Un travelling a través de la ventana de un tren nos abre la vista a unas calles de París que aparecen teñidas de azul y rojo debido a la iluminación de la capital francesa. Entretanto, y en contraposición, Klotz nos presenta a los dos protagonistas de su L’âge atomique recubiertos por una luz blanca mientras una conversación como cualquier otra nos acerca a esa generación que les concierne a ambos, tanto Victor como Rainer, y que sirve como balanza para bascular las posibilidades de un relato del que bien pronto obtenemos las señas necesarias.
El siguiente escenario no tarda en hacer acto de presencia en forma de interior de discoteca que nos muestra una nueva paleta de colores sobre las caras de nuestros protagonistas, introduciendo también nuevos elementos que contribuyen a una despersonalización reflejada en diálogos que confieren un halo distinto a esas dos figuras y las recortan ante un torrente donde otros significantes aparecen para retratar los personajes como simple ente físico en un sentido más material. Aquí, tanto los apelativos más triviales como las apariencias cobran vital importancia, en especial en esa secuencia donde Victor se ve rechazado bajo una gama de tonos fríos primero, y cálidos después que nos advierten cual es el cauce de la conversación entre él y otra chica.
Ese rechazo conlleva la frustración y con ella el retorno a unas calles que nos devuelve su lado más terrenal e incluso hurga en los dramas personales atisbando soluciones que no se presumían tan sencillas y que, sin embargo, les llevarán a una reyerta salida de la nada en la que esas sensaciones adquiridas dentro de la discoteca tomarán nuevos tintes: ante esa situación, el clasismo y las etiquetas salen a flote para dejarnos ante el fiel reflejo de unos individuos que parecen revelar más por su aspecto que por el propio carácter que puedan mostrar. Así, los efectos materiales (de nuevo lo material) cobran una especial significación, en esta ocasión en boca de uno de los protagonistas que eleva la discusión a una verdadera confronta tras la cual la consiguiente contienda se dará cita. En ese momento, Klotz emplea la banda sonora como elemento distanciador para alejarnos de una contienda que tiene en esa reyerta una consecuencia lógica pero no un punto determinante para comprender hacía donde quiere dirigirse la cineasta francesa.
La aparición de una muchacha que parece devolvernos a una suerte de génesis es el momento preciso para emprender un viaje que tiene mucho de íntimo y algo de iniciático en esa inmersión en un lugar menos viciado de lo habitual que nos acerca con una mirada distinta de la que hasta ese momento había circundado L’âge atomique y nos sumerge en un universo bañado enteramente por una luz natural que se antoja lejana a todos los parajes descritos anteriormente, incluso en los momentos más fraternales de ambos protagonistas que cobran en este último pasaje especial importancia.
Su estructura narrativa funciona a la perfección como representación de ese mundo dúctil que en parte no es más que un reflejo de la condición de sus propios habitantes, además de describir con trazo la configuración del mismo tanto en las situaciones propuestas como en un carácter, el de Victor y Rainer, que parece arremeter precisamente contra aquellos ambientes en los que se mueven, mostrando así la naturaleza contradictoria de un ser, el humano, que incluso mantiene con cierta estoicidad la mirada ante determinadas situaciones.
También acierta en esa parte del retrato Kotz: las caras de los protagonistas no encuentran sobre su tez una luz neutra en casi ningún momento, las atmósferas y ambientes son más bien intensos e incluso las interacciones se saldan siempre con un espíritu agresivo que rodea una extraña generación cuya redención pone la cineasta gala en manos de una vuelta a aquellos elementos purgadores que precisamente sirven de trampolín para encontrarnos, esta vez sí, de frente a frente con la cara más recóndita de dos muchachos ni en cuyas miradas se puede percibir el vacío ante esa generación no pocas veces descrita, ante la que Klotz se muestra contrariada en un mar de sensaciones tan hipnótico como fascinante.
Larga vida a la nueva carne.