No conozco en profundidad la vida de Errol Flynn, tan sólo lo tópico, lo que se cuenta siempre que se habla sobre él. A una de esas cosas ya hace referencia el título de la película, y es que si por algo ha pasado a la historia Errol Flynn, es por haber sido, en la ficción, Robin de los bosques, primero, y un gran pirata y mejor espadachín, después. En un terreno más personal, destacaba por ser un auténtico fiestas, libertino y vividor; en definitiva, un adelantado a su tiempo. El precursor del Rat Pack hollywodyense y sus guateques. Al menos, así se cuentan muchas anécdotas al respecto, en las que siempre queda claro, eso sí, que era el mejor de los anfitriones. De todo ello, aunque a pequeña escala, se hace eco esta película, porque claro, la edad que tiene Errol cuando empieza La última aventura de Robin Hood es de 48 años, y aunque demuestra seguir siendo un campeón, fallecería tan sólo 2 años más tarde a causa de un infarto de miocardio (recordemos que si ha pasado, no se consideraría spoiler).
Aviso: Desgraciadamente para algunos, durante lo que dura la película, no veremos a Errol Flynn tocar el piano con su florete.
Es por lo mencionado en el primer párrafo, que esta es la primera vez que tengo constancia de la existencia de Beverly Aadland, la última pareja de Flynn, que le conoció cuando ella tenía 15 años y con quien desde entonces mantuvo una relación amorosa hasta el momento de su muerte. Aadland es interpretada por Dakota Fanning, mientras que Errol Flynn es casi literalmente devuelto a la vida por Kevin Kline, en la que parece una asociación perfecta de reparto, y eso que —si la memoria no me falla— recuerdo haber visto, en uno de aquellos reportajes que el programa Megahit, de Telemadrid, hacía sobre las películas que posteriormente iba a emitir (en lugar de hacerlo al revés, y así no destrozar algunos argumentos), que comentaban que Kline destacaba por ser uno de los pocos actores de Hollywood que aún no se había divorciado de su primera esposa, llevaba una vida recta y sólo se conocía un “mal” vicio, el tabaco. Igualito que su personaje.
Por otro lado, tenemos a Florence Aadland, la señora madre, personificada por Susan Sarandon. En el póster de La última aventura de Robin Hood, Sarandon aparece la última, pero personalmente me ha parecido que es su personaje el más protagonista, pues se encarga de retratar a una antigua bailarina que, tras ver truncada su carrera por un accidente de tráfico que le hizo perder una pierna, decide volcarse en su hija, transmitirle su sueño y, finalmente, escribir un libro sobre lo ocurrido entre su hija y su (casi) yerno.
La película, que como ya he dicho, trata sobre cómo se conocen y enamoran Bev y Pene Andante, está, casi por completo, contada desde el punto de vista de Flor, mientras la joven hija era aún menor. Sin embargo, los directores y guionistas del filme (Richard Glatzer y Wash Westmoreland —¡Wash West More Land!—) no parecen saber por dónde tirar al recrear la experiencia. Por un lado, quieren justificar las actitudes de todos los protagonistas, amparándose en la voz de la madre y, en ese sentido, dando la menor importancia posible al más coherente y sensato de los presentes —el marido—. Por otro lado, en ocasiones parece que nos hallásemos más ante una comedia que ante un drama, porque Errol es un cachondo encantador, para qué lo vamos a negar. En La última aventura de Robin Hood, a veces parecen estar de acuerdo con las actuaciones perpetradas por madre, hija y actor, y otras simplemente deciden pasar por alto —como hacen los personajes— determinadas situaciones.
Sorprende, claro, que un tema tan controvertido en apariencia como este —el de las relaciones amorosas y sexuales entre adultos mayores de edad con menores—, sea tratado con tanta ligereza e indolencia, hasta diría que con un punto de benevolencia y/o connivencia, por parte de los realizadores. Al final de la cinta resulta llamativo e interesante comprobar que la película está dedicada a Beverly Aadland, fallecida en 2010, no porque no tuviese derecho la mujer, después de tantos años, sino más bien porque parecen mandar un mensaje con ello. A pesar de dicha dedicatoria, el público tomará partido por una opinión o por otra, si es que ha estado prestando un mínimo de atención a la historia, en función de su propia moral, y es que ya sabemos que estamos frente a un tema delicado, y sino que le pregunten al bueno de Roman Polanski.
En ciertos momentos, la película recuerda a Hollywoodland (2006); medio biopic de una estrella de la televisión —en lugar del cine— interpretado por Ben Affleck, que pasa por las horas más bajas de su carrera y en las que el director de la cinta tampoco quiere mojarse. La última aventura de Robin Hood no aporta nada de intriga y resulta menos oscura que aquella, pero bien se merecería un mínimo de reconocimiento por el papel que hace el carismático Kevin Kline y por el parecido entre actores y las personas en que se basan, sin duda lo mejor del filme, aunque si se penetra en la película como lo haría Flynn, resultará entretenida.
Por último, y por ello menos importante, Richard Glatzer y Wash Westmoreland (pobre hombre) ya mostraban maneras con su anterior film, titulado Quinceañera en su versión norteamericana. No me atrevo a preguntarles qué creen que significa tener quince años.