La primera impresión al comenzar la película es la de llegar a un sitio al que se hace difícil entrar, al menos tanto esfuerzo como les cuesta a los huéspedes que se agolpan haciendo cola tras unas vallas metálicas provisionales, justo delante de la puerta metálica de acceso al albergue conocido entre sus usuarios como el búnker, el refugio o el L´Abri. A los espectadores se nos puede hacer también azarosa la visión de este documental, quizás de la misma forma que se les pudo complicar la incursión a los documentalistas durante los meses que convivieron junto a los vigilantes, hospedados en aquel lugar para grabar el film. Sin embargo esto es solo el primer reto para un largo extraordinario, que se supera y evoluciona según se desarrolla el metraje.
Fernand Melgar demuestra su trayectoria profesional como director de documentales, ya sean para televisión, canales temáticos o salas de estreno. Con un material de base más propio de un reportaje televisivo, incluso lo que sería un docudrama en los años setenta y ochenta, elementos con los cuales el realizador moldea una historia que adquiere una entidad con sus códigos narrativos. Recurriendo a la cotidianeidad del albergue con el recuento durante el cual los cuidadores del recinto tienen el penoso deber de elegir a unas cincuenta personas que podrán alojarse allí durante cada fría noche. Una acción rutinaria pero que se muestra con leves variaciones en los encuadres, por la situación de la cámara a un lado u otro de la entrada, enriquecida gracias a las conversaciones entre las personas sin techo que quieren dormir a resguardo. Melgar no enfatiza ninguno de esos momentos, no busca el efectismo de las situaciones ni manipula la mirada para ponernos a favor de unos u otros. Lo que consigue el cineasta es crear un retrato temporal a lo largo de los meses del invierno, un acercamiento a un grupo de personas despojadas por las circunstancias económicas y sociales, pero cuya última posesión común a todas ellas es la dignidad. Al contrario que en otras producciones de corte humano que recurren a un apoyo musical emotivo o al subrayado visual para llegar al corazón y las lágrimas del público, este largometraje nos introduce en mitad de la acción, sin recurrir a testimonios directos a cámara de las personas implicadas, sino a registrar sus diálogos, actividades, encuentros y discusiones. Como buen autor, por el camino el realizador logra seguir a los exiliados César y Rosa, una pareja de emigrantes que salió de España para buscar empleo en Suiza, con el inconveniente de no saber francés. A Demba, un joven que también recaló en nuestro país buscando más prosperidad, tras dejar su propio comercio en Mauritania y que ahora pernocta en el albergue. O a la familia rumana de Zuca, Teresa y sus hijos que piden limosna en la calle para ganar unos francos y comer algo, obligados a pasar muchas noches en su viejo coche.
La mejor baza del film es que olvida los juicios acerca de los comportamientos y relaciones personales entre los protagonistas. Tampoco insiste demasiado en la lentitud de la burocracia y los límites normativos ordenados desde los ministerios que gestionan la política social. Ni siquiera cede a la tentación de criticar las conductas frías pero justificadas de los funcionarios mientras atienden a los transeúntes que acuden a pedirles alojamiento. Al seguir este método de observación sin influir en los espectadores más allá de la elección del material editado, Fernand Melgar aporta un documento lleno de humanismo, empático porque la imagen que nos devuelve de sus intérpretes es bastante parecida a la que veríamos de nosotros mismos en un espejo. Cualquiera de sus protagonistas ha llegado a la calle por el mismo recorrido que haríamos los demás.
Aunque L´Abri no suponga un avance artístico en el medio cinematográfico, ni un paso adelante en el género documental, sí cumple sus objetivos y los sobrepasa con imágenes perdurables como la de ese pasadizo lóbrego, iluminado por fluorescentes, que antecede al refugio. Los fuertes golpes en el portón metálico, protestas de la gente que no ha sido admitida para dormir allí. La celebración de la Navidad por parte de las familias rumanas. La búsqueda de trabajo de numerosos implicados. La desesperación de los trabajadores sociales y vigilantes por tener que dejar personas fuera del recinto. Tanta humanidad contenida en un largometraje cuyo visionado al principio, injustamente, suponía un esfuerzo.