El cine, desde sus albores, no pudo ocultar su vocación creadora de historias sustraídas tanto de la realidad de su tiempo (encapsulando para la posteridad imágenes que latían en la cotidianidad) como del reflejo de la complejidad de la condición humana con todas sus aristas. Influenciado por la literatura o la pintura, que ya se habían hecho eco desde siglos atrás de sucesos que provocaban la supeditación de la mujer o el maltrato hacia ella, el cine difundió y difunde ficciones o documentales a través de la voluntad de directores por expresar sus preocupaciones sobre temas más oscuros, conductas deleznables hacia lo femenino presentes en una sociedad con sus luces y sus sombras. Por ello, mi pretensión es reflejar películas que ejercieron y ejercen como agente de visibilización de la violencia contra las mujeres incidiendo en el cine mudo, vestigio lúcido y temprano de ella, sin pasar de largo por el cine clásico, moderno o el contemporáneo con algunos ejemplos. Profundizando lo justo por la extensión e importancia del tema, sí daré pinceladas sobre distintos elementos que se repiten a lo largo de la historia. Datos sobre la cinematografía en torno al maltrato femenino por razones históricas o socio-culturales de diferente índole que no han cambiado demasiado y se siguen reproduciendo lamentablemente desde el transcurso de más de cien años hasta la actualidad, en escenarios o contextos diferentes, aunque con igual y reprobable resultado.
Hablar o desarrollar la Violencia de género como concepto en el cine mudo, clásico o moderno puede resultar anacrónico, por ello lo enfocaré en la inquietud hallada hacia historias de carácter feminista o de violencia hacia la mujer que ya plasmaron distintos cineastas como uno de los males de su tiempo o por el hallazgo en películas de conductas nefastas propias de una época en que el maltrato estaba normalizado. La definición de violencia contra las mujeres recogida en el Convenio de Estambul es la siguiente: «todos los actos de violencia basados en el género que impliquen o puedan implicar para las mujeres daños o sufrimientos de naturaleza física, sexual, psicológica o económica, incluidas las amenazas de realizar dichos actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, en la vida pública o privada». Y en esa dirección me orientaré eligiendo a distintos directores y directoras —que las había desde los primeros compases y, cómo no, demostraron su sensibilización hacia la desigualdad con el hombre, la privación de la libertad, conatos de feminismo y necesidad de independencia— de varias épocas y describiré algunos de los temas recurrentes en películas que considero interesantes y relacionadas con el 25 N.
Empezaré cronológicamente por la francesa y pionera Alice Guy —resulta muy revelador que la aproximación inicial al cine feminista de la que tengo constancia fuera de una mujer— primera directora de la historia, la cual sufriría un injusto olvido histórico, restaurado en los últimos años. En alguno de sus cortos optaría por ser el espejo de mujeres que no se contentaban con un rol pasivo de esposa sumisa como en Las consecuencias del feminismo (Les résultats du féminisme, 1906), reivindicando el cambio de roles con los hombres en clave de comedia con tintes de denuncia y en el que podíamos ver a estas sobándolos a ellos imitando una actitud habitual en los señores, forzándolos a desnudarse y besándolos o a ellos cuidando de sus bebés. Podría ser uno de los primeros trabajos reivindicativos del feminismo en el cine —también los abordaría C. T. Dreyer o Germaine Dulac con La sonriente Madame Beudet (La souriante madame Beudet, 1923) o Gossette del mismo año—, que llevaría posteriormente a historias más crudas en otros directores y países. En ese sentido destaco a Louis Feuillade, el maestro de los seriales mudos, que fue de los primeros en plantear un tema muy común en el cine como es el de la prostitución; estigma que llevarían consigo siempre las chicas que se ven obligadas a ejercerla como única salida después de ser repudiadas por conductas liberales, quedar embarazadas o huir por sufrir intentos de violación en su entorno.
En La tare (1911), Feuillade nos habla de una mujer que trabaja en un salón de baile (a menudo se evitaba decir prostíbulo) la cual consigue salir de ahí y trabajar en un hospicio. Un antiguo cliente la reconoce, chantajea y acosa hasta conseguir que la echen de su puesto provocando un intento de suicidio de la chica. Sobre este tema de la prostitución en el cine mudo existen muchas películas con resultados a menudo fatales para la mujer, sometida a un doble maltrato por género y condición. Así, tenemos la georgiana Qristine (1916) de Aleksandre Tsutsunava, con el mismo repudio y desamparo; la rusa Prostitutka (1927) de Oleg Frelikh, donde las instituciones pretenden erradicarla o la alemana Tres páginas de un diario (Tagebuch einer Verlorenen, 1927), de G.W. Pabst, donde se entrecruzan violaciones, maltrato, embarazos no deseados, reformatorios de chicas “descarriadas” y la huida a prostíbulos como única salida; la checa Tonka Sibenice (1930) de Karl Anton, otro drama en relación a la lacra de la prostitución y la deshonra para esas chicas rechazadas y maltratadas por los hombres, lastradas por una sociedad que no permitía el derecho a rehacer sus vidas y con la muerte como destino insoslayable; también en España tenemos una historia relacionada con la prostitución en La aldea maldita (1930), de Florián Rey, con esa mujer que termina prostituyéndose al ser abandonada por el marido en un contexto de caciquismo y despoblación y emigración o la china La diosa (Shen nu, 1934), de Wu Yonggang, en la que una madre soltera discriminada encuentra la salida de ejercerla para pagar el colegio de su hijo, sufriendo las palizas de su proxeneta y las duras condiciones de la calle.
En posteriores años existen multitud de películas acerca de este tema y la especial vulnerabilidad de éstas, entre las que destaco Mamma Roma (1962), de Pier Paolo Pasolini, brillantemente interpretada por Anna Magnani y Accatone (1961), excelente ópera prima del mismo director enmarcada en el Neorrealismo y la cruel supervivencia de los arrabales de Roma donde existen varios personajes femeninos que acaban en la prostitución padeciendo una de ellas el abuso de su pareja y proxeneta que la obliga a prostituirse convaleciente de un accidente, y la otra, amante de este, obligada a ejercerla por primera vez mientras él vive de ellas. También somos desolados testigos de otra que es apaleada salvajemente y abandonada en un descampado por un grupo de jóvenes que se jactan de sus fechorías cada noche.
Siguiendo con el recorrido por el cine, observamos otro de los temas más visibles como es el maltrato físico en la primera película de ficción rusa titulada Stenka Razin (1908) de Vladimir Romanskov, basada en una canción popular, donde una princesa es arrojada por la borda de un barco por su marido después de un complot urdido por otros marineros. También hallamos una forma de agresión repugnante en el corte con un cuchillo en la mejilla de la protagonista por su amante a causa de los celos, dejándola con sentimiento de culpa y enamorada a pesar de ello en la italiana Assunta Spina (1915) de Francesca Bertini o las palizas recibidas por su padre alcohólico a la protagonista, obligada a casarse con un hombre que no ama en ‘A Santanotte (1922) de Elvira Notari, del mismo país. Dos directoras italianas a reivindicar. En el cine de Hollywood encontramos la agresión también en la cara arrojándole agua hirviendo por parte de su amante a una mujer en la película de gánsteres Los sobornados (The Big Heat, 1953), de Fritz Lang. Y en El árbol de los deseos (Natvris khe, 1976), de Tenguiz Abuladze, observamos el peso de una sociedad dominada por lo tradicional y un patriarcado asfixiante sobre una pareja de jóvenes que se quieren en secreto y en la que ella sufrirá de forma aplastante la agresión comunal hasta la muerte en una población rural de Georgia.
Reflejar también como un elemento normalizado de la sociedad la aparición de la bofetada, más allá de la famosa en Gilda (1946) de Charles Vidor, demasiado común en el polar francés dentro del matrimonio o en relaciones con amantes a modo de reprimenda para subrayar el dominio masculino a través de la fuerza, que la mujer recibe como algo habitual y sin inmutarse lamentablemente. Asimismo, en la película Dedée d’Anvers (1948) de Yves Allégret, se refleja una escena bastante desagradable en la que un proxeneta agrede en la habitación a su amante prostituta tratándole de quemar con un cigarro para que le preste dinero y después la obliga a tener relaciones sexuales degradándola al máximo. En el cine español también lo podemos observar y pongo el ejemplo de la áspera y dura película de Fernando Fernán Gómez El mundo sigue (1963), donde el protagonista tiene la mano demasiado larga con su esposa en un arrebato doméstico. Además, añadir que en algunas películas de Clint Eastwood en los ’70 también se refleja alguna bofetada y violencia verbal hacia la mujer como una conducta común masculina.
La violación es otra de las brutales agresiones a la mujer de las que el cine se ha hecho eco históricamente. El sueco Victor Sjöström fue de los primeros en representar un tema demasiado normalizado en la sociedad con el salvajismo masculino como parte de una imposición y comportamiento sexual depredador habitual. Con su primer trabajo El jardinero (Trädgårdsmästaren, 1912), precisamente por ser un tema controvertido, así como por la presencia del suicidio, sufrió la censura y no se exhibió.
Hay una escena explícita del acoso y persecución por parte de un jardinero (interpretado por el director) por un invernadero a la novia de su hijo, con una elipsis del momento, pero con la certeza de que ha ocurrido por la rotura de la falda, y la desolación de ella mientras se lo cuenta a su padre. Se suceden la expulsión del trabajo, vagar sin rumbo, acabando en la prostitución y volviendo con el sentimiento de culpa al mismo lugar de la agresión para perder la vida como un sino y algo que merecía, para colmo. D. W. Griffith también se sumaría en El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, 1915) que provoca todo un enfrentamiento racista, pasando por intentos de violación como algo tristemente común en varias películas de la heroína y emprendedora canadiense Nell Shipman, en concreto en Back to God’s Country (1919) de David Hartford, en la que se defiende del agresor, el cual tendrá su merecido.
También encontramos a Jean Renoir en La hija del agua (La fille de l’eau, 1925), con la paliza e intento de agresión sexual de un tío a su sobrina en un barco, después de quedarse huérfana, o El viento (The Wind, 1928), otra vez por Sjöström, aprovechando la situación de especial vulnerabilidad de la chica por su estado físico y mental, hecho despreciable al máximo. En el cine soviético encontramos Campesinas de Ryazan (Baby Ryazanskie, 1927) de Olga Preobrazhenskaya e Ivan Pravov, con violación en el seno familiar (algo común) en la que un suegro viola a su nuera aprovechando la marcha de su hijo al frente dejándola encinta, y donde la directora lucha por verlo desde una perspectiva feminista con esas campesinas, una más moderna y otra más tradicional, que sufren una sociedad patriarcal.
En estas películas silentes se obvia por su contexto histórico la desagradable escena cuando se consuma, existiendo una elipsis para no causar un sufrimiento al público de la época, pero lo reseñable es que se contemplaban en el guion como un elemento común en la vida cotidiana, en las que no existía un castigo por parte de las instituciones, sino que, a menudo, la mujer lo sufría en silencio, algunas quedaban embarazadas o encontrando el alivio de que el agresor terminaba muerto a golpe de escritura. Por ello asistimos a iniciativas particulares de venganza en zonas abandonadas ante brutales violaciones como la búlgara Cuerno de cabra (Kozijat rog, 1972), en la que una mujer es violada y asesinada por varios turcos en presencia de su hija, a la que el padre forma como un varón en las montañas «en un mundo donde no hay lugar para las mujeres» para acometer su personal revancha. En Ultraje (Outrage, 1950), de Ida Lupino, se recrea brillantemente y con una gran puesta en escena e iluminación la incapacidad de resistencia e de una chica perseguida, acosada e inerme en una calle solitaria nocturna donde el agresor termina culminando la violación y somos testigos de las secuelas psicológicas y de relación de pareja de la agredida, hecho que aún no se había tocado en el cine y me parece un gran avance. El cine japonés también es espejo de la agresión sexual a la mujer en películas como El gato negro (1968), de Kaneto Shindo, donde dos mujeres son atacadas, violadas y quemadas en su cabaña por disfrute, una conducta masculina abyecta más enfatizada y puesta en evidencia. Sin embargo, todo queda en fuera de campo, pero con la habilidad de denuncia del horror en los planos de los rostros grotescos de los samuráis.
La tendencia a ocultar con elipsis el momento de la violación se fue desterrando en los ’70 con la aparición del cine moderno para mostrarlo en su crudeza en películas de Sam Peckinpah, donde la violencia en general es mostrada en su máxima brutalidad para lo acostumbrado en el cine clásico anterior. En películas como Quiero la cabeza de Alfredo García (Bring Me the Head of Alfredo García, 1976) se expone una agresión a una mujer que siempre se lleva la peor parte ante actos viles del hombre o en Perros de paja (Straw Dogs, 1971) donde la violación está tratada de una forma diferente en la que la chica disfruta paradójicamente en algún momento y que le confiere un tinte controvertido. De esta escena en concreto, de la acusación de misoginia y de las palabras de la crítica cinematográfica Pauline Kael, Sam Peckinpah se defendió en su tiempo en una entrevista en la revista Playboy argumentando que se habla de la condición de una mujer en concreto a la que se le hace pagar un precio por su conducta amoral y que no se generaliza a todas las mujeres.
Con más y para mí, innecesario énfasis, nos topamos con una violación anal a tiempo real en un pasaje nocturno en Irreversible (2002), del controvertido Gaspar Noé, en la que en la brutalidad de la descripción y la indefensión de la chica existe un regodeo, que tendrá sus fines de denuncia pero que resulta a todas luces, demasiado dilatada. Más contenida, pero terrorífica es la violación grupal a una adolescente en la película india Maadathy, an Unfairy Tale (2019), de Leena Manimekalai, país con numerosos casos de violaciones y maltratos femeninos. Verbal es la descripción de la agresión que sufrió una de los personajes del documental La permanence (2016), de Alice Diop, en la que una chica inmigrante pierde el control ante su bebé y un médico recordando las atrocidades sufridas en su país de origen por un grupo de hombres.
Un aspecto que no puedo dejar de lado es la importancia de lo femenino en el cine japonés clásico, un eje fundamental en el que representaba la obediencia y supeditación al hombre, personificada en mujeres ama de casa sumisas y asfixiadas por la cotidianidad, viudas sometidas a costumbres sociales que las anulaban, mujeres solteras esperando casarse como única alternativa y que no podían trabajar o un pilar importante como las prostitutas o ‹geishas› que tantas historias han protagonizado. Mujeres agredidas, ninguneadas, prostitutas mayores sin futuro que malviven en prostíbulos. Historias también contextualizadas en la sociedad feudal con la imposición del confucianismo, en una sociedad jerarquizada en torno al hombre en el que la mujer se debe a las tres obediencias (al padre, marido e hijo) con una existencia subordinada perpetua. Pondré algún ejemplo de los numerosos que hay con Kenji Mizoguchi, con su humanismo, crudeza y poesía a partes iguales destacando de entre muchas La vida de Oharu, mujer galante (1952), con el relato de esa joven enamorada de un siervo, al que ejecutan por ley, siendo repudiada y obligada a ser la concubina de un gran señor, acabando en la prostitución.
También destaco El intendente Sansho (1954), en el que encontramos a una madre que huye por motivos políticos con sus dos hijos, engañados por una sacerdotisa, acabando vendida por dos hombres como prostituta y sus hijos pasando a ser propiedad de un cruel gobernador. Desgraciadamente, la hija acaba suicidándose en el río, la madre ciega y con los tendones de Aquiles seccionados para evitar su huida, sumida en un estado de abandono. Directores, entre muchos otros, como Mikio Naruse, Yasujirō Ozu o Kinuyo Tanaka (la gran actriz que se pasó a la dirección con algún obstáculo), que pondrán el foco en situaciones que rodean a la mujer japonesa en estados de opresión, de tradiciones injustas y de reivindicación de una existencia menos hostigada.
Me gustaría hacer una parada en el camino reflejando el maltrato psicológico hacia la mujer con la excelente Él (1953), de Luis Buñuel, con ese marido celoso patológico, que asfixia y acosa a su esposa hasta extremos insoportables o el marido que atosiga hasta la extenuación también por celos a su bella mujer en El infierno (L’enfer, 1994), de Claude Chabrol; el cruel plan disfrazado de broma de una pandilla hacia una “solterona” (concepto misógino desarrollado en nuestro país) en Calle Mayor (1956), de Juan Antonio Bardem, del que también destaco la rancia y ácida radiografía de una España con doble moral en Nunca pasa nada (1963), donde una mujer sufre la desconsideración, machismo e infidelidades de su esposo, del que sueña separarse en una España inmersa en la dictadura, en la que ese derecho tardaría años en llegar. E imprescindible resulta hablar de la película Luz que agoniza (Gaslight, 1944), de George Cukor y su antecesora británica de 1940, en la que unos recién casados empiezan a tener problemas matrimoniales debido a la presión e implacable abuso psicológico al que somete el marido a su esposa para hacerla creer que está perdiendo la cabeza y volverla insegura e inestable.
La violación y el matrimonio forzoso hacia las mujeres menores es un tema difícil de abordar, pero resulta imprescindible su inclusión. De las muchas que hay por desgracia, destaco películas como Agua (Water, 2005), de Deepa Mehta, contextualizada en 1938 y la labor pacifista de Mahatma Gandhi, observamos lo malsano de una sociedad dividida en castas a través del sufrimiento de una niña de 8 años casada a la fuerza, que queda viuda siendo trasladada a una residencia con otras mujeres en igual situación y que vivirá un periplo horrible.
También el maltrato y situación agónica de las menores como consecuencia de contextos bélicos se han reflejado en el cine. Niñas en situación de desamparo, huérfanas, vulnerables y expuestas a agresiones de todo tipo. Las tortugas también vuelan (Lakposhtha parvaz mikonand, 2004), de Bahman Ghobadi, pone encima de la mesa la aciaga vida de un grupo de menores en el Kurdistán iraquí, donde se encuentra una niña que porta un bebé ciego producto de una violación por soldados y que sobreviven recogiendo minas antipersona.
Destacar amargamente también el tema de abusos sexuales a menores sistemáticos en el cine chileno con la película de animación La casa lobo (2018), de Cristóbal León y Joaquín Cociña, con el telón de fondo de abusos a niñas y mujeres en la Colonia Dignidad, un asentamiento sectario de alemanes en Chile entre 1961 y 2005. Como también es digna de mención Blanquita (2022), dirigida por Fernando Guzzoni, donde observamos con rabia los crímenes y violaciones a menores en fiestas sexuales por parte de políticos y potentados protegidos impunemente por el sistema a los que una chica pretende denunciar y visibilizar ayudada por un sacerdote.
Tampoco puedo evitar el cruel tema de la violencia hacia las mujeres mayores —en un estado de desprotección y fragilidad mayores— en este recorrido por la cinematografía mundial, parándome en la escena de Dies irae (1943), de Carl Theodor Dreyer, en la que una anciana acusada de brujería en el s. XVII es maltratada psicológica y físicamente en una celda legitimado por el poder institucional para obtener su confesión. Escena cruda, en la que los gritos describen lo que no vemos. Dreyer, el excelente director que fue un pionero anteriormente del feminismo con su ópera prima El presidente (Praesidenten, 1919) o El amo de la casa (Du skal aere din hustru, 1925) y que encumbró la figura femenina de Juana de Arco en su película de 1927 a través de esa agonía en primeros planos frente al tribunal que la juzgó y su atroz final.
Continuando con este tema nos topamos en el contexto rural y del pasado con las películas japonesas La balada de Narayama en sus dos versiones (la clásica de 1958, de Keisuke Kinoshita y la más cruda de 1983, de Shôhei Imamura) con una tradición denominada ‹ubasute› en la que, al cumplir los 70 años la mujer anciana debía abandonar la familia y ser trasladada por un hijo a las montañas donde moriría de frío. Costumbres despiadadas e injustas radicadas en la supervivencia debido a la pobreza extrema, pero que se ceban y dirigen hacia el lado femenino y no el masculino, apoyadas en la creencia de que nada tiene ya que aportar a la familia y que representa una boca más que alimentar.
Girando hacia el maltrato por razones bélicas me detengo en cine mudo con la enorme película y alegato antibelicista J’accuse (1919), de Abel Gance, en la que la protagonista sufre una doble violación por el bruto de su marido, al que no ama, en el lecho conyugal, y la violación múltiple por parte de tres soldados en la IGM cuando la encuentran inerme en una granja, quedando embarazada, cargando de una hija y un sentimiento de culpa cuando vuelva su marido al frente. En otro tipo de conflictos, encontramos los de Colombia, donde muchas mujeres son raptadas y llevadas a las montañas donde serán sometidas a vejaciones, humillaciones y violaciones sistemáticas. En el documental Ante un espejo oscuro (2022), dirigido por Julio Lamaña y Ricardo Perea, escuchamos las narraciones de varias personas inmersas en el conflicto armado, varias de ellas mujeres ya maltratadas por sus padres de pequeñas, hundidas en la miseria, que han terminado compartiendo sus vidas con los guerrilleros de forma voluntaria u obligada, conviviendo con el horror diariamente. Se hace necesario describir en este apartado también las atrocidades que representan la violación de niñas y mujeres como arma de guerra en los conflictos bélicos, tal como refleja el duro documental La guerra contra las mujeres (2013), de Hernán Ziz, a través de los terribles relatos de once mujeres de diferentes continentes que me cuesta describir.
Como última temática en este recorrido cinematográfico resaltar el tema del asesinato de mujeres. Un verdadero problema social en la actualidad de difícil solución y que sigue vigente con muchos casos anuales a pesar de las numerosas actuaciones para prevenirla o atajarla. Encontramos muertes a manos de obsesos (El fotógrafo del pánico —Peeping Tom— de Michael Powell) y depredadores sexuales (Frenesí —Frenzy— de Alfred Hitchcock), como escarmiento por representar a una ‹femme fatale› fría y calculadora que manipula a los hombres (Perversidad —Scarlet Street—, de Fritz Lang, la anterior de Jean Renoir La golfa —La chienne—, o Cara de amor —Gueule d’amour—, de Jean Grémillon), a manos de sus parejas por celos (Los verdes años —Os verdes anos— de Paulo Rocha), ajusticiadas por persecución por brujería (Cuando fuimos brujas —The Juniper Tree—, de Nietzchka Keene) o por perturbados mentales (Psicosis —Psycho—, de Hitchcock, Las buenas chicas —Les bonnes femmes— o El carnicero —Le boucher—, ambas de Claude Chabrol).
Para ir finalizando, desearía nombrar a tres directores muy conocidos cuya relación con la mujer fue fundamental en sus historias. Alfred Hitchcock sentía por las mujeres una extraña mezcla de veneración y respeto que provocaba que estuvieran muy presentes en su filmografía —a menudo representadas por una dama fría, rubia, bella y contenida en apariencia sexualmente, pero con una sensualidad muy latente—, con la que adoptaba una ambivalencia respecto a ellas en sus historias. Por una parte, las agrede —destacable la escena de violación dentro del matrimonio en Marnie, la ladrona (Marnie, 1964), con ese forcejeo y presión del marido en la luna de miel y con una puesta en escena que subraya la supremacía del género masculino y la sumisión de ella en un estado de desorientación—, acosa, asesina en defensa de valores patriarcales y, por otra parte, le fascinaba su omnipresencia y la perturbación que ejercían en los personajes masculinos.
John Ford, con un halo de racista y misógino que le persiguió mucho tiempo por desarrollar algunas historias en las que las mujeres eran maltratadas —véase la patada a la chica india que la hace rodar cuesta abajo entre risas en Centauros del desierto (The Searchers, 1956) o los castigos a la protagonista indomable de El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1952) en la Irlanda de la década de los ’30—.
Y aunque se le pueda tachar de que maltrata a la mujer en determinadas películas, más bien expone una realidad común en el tiempo en que ambientaba sus películas, a menudo plagadas de abusos y la imposición normalizada del hombre frente a ella. Sin embargo, aportó nobleza y ética al papel de la prostituta en La diligencia (Stagecoach, 1939) repudiada en su pueblo y nada aceptada en esa diligencia donde se concentra una parte de la sociedad americana, a la que defiende y valora el pistolero protagonista. Interesante resulta en ese sentido la película con que cerró su filmografía, titulada Siete mujeres (Seven Women, 1966), en la que el protagonismo, valentía y fuerza se la llevan ellas en una misión en la frontera de China con Mongolia atacadas por unos invasores capitaneados por Tunga Khan. Si bien, hay que especificar que la principal, la médica, adopta un rol y actitud masculinizados y de western para hacerse valer ante los agresivos invasores.
Por último, comentar que, del cine de Pedro Almodóvar, un director tan próximo a la mujer, a la que ha dedicado la mayor parte de su filmografía, no me agrada la forma en que se aproxima a la violación, el rapto, o el enamoramiento forzado, frivolizando con temas muy duros y serios, ni tampoco me agrada la apología casi constante de personajes femeninos sufridores enganchados a hombres maltratadores psicológicos o físicos.
Para concluir, afortunadamente, en los años setenta, como consecuencia de una transformación en la sociedad, se produjo una intersección entre el movimiento feminista y el cine que desembocaría en trabajos en defensa de la igualdad de la mujer, eliminando su discriminación, reivindicando sus derechos, redimensionando sus nuevos roles, su desarrollo profesional e intelectual. Fundamentalmente elaborado por directoras documentalistas, experimentales y activistas en EEUU, Francia, Inglaterra o Alemania, tales como Kate Millett, Laura Mulvey, Barbara Hammer, Chick Strand, Lizzie Borden, Barbara Loden, Chantal Akerman, Agnès Varda, Delphine Seyrig, Carole Roussopoulos, Marguerite Duras, Helga Reidemeister o Claudia von Alemann, entre otras.
Profesora de Secundaria. Cinéfila.
“El cine es el motor de emoción y pensamiento”
Me encanta el artículo. Soy amante de buscar narraciones bien trazadas y contadas, coherentes y cohesionadas, con la información bien expuesta, con claridad e interesantes. Mi opinión es una más, pero necesito decirla, porque, como escritor, cuando una sola persona subraya mis palabras, las hace suyas o comenta su aprecio por ellas, siento que debo seguir escribiendo, por devoción y altruismo. Sigue escribiendo, Estrella, si me permites el consejo, la vida, como el cine, tiene que ser contada con argumentos, como los tuyos, que justifiquen que nuestro paso por ella, tiene el sentido que se merece, pues la sociedad, el conjunto, puede gritar de manera ensordecedora, mientras que la única verdad, es que en el fondo, con que haya tan solo una voz callada que desee hablar, el mundo debería escucharla.
Muchas gracias por tus palabras, muy amable y generoso. La verdad es que es anima a seguir indagando y escribiendo sobre lo que a una le apasiona y, si viene de un escritor, pues satisface más. Un saludo.
En una publicación de John Wayne en el Club Cowboys… destacaba uno de los momentos más románticos del cine, entendiendo romanticismo como exaltación de la justicia, la convivencia… decía así:
-Cuando todos los habitantes de La diligencia marginan con altivez a Dallas, la estupenda Claire Trevor (hipócritas ellos por creerse superiores a…) Ringo se sienta a su lado y le ofrece su compañía sin condescendencia, tan solo porque no es un tipo prejuicioso y acomplejado… y porque le apetece… Ella lo mira con delicada sorpresa, con gratitud silenciosa… Uno de los momentos más románticos del cine… Luego, Ringo ya se encargará de ser el tipo duro que todos esperan que sea.
Así es. Esa película la cito al final del texto porque John Ford aporta a ese personaje algo muy interesante, libre de prejuicios, hace justicia. En esa diligencia convive una parte de la sociedad que tiene mucho que aprender. Personajes y situaciones muy bien contadas.