A veces es difícil distinguir entre libertad creativa y ‹brainstorming› donde todas las ideas son tan buenas que parece de vital importancia que entren en el producto final. Da igual a qué conflicto apliques esta afirmación. Noémie Merlant alimenta su imaginería feminista con las ideas que valoran a un tiempo Céline Sciamma y Pauline Munier. Tres podrían ser multitud en un guion si no consideramos que son tres los personajes principales de su nueva película y que tres chicas no implican tres puntos de vista distintos sino tres gritos conjuntos sobre estar viva, tener calor y ser puteada por el simple hecho de ser mujer. Y esto es solo la bienvenida a Las chicas del balcón.
En su compromiso con la historia, Noémie Merlant dirige, co-escribe y co-protagoniza Las chicas del balcón mientras hace malabares con la corrección social y el clarísimo mensaje que quiere hacer llegar. Para ello se alimenta de múltiples géneros y acepciones que sirven para colorear en exceso la película. Este exceso es disfrutable pero también agotador, lo que emite señales confusas pese a querer ser totalmente contundente frente al abuso y sobre la sororidad.
Tenemos así en un balcón a una escritora, una ‹cam girl› y una actriz que en plena ola de calor marsellesa conectan con el fornido chico de enfrente. Podría comenzar como cualquier comedia pseudo-romántica esta historia si no fuese clara en sus intenciones con el modo tan específico de presentar a sus personajes, porque no estamos ante mujeres ingenuas ni ajenas al mundo pese a enmarcarlas en unos perfiles tan arquetípicos, es solo el inicio de convertir a personas normales en superheroínas poderosas para sobrellevar como buenamente puedan la realidad que cuelga del techo. Las chicas del balcón es una película camaleónica, va mudando de piel según el personaje que quede al mando de la acción pertinente en cada momento. Tenemos la comedia “almodovariana” inicial, pasando por el terror y el drama más abrupto o la comedia sobrenatural que juega entre un Atrápame esos fantasmas y un Chambre 212, incluso conectando el ‹screwball› con el trato del cuerpo femenino. El caso es que hace calor y las tres deben unir sus diferenciadas pero compaginables mentes para salir adelante pese a que no arrastran simplemente un cadáver físico, sino que uno mental aflora para cada una de ellas. Merlant no quiere dejar a nadie atrás y las tres encuentran un equilibrado protagonismo de sus propios problemas, del mismo modo que resuelven los mismos de un modo adaptado a sus complejas personalidades. Esto nos lleva a todo tipo de excesos y expresiones tanto verborreicas como visuales, donde el completismo es vital para ser contundente, y para ello solo hay que pensar en escenas que materializan la emocionalidad de cada una de ellas. La escritora se enfrenta a la culpa conectando con el más allá de un modo que se equipara a la escritura, llevándose algunas de las iluminaciones más fantasmagóricas; la actriz se muestra transparente en una escena donde se abre frontalmente de piernas durante una revisión ginecológica, subrayando la violenta y absurda situación frontalmente y sin miramientos frente a la cámara; la ‹cam girl›, un espíritu libre e incapaz de soportar las medias tintas se lleva la peor parte al ser la encargada de poner en valor que mostrar tu cuerpo a voluntad no es llevar un cartel colgado que diga que eres un buffet libre para los hombres. Icónica es la escena en la que, con su chat vacío de ‹voyeurs› por no ofrecer ya lo que ellos buscaban confiesa frente a la cámara lo realmente ocurrido, momento en el que sí aparecen sus amigas para apoyarla.
Es entonces cuando piensas que hay tres películas en marcha sobre un mismo tema, pero no, son muchas más las posibilidades que contempla Noémie Merlant, todas igual de válidas para ella y por tanto todas presentes, y aunque es difícil saber con qué parte acierta realmente, lo bueno es que mantiene un mismo objetivo en todo momento, que es el de hablar de amor propio en femenino, algo de lo que todas las implicadas —guionistas, directora y actrices— está claro que saben de su existencia y eso, pese a que en ocasiones gane la mofa o se desvíe la atención, se aprecia en todo momento. Las chicas del balcón es muy de calor sofocante y grito alegre dentro de la desgracia más aberrante y, tras la lluvia, solo importa el mensaje: juntas, siempre más fuertes.
