Una de las indeseables consecuencias de las revoluciones árabes que arrancaron en 2010 en Túnez fue el auge del extremismo islámico, como reacción ante su persecución y la posible renovación cultural, social y política de la región, que acabó en guerras civiles y la captación de jóvenes para la causa a través de un proceso de radicalización, que les lleva a renegar de sus familias y abandonarlas. En medio de este contexto de inestabilidad y conflicto social y religioso sucede la historia real del relato de Olfa Hamrouni. Dos de sus cuatro hijas se sumaron a la lucha del Estado Islámico en Libia, dejando atrás a su madre y hermanas, desapareciendo de sus vidas. Su trágico caso llegó a la opinión pública hace años, cuando Rahma y Ghofrane se convirtieron en terroristas en búsqueda y captura. El documental Las cuatro hijas (Les filles d’Olfa, Kaouther Ben Hania, 2023) intenta dar sentido al dolor por su ausencia a través de un dispositivo que combina la recreación con los testimonios a cámara, mostrando en todo momento la naturaleza de ficción de las escenas dramatizadas (enseñando su proceso de producción), que explican las condiciones de su entorno, los antecedentes sociales y personales que las llevaron a tomar esa decisión.
Esta interacción directa entre la puesta en escena de momentos clave en la vida familiar durante su infancia, con el comentario directo de sus protagonistas y testigos, le aportan a la película una capa intertextual enfocada principalmente a explicar desde una perspectiva emocional lo sucedido —con la ayuda de las hermanas, Eya y Tayssir, que muestran el trauma que han experimentado—. Algo que la distancia de Rabin, the Last Day (Amos Gitai, 2015), que combinaba recursos narrativos similares, pero separando claramente las imágenes reales de las reconstruidas como docudrama más convencional. De hecho, este dispositivo metanarrativo es tan importante para la directora que en algunas secuencias parece que recae todo su interés más sobre éste que sobre la narración de los hechos o sus protagonistas, presentes en el largometraje. Algunas de los fragmentos ficcionados son más bien anecdóticos y su selección parece arbitraria. La excesiva autoconsciencia de estas mujeres delante de la cámara juega en contra de las intenciones de la cinta, que deriva a veces en un ejercicio performativo cargado de ambigüedad, cuyo valor es muy cuestionable más allá de la búsqueda del efectismo.
Las cuatro hijas funciona como el reverso oscuro de la optimista As I Open My Eyes (À peine j’ouvre les yeux, Leyla Bouzid, 2015), en la que se hacía una panorámica de la situación de la juventud tunecina previa a la Revolución de la Dignidad desde una perspectiva optimista ante los cambios que estaban por venir —dentro de la incertidumbre que generaba la creciente agitación social—. A través de las entrevistas y de las espontáneas interacciones entre las hermanas, las actrices que encarnan a las ausentes, su madre y la actriz que la representa, se va desgranando la situación de las mujeres en Túnez desde las descripciones particulares de sus experiencias personales. El peso de la tradición, la opresión cultural y social, la violencia sexual o el control de sus cuerpos en un sentido u otro —según viniera de la fiscalización laica del régimen anterior o de los autoritarios preceptos islámicos y patriarcales impuestos— dan pie a introducir ideas sobre la interiorización e instrumentalización de las mujeres en su misma opresión. Una opresión que se identifica también en la estricta crianza a la que fueron sometidas las hermanas y su madre antes, que sirve para que los radicales islamistas impongan con mayor facilidad sus ideas de virtud, buenas maneras y comportamientos simbolizados en el nicab, el velo que cubre los rostros de las mujeres adheridas por condicionamiento u obligación a estos sistemas de creencias.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.