Con la II Guerra Mundial, hablando en términos estrictamente cinematográficos, ocurre algo similar a lo que sucede con la Guerra Civil Española, un cierto hartazgo de ver los mismos temas una y otra vez repetidos. Nazis malísimos torturando a judíos, campañas aliadas con la bandera de la libertad por delante frente a la deshumanización germana, pueblo alemán pasando miserias debido a las “locuras” de sus dirigentes y así, un largo etcétera. No, no estamos ni mucho menos banalizar el horror nazi, pero si tratando de reflejar un sesgo maniqueo, hiperbólico en el retrato de lo alemán durante la guerra. Una situación, claro está, que tiene sus excepciones honrosas como por ejemplo Stalingrado de Joseph Vilsmaier o el film que nos ocupa, Land of Mine (Under Sandet en el original).
La idea fundamental del film, más allá de una cierta planicie formal cercana al convencionalismo del “basado en hechos reales”, es dotar de dimensión humana a todos, y queremos subrayar ese “todos” los personajes. Es evidente que se necesita una presentación y dotar de cierta ideología, carácter y situación contextual y por ello hay que remarcar la condición de vencedores a los daneses y de perdedores a los nazis. A partir de aquí, aunque las referencias al tema se extienden durante todo el metraje, se incide más en la evolución de todos ellos, en la aproximación, ni que sea a través del dolor y de la pérdida a lo que nos une, a la humanidad intrínseca de cada uno.
Partiendo de una escena inicial de humillación de vencedores a vencidos, vía Sargento malhumorado danés, se nos pone en situación rápidamente: una misión casi suicida de desactivación de minas en la costa a cargo de jóvenes soldados nazis. Una misión que no es tal, sino más bien un castigo, una venganza. Es posiblemente en esta introducción donde el film resulta más original, al introducir escenas cargadas de tensión, de esperas inacabables, donde el clímax se estira como un chicle, sorteando lo tópico y buscando lo inesperado, sea por los sucesos per se (y la forma en que ocurren) como por la forma de filmarlos en sucesivos fueras de campo angustiosos.
A partir de aquí hay un desarrollo un tanto tópico en cuanto al modo de relación entre sargento y soldados. Del odio y el desprecio, del abuso de poder, a la comprensión mutua, al descubrimiento de que más allá de lo ocurrido en la guerra estamos ante personas que sufren, que tienen sus necesidades afectivas y emocionales. Una evolución que si bien decíamos era tópica en su formulación es destacable por sus tiempos, por su capacidad de saltarse lo lineal, de sufrir altos y bajos, creando una atmósfera y unas relaciones causa-efecto de contrastada verosimilitud.
Cierto es que hay espacio para un cierto maniqueísmo, esencialmente en el retrato de los soldados y altos mandos del ejército aliado, mostrados como robots sin compasión y protagonistas de una escena de alto voltaje en cuanto a la humillación que imparten. No obstante, a pesar de la exageración (no tanto del acto, perfectamente plausible sino más bien en su caracterización robótica y hierática) su presencia no desentona sino que funciona tanto como espejo a no imitar como de mecanismo disparador de compasión y empatía en el resto.
Land of Mine es pues un film que aún sin aportar nada fuera de lo común en cuento a riesgo formal, si es destacable por su esfuerza en nivelar al ser humano, a equipararlo en el tratamiento y no entrar en el peligroso juego de la catalogación “buenos y malos”. Un método que permite hacer del film un alegato antibélico de formas suaves pero robustas, capaz de profundizar sin excesos y, sobre todo, dar espacio de reflexión al espectador.