La noche, esa que dura toda una vida, una paralela y artificiosa que se distorsiona, pero que tiene un inicio y un fin, el de la otra vida ordenada a antojo que espera otra noche para volar. El día oscurece, las luces hacen acto de presencia, el aire es distinguido y propone llevarnos por algún momento desconocido. Perderse es la opción más recomendable.
Lily es el gato que corre por las esquinas de noche sin importarle la presencia de extraños. No pierde la mirada desafiante cuando se para a observar, como no pierde la esencia de su día a día, sólo por haber cambiado la tonalidad del cielo.
Y es que durante el día se nos presenta una chica joven y alegre que rueda por las calles de Madrid repartiendo flyers y consumiciones gratuitas, pero toda jornada laboral tiene una hora de cierre, el momento perfecto para resetear y comenzar de nuevo. La noche decide acogerla con sus largos y salvajes brazos, la trae hacia sí y la alimenta con sus intimidatorios brebajes.
Lily interactúa con amigos y desconocidos, destrozando la barrera de la confortable soledad a base de alcohol y drogas, mostrando de vez en cuando, por algún descuido de la deshinibición, sus verdaderas cartas, ese rostro gatuno con unos determinados sentimientos enlatados en las circunstancias de su vida.
La perseguimos por los barrios de Madrid, nos desviamos con la gente que la rodea y construimos la imagen proyectada y otra demasiado real en este trayecto de largo recorrido que no propone un final, sólo plantea la noche y todas sus tonalidades.
Porque Lily es el contenedor, la historia desborda por todos los poros de su piel, de un modo ameno, fresco y sutilmente intenso, fomentando ese vicio tan nuestro, el de meterse en la vida de otro, a bocajarro, contemplando el lirismo de su nocturnidad.
Hay que admitir lo divertido que es conocer a alguien pasado de tuerca, para asociar después cuál es su estado de sobriedad social. Son tan íntimos los desfases etilico-festivos, donde sueltas cada músculo hasta desprenderlos por completo de su mandatario, el cerebro, cuando el más perjudicado es la codiciosa lengua, que escupe toda la valentía de una sola vez.
Las aventuras de Lily ojos de gato es una parada obligatoria, donde Ana Adams, el alter ego de Lily, se muestra franca y natural, no es la mujer perfecta que algunos ven pasar, es una mujer real que consigue perder el control como válvula de escape para después seguir con su vida. La noche queda retratada, es ágil y resolutiva, un aspecto pasajero que todo el mundo debería experimentar para reconocer el día después. Ella es el punto luminoso que seguir en una noche cualquiera, una tan definitiva como cualquier otra, con largas carreras por las calles, con voces quebradas y gestos cansados, con rabia y alegría, con un todo que encandila.
Vivir al calor de un cigarro mal encendido y dialogar de lo hermosa que es la vida y lo olvidada que tiene tu presencia, acuciando una mirada felina hacia ningún lugar concreto y después poder afirmar que mañana todo será… otra vez igual, o tal vez parecido, pero nunca peor. Total, la promesa de comerse el mundo finaliza al alba.