En el segundo largometraje del animador húngaro Áron Gauder, la resistencia de unos nativos americanos frente a un proyecto de oleoducto que amenaza con destruir su tierra sagrada da lugar a la narración de su historia sobre la Creación. En este relato, un anciano creador concibe la tierra y la vida a partir de un océano primigenio, pero sus planes para elaborar un mundo idílico y equilibrado se van al traste cuando el coyote, ser engañoso y taimado por naturaleza, lleva el caos y la muerte. Del coyote nacen los humanos, quienes deberán decidir cuál es su sitio y relación con lo que les rodea. Paralelamente, una pareja de humanos, creados por accidente y arrastrados muy lejos de allí, han dado lugar a otra forma de ver y entender el mundo, influida por el dogma cristiano del pecado original.
Las intenciones discursivas de Las cuatro almas del coyote quedan claras incluso en el primer minuto de la cinta, cuando una serpiente —que más tarde veremos que representa a la serpiente tentadora de Adán y Eva— se transforma en el oleoducto que amenaza con cargarse la montaña donde se hallan los nativos. Gauder traza aquí una relación clara entre el propósito destructivo y expoliador del colonialismo y el modelo capitalista resultante y la separación esencial de sus perpetradores de las raíces y la conexión con la naturaleza. En su representación, hay un claro señalamiento hacia la cultura humana ahora predominante, que ha perdido la empatía hacia lo que le rodea; sin embargo, también se ve como una consecuencia dramática de su propia condición de exiliados. Con ello, el mensaje anticolonial y ambientalista del director se construye, sin dejar de cargar tintas y responsabilidades, desde una perspectiva de lástima y de esperanza en que esta conexión algún día se logre regenerar, más como una llamada de atención desde dentro que como una condena desde una atalaya moral.
Y es que, pese a que el director se muestra genuinamente interesado y preocupado por los relatos nativos y su visión del mundo, su principal base emocional sigue siendo la visión que mejor conoce, es decir, la europea criada en una configuración cristiana y desarrollada en lógicas capitalistas, y es a este público al que se dirige, no a los nativos, para ayudarles a crear conciencia y que se planteen su relación con la naturaleza a través de las enseñanzas que se derivan del relato. Esto, más allá de las buenas intenciones, es una limitación que resuena sobre todo en la forma en que conecta la mencionada historia de la Creación con la problemática actual del oleoducto; ya que, por mucho que Gauder sienta que es su obligación redirigir lo que ha decidido narrar hacia la lucha ambiental para generar algo con lo que su público objetivo se identifique, esto último termina resultando anecdótico, algo torpe e ingenuo en una historia que, en el fondo, quiere tener mucho más que ver con la épica ancestral y la fascinación genuina por esas formas de entender el mundo que para él son algo a descubrir y difundir.
Por ello, lo que hace de Las cuatro almas del coyote una experiencia tan satisfactoria no es su urgencia ambientalista, que despacha en un prólogo y epílogo que no termina de conectar bien con el grueso de la cinta, sino la exploración fascinada que realiza del mito fundacional del mundo según los nativos, la visión del anciano y la lucha con el coyote por no perder el control del mismo, y el rol de los humanos en todo esto. Lo más interesante de este relato, en mi opinión, es que el coyote, como los humanos exiliados que se volvieron colonos, no surgieron fuera del plan original, sino que son, en esencia, el producto de los planes del anciano y de sus propias limitaciones a la hora de entender lo que ha hecho. Esta imperfección del creador y de su obra resulta en una perspectiva bastante curiosa, porque genera un conflicto a la hora de afrontar lo que en otros relatos se identificaría como el mal o el pecado, algo a erradicar; pero que aquí forma parte esencial de la propia concepción del mundo y es una consecuencia directa de las acciones de su creador, por mucho que él mismo no lo comprenda. El resultado es algo que Gauder interpreta en un tono esperanzado y conciliador, lo cual está bien hilado pero que termina, en mi opinión, sin transmitir del todo bien debido a los problemas mencionados anteriormente para hilar el relato y el presente.
Más allá de su mensaje y de las dificultades que halla para concluirlo, la película termina funcionando, si bien no del todo en su conjunto, sí en el aspecto que define como el más importante y que ocupa la mayoría del metraje. En su historia central, los personajes del anciano y el coyote resultan de una complejidad fascinante, y el segundo es, más allá de su rol simbólico, un villano muy entretenido. La violencia descarnada de lo que se muestra —no escatima en sangre y vísceras—, lejos de generar un ambiente en exceso sórdido, se adapta bien a una estética muy lograda y que está claramente influida por el estilo de las obras del estudio Cartoon Saloon, combinándolo con referencias a representaciones artísticas indígenas y una banda sonora inspirada en piezas musicales de autores nativos, para dar un resultado muy curioso y eficaz en último término y para demostrar el respeto que Gauder siente hacia los elementos culturales que le inspiran, en el que se convierte en el mejor reflejo de su compromiso personal y el valor más cohesivo de su obra.
