El thriller financiero La Vénus de plata, segundo largometraje de ficción de la francesa Hélena Klotz (después del irregular pero más que estimulante L’âge atomique, 2012), parece querer recuperar la estética de la ambición y la apología del bróker que popularizaron clásicos contemporáneos como el Wall Street de Stone o la lectura hipervitaminada de Scorsese sobre el ascenso imparable de Jordan Belfort en el mundo de las altas finanzas. Con todo, las pretensiones —al menos intuidas— de la cineasta parecen orbitar alrededor de la creación de una suerte de atmosfera vaporosa y estilizada, en cuyo seno pesan más las actitudes que las palabras.
Lo que resulta más evidente en esta relectura del cuento del lobo especulador es su abordaje del no binarismo de género, encarnado por la estrella pop de la canción francesa Claire Pommet (‹a.k.a.› Pomme). El aspecto andrógino de la protagonista Jeanne, sus largas y profundas miradas y su tendencia hacia la parquedad verbal ayudan a construir una ficción enigmática, en consonancia directa con el mundo frío, misógino y higienizado de las élites financieras, más interesadas en conectar con los números que con las personas. Un punto de partida que, si bien prometía un desarrollo narrativo plagado de ramificaciones e implicaciones para Jeanne, se queda más bien —como ocurre con el conjunto general— en una amalgama de apuntes y pinceladas aisladas que se diluyen sin solución de continuidad.
Jeanne, joven con grandes dotes matemáticas que vive en un humilde barrio militar, inicia una rápida (pero no por ello menos sufrida y sacrificada) ascensión hacia las altas esferas socioeconómicas de la capital francesa, sirviéndose para ello del arte de la especulación financiera de los corredores de bolsa. Esa escalada no tiene nada que ver con la fama o con la superación de las barreras de clase: es en realidad una fuga hacia ninguna parte (o hacia la libertad, lo que los lectores prefieran), una vía de escape de una realidad incómoda e insatisfactoria. A los problemas domésticos (unas complicadas dinámicas familiares) hay que sumarle el microcosmos marcial en el que vive Jeanne, rodeada de militares y con el peso psicológico de una agresión sexual vivida en el pasado.
Un cóctel que, como apuntábamos al inicio del texto, prometía adoptar decisiones formales y narrativas de cierto riesgo, pero que termina adoleciendo una puesta en escena conformista y excesivamente plana. Aquí no se niega la plasticidad de ciertos juegos de luces y sombras o la efectividad de algunas composiciones visuales, sino más bien la incapacidad por salirse de la homogeneización formal del grueso de producciones contemporáneas.
En contraste con la anterior ficción de Klotz, en la que el privilegio de lo sensorial sobre lo expositivo potenciaba el desencanto juvenil de sus protagonistas, La Vénus de plata el relato etéreo entorpece cualquier tipo de conexión con la trama o los personajes. Todo termina instalándose en el esbozo, en el desarrollo epidérmico de la historia y de sus subtramas e interrogantes (¿dónde quedan la cuestión del no binarismo de género, de la realidad militarizada o de la violencia sexual?), y en una impresión general de desorientación y torpeza que hacen aún más sorprendente su triunfo como mejor película internacional en la 14ª edición del Atlàntida Mallorca Film Fest2024.