El martirio del imberbe Neto es la historia que describe la ópera prima de la directora brasileña Laís Bodanzky. Un viaje desde la cumbre que se ubica en la casa de los padres del protagonista, un matrimonio maduro de clase media. El benjamín es un estudiante reservado que, como muchos amigos de su edad, fuma porros y bebe copas para divertirse. Aunque con su aspecto aniñado no se oculten los veintitantos años de Rodrigo Santoro, el actor que lo encarna, el periplo vital abarca su paso de la juventud a la madurez, por hospitales psiquiátricos y regresos al hogar paterno, en un descenso a los infiernos, propio de un melodrama clásico, de manual.
Bicho de de sete cabeças es el título de una canción del año 1979, escrita por Geraldo Azevedo, un tema que cantaba con Elba Ramalho, título que presenta también la primera película dirigida por la cineasta. Sumada a otras como Chega de saudade y Como nuestros padres se podría enfocar una trilogía de films inspirados en composiciones de la música popular brasileña. En efecto, desde el inicio de la cinta, la música de grupos pop, rock y cantautores, modulan los giros, secuencias importantes y otras escenas de Bicho de siete cabezas, una obra que no llega a resultar tremendista ni tampoco recurra al efectismo, a pesar del planteamiento directo como film de denuncia contra las instituciones mentales de Brasil.
El guión se basa en un libro del escritor, ya desaparecido, Austragésilo Carrano. Un joven que, durante los años setenta, fue internado para curar su supuesta adicción a las drogas, después de que su padre encontrase unas pastillas y cigarrillos de marihuana entre sus ropas. Mientras que la historia real acontecía a mediados de aquella década, las secuencias del film no concretan la época, más cercana a la actualidad. Aunque la apariencia de las clínicas y hospitales sea propia de esos años, el contraste del atrezo, banda sonora y vestuario se asemeja a una ambientación similar a la de los ochenta y noventa. Esos centros en los que sufre tratamientos con medicaciones narcóticas, encierros e incluso terapias con descargas eléctricas, son los causantes de una locura inducida al paciente protagonista, implicado en sacar adelante un papel favorable para figurar en los premios al mejor actor dramático, galardones que obtuvo el intérprete en varios certámenes.
Laís Bodanzky despliega una puesta en escena vibrante pero monocorde, por el uso constante de la cámara en movimiento continuo, por medio de la steadycam, siguiendo siempre a sus personajes en travellings circulares, desplazamientos y panorámicas de trescientos sesenta grados, alrededor de las sórdidas dependencias sanitarias que recluyen a los enfermos mentales. Esto confluye en un lugar común que puede recordar otros films de psiquiátricos como Alguien voló sobre el nido del cuco o Doce monos, detalles que no ayudan para que la realizadora encuentre un discurso audiovisual propio. Tampoco en sus influencias provenientes de films sobre prisiones o correccionales como Pixote o Bad Boys, aunque con la ventaja de sacarle mayor partido a esos escenarios realistas.
De todas formas el ritmo ágil, unido a un metraje breve que apenas pasa de los ochenta minutos, son elementos que logran que sea un relato digerible de un padecimiento personal muy intenso. Tal vez las mejores secuencias sean las del primer tercio, en el que se retrata con naturalismo la diferencia generacional entre Neto y su padre, progenitor superado por unas circunstancias del joven que no es capaz de comprender ni afrontar. La carta con que se abre el largo ‹flash forward› que da inicio al film, una misiva dirigida al padre que, más adelante, tendrá su correspondencia narrativa. También destacan el uso de insertos saturados de luz o solarizados, después de que el protagonista tome las primeras pastillas en el psiquiátrico, unos planos psicodélicos que operan de la misma forma que si estuviera ingiriendo estupefacientes, consiguiendo con esa textura visual, una crítica directa al efecto terapéutico que no se consigue con el tratamiento farmacéutico. Quizás sean estos aciertos en el tratamiento de imagen, sonido y estructura narrativa, los que anticipan a la futura directora de Como nuestros padres.