Violencia, corrupción y narcotráfico, tres puntos cardinales que conforman el espectro de una sociedad que los ha integrado como si parte de su propia cultura se tratase. Andreas Dalsgaard nos sitúa en Colombia y, en apenas minutos ha descrito una situación que en cualquier otro país hubiese sido límite, pero ante la cual los ciudadanos de ese país no podían sino convivir, aceptándola como un modo de vida aunque pudiese parecer más bien lo contrario. Momentos antes, el sincero testimonio de Katherin Miranda, la líder juvenil del partido opositor que intentaría dar un vuelco a ese panorama, ya había ofrecido una ligera idea sobre la inestable situación vivida.
La capacidad de síntesis del cineasta nórdico, galardonado y laureado por sus anteriores ejercicios en el terreno del documental, se muestra como una de las armas más eficientes de esta La vida es sagrada durante sus primeros compases. Desgranar el estado de una nación y poner sobre la mesa dos figuras como las de Antanas Mockus y Katherin Miranda —que servirá como hilo conductor— no era fácil, y Dalsgaard lo logra incluso acometiendo una tan dinámica como incisiva introducción sobre Mockus, llevándonos desde sus primeros pasos como Rector de la Universidad Nacional de Colombia hasta proceso electoral que se asienta como piedra angular del film, y pasando por su labor como Alcalde Mayor de Bogotá con los cambios que ello propinaría.
Ese proceso sirve a Dalsgaard tanto para dar a conocer unas ideas y perspectiva como para llegar al fondo de una situación ante la que un cambio se antojaba inevitable. Así es como ese comicio nos llevará a lo largo y ancho de la campaña de Mockus y los primeros buenos resultados cosechados, y de las tentativas por parte del aspirante apoyado por el ex-presidente Uribe al intentar derrocar esa candidatura tejiendo una red de mentiras y difamación establecida por el estratega político JJ Rendón, asesor de hasta 28 campañas en toda Latinoamérica, haciendo ganador a su candidato en prácticamente todas las ocasiones. Una maniobra que establecía, al fin y al cabo, la sensación de que esa corrupción se instauraba incluso en público sin ningún pudor y el partido de Mockus iba a tener verdaderamente difícil ganar las elecciones.
No obstante, La vida es sagrada no trata tanto sobre esos comicios como sobre el sentimiento que se creó a través de la campaña iniciada por el político y filósofo colombiano. El film constituye así tanto un seguimiento del proceso como de las derivaciones y consecuencias que tendría aquello expuesto por Mockus. Y quizá ahí surge precisamente uno de los principales handicaps del material manejado por Dalsgaard: certificar el punto donde termina el relato y empieza la exposición de ese ideario con todo lo que ello conlleva. Es, por tanto, el momento en que el cineasta suelta el hilo narrativo que sostenía en parte su trabajo (esas elecciones), cuando La vida es sagrada entra en divagaciones y teje algunas piezas más desconcertantes que expositoras, como si en cierto modo el personaje se apoderase por completo de un material que había demostrado poder ir más lejos que la figura del propio Mockus. Matar al personaje políticamente hablando, como se sostiene en uno de los debates post-elecciones entre algunos miembros de la candidatura opositora, no parece una opción ni mucho menos descabellada, pero Dalsgaard sigue apuntando al mismo lugar y ahí es donde el film desperdicia algunas de sus opciones.
De este modo, La vida es sagrada funciona como ejercicio de exposición e incluso concienciación, pero no va más allá. El documental emplea algunas de sus mejores armas, irguiéndose como artefacto político capaz de sustentar algunos puntos, pero por desgracia no permanece como una pieza perdurable. El brío y efervescencia que habrían podido tener sus imágenes —y que si poseían en otro documental que no está de más citar por cercanía, la cinta chilena Propaganda— quedan dilapìdados por la figura y su credo, haciendo del nuevo trabajo de Dalsgaard algo que se queda a medio camino, y que si bien acierta en narrar esa ascensión y ″caída″ —certificada especialmente en la aparición de Mockus tras la primera derrota—, así como transmitiendo un mensaje ciertamente valioso, nunca se despega de lo que en realidad es, más allá de un sentimiento que bien podría liberar a una nación.
Larga vida a la nueva carne.