La vampira de Barcelona, o La vampira del Raval fue el mal sobrenombre que se le dio a Enriqueta Martí. Durante mucho tiempo convertida en un icono popular de resonancias casi sobrenaturales. Mi abuela, por ejemplo, me contaba que a ella de pequeña la reñían si salía sola a ciertas horas con la amenaza de que podría volver la Vampira y llevársela. Y es que Enriqueta fue un personaje acusado de secuestrar niños, matarlos, comerlos y beber su sangre. Un ejemplo de maldad absoluta elevado a figura de terror para niños. Posiblemente, el film de Lluís Danés se resiente en cierta manera de no utilizar esta leyenda urbana, por así decirlo, y, en lugar de crear un film de terror gótico catalán decide entrar en el asunto por la vía de la investigación procesal y por el retrato de la sociedad catalana de la época.
No se puede negar que estamos ante un film cuya apuesta visual resulta acertada. Combinando el blanco y negro contrastado con imágenes de papel maché y el uso del rojo como metáfora de contraste (aunque quizás se abuse demasiado de ello) se crea una puesta en escena que, aunque pueda traer demasiadas influencias a la memoria (Dreyer, el Drácula de Coppola y hasta Sin City), conforma una ingeniería visual más que convincente que nos sitúa de pleno en la realidad de la Barcelona de principios del Siglo XX.
No obstante, el film se resiente en demasía de un guión muy teatralizado y centrado en una investigación que, por otra parte, tampoco resulta lo suficientemente atractiva. Al final Enriqueta acaba siendo una especie de excusa temática para hablar de lo que al director realmente le interesa: el abuso de poder de las clases dominantes. Un tema que, aunque bien reflejado en lo que respecta al abuso de poder y la alianza de los poderes fácticos (Policía, prensa, jueces, burguesía, políticos…), acaba siendo muy superficial, incluso a veces incoherente con la lógica interna del film, precipitada y algo chapucera. Si a esto le sumamos una dirección de actores un tanto impersonal, con interpretaciones algo planas y declamaciones televisivas, el resultado final acaba por parecer más una ‹TV movie› que un producto con verdaderas aspiraciones cinematográficas.
Enriqueta pues, acaba siendo mostrada como lo que en realidad parece ser que fue, una mujer perturbada usada como cabeza de turco para encubrir algo más turbio. Con ello no decimos que el film no deba ceñirse a la realidad, pero ahí había material para, como decíamos al principio, sembrar dudas, crear terror mitológico o incluso ahondar en el comentario social convirtiendo a Enriqueta en un símbolo con un cariz feminista reivindicable.
Por todo ello La vampira de Barcelona acaba siendo un film bonito, bien realizado, con ideas visuales más que interesantes, pero que adolece de rutina y planicie en su desarrollo. Una pena teniendo en cuenta que contaba con un material de base lo suficientemente potente como para realizar un producto algo más arriesgado. O como decía John Ford: Si hay que escoger entre la verdad o la leyenda, quédate siempre con la leyenda.