Roman Polanski es un director que no necesita presentación. Con una carrera de más de 50 años de experiencia a sus espaldas, y realizando cine con asiduidad, estrena en España la película La Venus de las pieles, la cual fue presentada en el Festival de Cannes de 2013, donde levantó cierto revuelo por unas declaraciones durante la rueda de prensa del realizador, actor y guionista que escandalizaron a buena parte de los medios que allí se encontraban. Dicen que no hay mala publicidad, y la publicidad ahorra en introducciones, así pues, vamos con la crítica.
Formalmente nos encontramos ante una película que guarda muchas semejanzas con su anterior filme —Un dios salvaje (2011)—, pues al igual que en este, se trata de una adaptación de una obra de teatro y, además, toda la película transcurre en un mismo lugar cerrado. En La Venus de las pieles, no obstante, todo ocurre durante la representación de un fragmento de una obra de teatro de mismo título, y que da comienzo cuando Emmanuelle Seigner se presenta para la audición del personaje principal (Vanda). Sin embargo, podríamos decir que en realidad es una película mucho más cercana, por su temática, a algunas de las obras más reconocidas de su juventud —El quimérico inquilino (1976) o, en menor medida, Repulsión (1965)—. Mientras en la primera los guiños u homenajes eran hacia otras películas —El ángel exterminador es el más claro—, en esta película las referencias más obvias están sacadas de su propia obra.
En relación con esto, sorprende el parecido físico de Mathieu Amalric con el propio Roman Polanski de la época de El quimérico inquilino o El baile de los vampiros. Detalles como este —o que sea Emmanuelle Seigner (esposa de Polanski) quien interprete al personaje que da réplica al de Amalric— son los que convierten toda la película en sí en un juego en el que, probablemente director y actores se lo pasaron muy bien, situación que se refleja en pantalla. Y por si esto fuera poco, mantiene el ritmo sin aburrir en ningún momento, contando únicamente con dos personajes. Hacer ver que aparentemente no está ocurriendo nada y a la vez mantenernos completamente involucrados es su mayor mérito. Como comedia, sin embargo, creo que Un dios salvaje tenía momentos más hilarantes —como aquél en el que Kate Winslet lanza el bolso completamente poseída por el momento—.
El espectador que haya seguido la obra del autor encontrará multitud de momentos que le harán rememorar viejas cintas del autor. Las constantes de su cine se mantienen en La Venus de las pieles, aunque tratados con más ironía y comicidad. Tenemos entonces, por un lado, a la mujer, su lucha y su posición en la sociedad, la sensualidad que la degrada o la eleva según las mentes, y por el otro al hombre, la sexualidad, sus vicios y virtudes, y en conjunto la psique humana y las diferencias entre ambos sexos (y cómo estas diferencias interactúan). Llega un momento en el que uno apenas es capaz de distinguir entre la realidad y la pieza que están representando. Si bien bajo todos los diálogos se esconden gotas de humor, mordacidad y, como comentaba anteriormente, un juego lleno de reflexiones que no parecen trascendentes durante la película, pero que te golpean una vez ésta ha finalizado.
En definitiva, nos encontramos ante una película muy ambivalente, que deja que sea el propio espectador o espectadora el que decida qué ha visto, más allá de una comedia. Al contrario que en las películas a las que nos hemos referido a lo largo de esta crítica, ésta no requiere de reflexión para disfrutarla, aunque es recomendable.
Perdón, ambivalente no, quería decir ambigua. ¿Estaría pensando en Emmanuelle Seigner cubierta de pieles y se me ha ido el santo al cielo?