Son contadas las veces en la que uno se encuentra un cine comprometido, un cine que trasciende lo artístico para denunciar situaciones inadmisibles. En América Latina es prácticamente un género en sí mismo, fuertemente explotado, y Las elegidas de David Pablos da buena cuenta en ese aspecto. Su historia nos sitúa con una familia aparentemente normal. Ulises es el hijo menor, y está comenzando una relación con Sofía. Lo que ella no sabe es que está a punto de entrar en el negocio familiar a la fuerza.
El mexicano David Pablos (La vida después), firma una cinta-denuncia que pone el acento en la trata de blancas. Rodada en su Tijuana natal, nos transporta a los bajos fondos de un negocio sin escrúpulos, donde las menores sólo sirven como mercancía en manos de usuarios inertes. Pablos se centra en las víctimas de rostro languidecido, de expresiones desaparecidas, de carmín y máscara de pestañas, de inocencia interrumpida, de hieratismo gélido. Para ello se vale de la sutileza, arma indispensable a la hora de relatar el infierno de estas niñas obligadas a jugar en un mundo de adultos, los mismos que la utilizan como juguetes rotos para satisfacer su ansia, su sed y su poder.
Las elegidas consigue revolver el estómago, sacar la rabia desde dentro, pero también se permite ciertas licencias narrativas para presentarnos un thriller muy digno. Ulises, desesperado por recuperar a Sofía, intentará, por todos los medios, sacarla del lúgubre burdel en el que él mismo la ha colocado. Comienza entonces la guerra de la seducción, del embelesamiento profano y, nuevamente, de los engaños y trampas, como si de un proceso cíclico se tratase. La historia se repite una y otra vez, pero Ulises no tiene más remedio que ceder ante un padre y un hermano autoritarios y amenazantes, porque sabe que la traición en su familia tiene un alto precio. Mientras tanto Sofía seguirá atemorizada por los sonidos de su sexualidad arrebatada, absolutamente alienada y alejada de la realidad, que ahora sólo cuenta con rostros masculinos de miradas desconocidas. Nancy Talamantes da vida a esta Sofía en un alarde de contención. Su labor es dura y su papel comprometido, pero ella permanece estática, desafiante y, sobre todo, fría, como alejada de esa realidad que le ha tocado interpretar. Lo que nos llega de ella es esa incomodidad que intenta sortear de la mejor forma que sabe. Su dulzura e inocencia se las han robado, pero su fuerza y su espíritu parecen seguir todo el rato con ella, aunque escondidos para que no se los quiten.
En toda esta visión plagada de frivolidad y de una calculadora atmósfera, Pablos deja rienda suelta para un atisbo de calor, el único resquicio de esperanza que Las elegidas nos deja ver. Lo demás no son sino sórdidas perversiones que sólo dan paso a arranques violentos de ira, dentro y fuera de la pantalla. Y es que, al final Las elegidas no es más que una historia de ficción que ocurre todos los días en nuestra realidad.