Hirokazu Koreeda, aquel joven novelista en ciernes frustrado reconvertido a cineasta que comenzó a despuntar con obras como Dare mo shiranai (Nadie sabe, 2004), Aruitemo, Aruitemo (Still walking, 2008), o esa cinta que traspasa todo lo que pueda decir de ella hasta tenerla entre mis obras favoritas, Wandafuru raifu (After Life, 1998), lleva tiempo consiguiendo tanto el aplauso de la crítica por los festivales donde es recibido con los brazos en alto, como hacerse un pequeño hueco un nuestra cartelera. Todo ello, a pesar de que cada año se constata que aquella bendita invasión del cine oriental que se asomaba a nuestros cines hasta hace un lustro, es ya parte del recuerdo. No es que no sigan apareciendo obras niponas, coreanas o incluso indias por nuestra geografía, pero sí es cierto que de aquel boom y ciertos nombres que fueron vacas sagradas, ya sólo se les sigue la pista en un circuito muy minoritario o directamente son carne de tour de festivales, lo que conlleva a muchos sufridos seguidores a seguir descargando ilegalmente cual adolescentes con la mula, lo que paradójicamente crea la situación que esas cintas cuando llegan a España después de tropecientos años, ya han sido consumidas por sus potenciales espectadores y acaban en fracaso, y ya no traen más pelis, y no queda más remedio que descargar y entonces…
En fin. Se me entiende. Pero Koreeda vuelve, de momento, siempre, casi cada año.
La Vérité, su nueva obra, es el primer salto geográfico de su cineasta fuera de las fronteras japonesas. A Francia, aunque su mirada sigue tanto manteniendo su sensibilidad de siempre como acoplándose a la perfección al cine francés, o a lo que se suele etiquetar de manera más que arbitraría como “cine francés”. El núcleo narrativo irradiador continúa siendo la familia, su deconstrucción y el paso del tiempo.
La película se construye gracias y para el personaje interpretado por Catherine Deneuve, alrededor del cual construye diferentes máscaras y miedos, recuerdos o penas, escondidos tras uno de esos egos enormes prototipos de divas y divos.
El inicio es prometedor. Fabienne Dangeville, figura estrella en el firmamento del cine francés, una actriz ya mayor que sigue irradiando clase y glamour mientras ve como la nueva hornada de actrices se la empiezan a comer, acaba de publicar un libro sobre su vida más construido para mantener una imagen impoluta que para contar la verdad o rendir cuentas por el pasado. Ante tal acontecimiento, aparece su hija, interpretada por Juliette Binoche, quien huyó de Francia rumbo a América para iniciar una nueva vida como guionista, acompañada de su marido, un actor que ya ha descubierto que nunca será una estrella, o al menos talentoso, y su hija.
Todo esto mientras acepta un papel en una película francesa que versa de una madre de familia que se va de viaje al espacio para tratar de curar una enfermedad que padece y que va volviendo a la tierra esporádicamente cada ciertos años para ver como su hija va creciendo y ella, al estar en el espacio, no. La gracia está en que ella hace de hija y una joven actriz, de madre.
Así que todos los ingredientes están predispuestos para tener esa típica película de Koreeda que retrata el tiempo entre diferentes generaciones y que suele fluir entre un drama contemplativo y tierno, salpicado con toques de humor aquí y allá. Y lo cierto es que el cineasta parece adaptarse a Francia mejor de lo que cabria esperar.
A pesar de todo ello y más que tener la sensación que Koreeda parece estancado en sus formulas narrativas (que no), La verdad, en su título en español, parece más apagada en su mirada y fía demasiado toda la película a su personaje principal. No resulta tan inspirada como otras obras del estilo del cineasta, por mucho que por separado todas sus ideas y conceptos cumplan a la perfección y resulte una obra estimulante en la cartelera actual.