecido a lo largo de su metraje. Tiene mucho mérito alcanzar a la vez estos dos apartados, sobre todo cuando la obra presenta una narración tan reposada. Pero el trabajo actoral liderado por Brun delante de las cámaras y el que realiza Martinessi detrás de ellas, trasladándonos una historia con alma acerca de un personaje que en principio podía pasarnos desapercibido, provoca que esos silencios se traduzcan en sentimientos.