Puede que el desenlace de Lapsis no sea todo lo satisfactorio que uno desearía. Su enigma, su incógnita, acaba por ser uno de esos misterios insondables ante los que uno piensa siempre que hay más donde rascar, que solo se nos ha mostrado la superficie de algo muy complejo (y también espeluznante). Sin embargo, esta no es una película que se pueda (y deba) juzgar por sus ausencias sino más bien por aquello que nos ha mostrado. Lapsis es la constatación de que a veces algo resulta mucho más sugerente cuando se nos es escondido a plena vista, cuando el viaje es más satisfactorio que la propia meta.
Noah Hutton nos ofrece en Lapsis uno de esos productos de ‹low sci-fi›, una distopía enmarcada en un mundo real y reconocible cuyo naturalismo en su dibujo genera ya de por sí inquietud. Al fin y al cabo, nada es más aterrador que aquello que se asume que no es real pero podría serlo perfectamente. Y es que todo en el lenguaje, en las descripciones y en los elementos que configuran el filme no es desconocido, sencillamente es otra mirada, un desvío plausible que nos habla de corporaciones tecnológicas, conspiraciones, sometimiento de la sociedad y confusión de identidad. Temas que nos evocan al Cypher de Vincenzo Natali cambiando el disfraz de thriller de espionaje industrial por el cine social con comentario de denuncia.
Porque, más allá de los elementos ficcionales, Lapsis encierra una crítica sugerente y acerada en torno a los beneficios de la tecnología y los mensajes al respecto del triunfo y a base de esfuerzo. Estamos pues ante un artefacto que funciona como bola de demolición contra todo este mecanismo de dominación que se presenta a sí mismo como beneficioso (incluso para la salud) para el corpus social.
Claro está que esto no es un filme social al uso. De hecho, lejos de la discursividad política explícita, estamos ante un ejercicio de sátira profunda, de contemplación de arquetipos de trazo grueso, tan reconocibles que son eminentemente paródicos. Pero solo en cierta manera. Este es sin duda el punto fuerte de Lapsis, presentar ciertos tópicos, reducirlos al absurdo y al espantajo, pero hacerlos tan fácilmente asumibles como propios, tan propensos a la identificación propia que se puede pasar de cierta mirada escéptica a pasar verdadera angustia ante lo sucedido, más si se viste de tecnología tan cotidiana como de apariencia monstruosa.
Cierto es que no todo funciona como debiera, fundamentalmente en cuanto a ritmo y en sus pasajes más divagantes. Hay demasiadas trampas argumentales, demasiados señuelos que buscan desvíos de atención a modo de acrecentadores de misterio, pero cuya escasa sutileza dirige más hacia un desconcertante desinterés que hacia la suspensión de incredulidad buscada. Algo que, por fortuna, se desvanece en favor de una resolución más compacta y un enfoque más directo de los conflictos expuestos.
Como decíamos, no todo queda realmente resuelto en el filme de Hutton. A pesar de los pequeños triunfos parciales que podrían invitar a una interpretación optimista hay una voluntad de exposición de esta semirealidad como un bucle de imposible escapatoria, de realidad mutante y adaptable y por tanto invencible. Quizás precisamente esta idea siempre escondida fuera de campo es la verdadera naturaleza del filme: la imposibilidad de escapatoria del sistema en su forma real o distópica.