El cine como viaje iniciático
Galardonada en la Seminci de Valladolid con la Espiga de Oro, La última película, del cineasta indio Pan Nalin, es la prueba irrefutable de que el imaginario de Satyajit Ray siempre puede seguir vivo o sujeto a relecturas. No obstante, la película de Nalin prefiere relegar el contexto a un segundo plano para reelaborar Cinema Paradiso prescindiendo de artificios sentimentales.
El relato sigue al pequeño Samay, de nueve años, que vive con su familia en una pequeña localidad de la India. Un día, se traslada al cine con sus padres, y queda absolutamente prendado de lo que ve en pantalla. Al salir, le pregunta a su padre si podría acabar haciendo películas, y le responde de forma tajante que no, que la industria está podrida y que la honra de la familia entraría en descrédito si empezase a practicar el ejercicio del cine. Esta negativa, sin embargo, es una de las razones que más motivan a Samay para entablar amistad con el proyeccionista e ir repetidas veces a la sala a espaldas de sus padres.
Cuando la cámara de Nalin se aproxima a los cuerpos de los niños o a la cotidianidad de los hogares es quizá cuando se hace más notorio el influjo de obras maestras como Pather Panchali (La canción del camino), cultivada sobre terreno neorrealista. En este caso, el enfoque es más ligero, y se balancea entre el realismo social y las imágenes fantasiosas que manan de la pantalla, en lo que también es un hermoso tributo a la industria de Bollywood.
Samay descubre el cine, pero también la capacidad de proyectar imágenes en una superficie, es decir, fondo y forma. Como escribiría Antonin Artaud, el cine, a diferencia del teatro, se vuelve participación mágica, involuntaria, el espectador es absorbido por un mundo autónomo hermanado por forma y movimiento, con su propio mundo interior.
Hablábamos de Cinema Paradiso, y a pesar de que La última película, que comparte título con uno de los grandes films del recientemente fallecido Peter Bogdanovich, no utilice el humor como recurso expresivo, algunas escenas en las butacas de la sala riman con la película de Tornatore. Interrupciones del film estrenado que generan abucheos, deseos por ver al personaje femenino… toda una colección de gestos que apela directamente al público masculino, una de las manifestaciones más evidentes de la sociedad patriarcal del país.
Conforme progresa, La última película también pone el foco en el avance tecnológico, lo que añade cierta carga dramática pero no exime al discurso de tener que apuntar al gozo del espectador, que también rememorará la evocadora sinfonía de El largo día acaba, de Terence Davies, un excelente complemento para esta cinta.
Porque Nalin nos enseña que el cine puede y debe ser deudor de la inocencia, un fenómeno del niño que todos llevamos dentro, y una clara invitación a dejarnos fascinar. Escenas como la de Samay con la caja oscura remite directamente a los orígenes del medio, donde la curiosidad desembocó en hipnosis, y la hipnosis en deslumbramiento.