Las altas presiones (Ángel Santos)

Abandonar el lugar donde creciste para empezar una nueva vida en otro sitio siempre es una acción que requiere un cierto valor, no todo el mundo se puede enfrentar a la incertidumbre sobre lo que le deparará su nuevo destino. Pero quizá más duro sea volver a los orígenes y comprobar cómo el vínculo entre individuo y tierra natal ha quedado derruido en buena parte. Es lo que le sucede al protagonista de Las altas presiones, segundo largometraje del realizador gallego Ángel Santos tras Dos Fragmentos / Eva (2012). Cuando Miguel vuelve a Pontevedra por motivos laborales, el pasado, presente y futuro de su vida se une en un mismo punto, se da cuenta de que el tiempo que ha pasado a través sus vivencias fuera de allí han convertido en un mero recuerdo los años que pasó en la tierra donde por primera vez vio la luz. Le resulta muy difícil asociar ambas experiencias, hasta el punto de que se pierde en complicados amoríos y, al menos en un principio, no atiende con buenos ojos la presencia de antiguos compañeros de fatigas.

Miguel es un tipo de apariencia seria, no le agrada en exceso el ambiente social y tampoco goza de un gran gancho para formar una relación seria. La película se centra casi por completo en construir su psique a la hora de afrontar el retorno a casa, darse cuenta de cómo el paso de los años ha derruido buena parte de su identidad. Andrés Gertrúdix interpreta un papel muy similar al que ya vimos el año pasado en El árbol magnético, que también situaba a su personaje en una órbita complicada por el choque entre lo que fue y lo que actualmente es. El actor madrileño es lo mejor (sin llegar a deslumbrar) de una cinta que muestra bastantes altibajos.

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Lo que Ángel Santos quiere mostrarnos es el acercamiento más natural posible a lo que sería una “vuelta a casa” hoy en día. Aparecen temas redundantes como el amor o la amistad, pero también otros con una importante conexión respecto a la actualidad y que se resumen en el impacto de la crisis económica en la juventud, tanto en un presente destrozado por el gran desempleo como en un futuro plagado de incertidumbre y falta de esperanza, tanto en lo que se refiere a lo meramente laboral como, y en consecuencia con lo anterior, a lo personal. Miguel, por fortuna, no tuvo que emigrar demasiado lejos para trabajar: reside en Madrid y se encarga de buscar localizaciones para rodar películas, por encargo de una productora. Pero su vida social está hecha trizas, se le nota en cada mirada y en cada gesto. Por eso ve con tanta ilusión la presencia de Alicia, una joven enfermera de la que se queda prendado a primera vista. Aquí dará comienzo un tira y afloja emocional que se prolongará a lo largo de la obra.

Sin embargo, esta premisa de aportar las mayores dosis de realismo posibles a la narración se encuentra con diversos obstáculos durante los 95 minutos que dura Las altas presiones. El más obvio es el cierto desapego respecto a los personajes, que por momentos dan la sensación de no estar todo lo elaborados que necesitaran. No metemos al protagonista en este saco, ya que el no mostrar claras sus motivaciones es algo intrínseco al papel. Esta carencia de definición provoca que algunos pasajes de la cinta se hagan algo cargantes. Santos intenta abarcar lo máximo posible y, como consecuencia de ello, se rompe el tono intimista que al comienzo de la película parecía mostrar.

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Aunque irregular en su desarrollo, Las altas presiones cumple con el cometido último de reflejar los problemas identitarios de un joven a la hora de mantener un equilibrio entre sus orígenes y su trabajo, con el evidente problema de no ser capaz de vivir una vida plena en el aspecto personal y social. Buena puesta en escena, mejores interpretaciones y una fotografía desgastada que le aporta más sentido a la propuesta de Ángel Santos. Faltó condimentar con algo más de pimienta estas buenas intenciones, ya que el lazo de unión que trata de construir con el espectador acaba perdiendo bastante de su tejido a lo largo de intrascendentes minutos. Pero el resultado es suficiente para permanecer atentos a lo que pueda deparar en un futuro la filmografía de uno de los integrantes del «novo cinema galego», tal y como se ha denominado a esta corriente que proviene del noroeste español.

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