Sugerente… hasta que no.
La llamativa premisa de La tutoría es, sin duda, su mayor fortaleza: un niño de seis años es acusado de haber agredido sexualmente a su compañero de clase. A partir de allí, Halfdan Ullmann Tøndel toma algunas decisiones acertadas para componer una ópera prima intrigante y sólida; entre ellas, limitar el espacio de representación al colegio donde ocurren los hechos y escoger a los padres de los niños involucrados como las figuras protagonistas del film. Esto le permite definir una zona de ambigüedad e incertidumbre desde la que desarmar a cada uno de sus personajes, empezando por los tres docentes que buscan ampararse en un protocolo ciertamente vago hasta alcanzar a todos esos padres que necesitan hallar desesperadamente un único culpable. La fórmula es eficaz en sus primeros amagos, consiguiendo impulsar la película hacia su mejor propuesta, que es la resistencia a intentar resolver la peliaguda premisa para centrarse en plantear y explorar su complejidad. Así lo maneja Ullman Tøndel durante sus escenas iniciales, pensando en el plano cinematográfico como aquella pelota imaginaria que ninguno de sus personajes estaría queriendo sostener en sus manos por un tiempo prolongado, desesperados por pasársela al siguiente desafortunado con el que crucen la mirada para encasquetarle la continuidad de un relato del que nadie quiere responsabilizarse. Al espectador también se le hace formar parte de este intercambio frenético de razón, impidiéndole el posicionamiento a través de la contradicción constante y abrumadora de todas esas pistas que ha ido recolectando a lo largo del metraje con la intención de alumbrar o, preferiblemente, anular la historia narrada. En este sentido resulta estimulante y preciso que los padres de la presunta víctima nos generen cierta aversión, mientras que la madre del presunto agresor nos conduzca a la empatía casi involuntaria, como si la película estuviera sugiriendo todos los equilibrios posibles que impidan su clausura, el posicionamiento.
Lamentablemente, La tutoría acaba tomando otros derroteros y se desvía para distraerse tediosamente con la historia que entrelaza a los padres de los niños; atentos lectores, que el enredo es considerable: se nos descubre que el marido de Elisabeth (la madre del presunto agresor) es el hermano de Sarah (la madre de la presunta víctima), que falleció hace un tiempo. La segunda culpa a la primera de ello. Para rematarlo, el marido de Sarah, Anders, mantiene una relación secreta con Elisabeth. Ah, y en realidad Sarah ya lo sabe. En fin, una deriva casi telenovelesca que entorpece brutalmente lo que se había conseguido despegar de manera bastante brillante en un inicio, consolidando la idea de que todo el embrollo habría sido, en realidad, nada más que una exageración motivada por una extraña sed de venganza por parte de Sarah. Para seguir rizando el rizo, la película tiene ideas bastante marcianas como las de incluir dos momentos musicales caracterizados por un baile contemporáneo totalmente fuera de contexto, interpretados por Elisabeth. Son sencillamente fallidos, quedan totalmente dislocados —y no a su favor—, su aparición es desconcertante y no aportan nada ni siquiera a nivel expresivo. Aún así, Ullmann Tøndel insiste en su compromiso tardío con la deriva melodramática y la explota en su máxima expresión durante el cierre de su película, en el que se escenifica un cambio de bandos por parte de Anders, de los padres de la clase de los niños y de los docentes de la escuela. La escena se desarrolla de la siguiente manera: todos los personajes se encuentran en el patio, están separados en tres grupos, llueve. Vemos a Anders hablar con Sarah y los docentes bajo la lluvia, por sus reacciones intuimos que él la presiona para que confiese haber tergiversado la historia de su hijo. Los docentes se retiran para colocarse junto a Elisabeth. Anders permanece unos instantes más junto a Sarah, que eventualmente cae derrotada al suelo, empapada por la lluvia. Anders se desplaza también para acompañar a Elisabeth, para posicionarse en su bando, junto a los docentes. Los demás padres les miran y entendemos que pronto se les sumarán, pues irremediablemente la verdad ha salido a la luz. Es decir, la película acaba entregándose absolutamente a la clausura y a la resolución, no hay más que pensar en el plano que la despide: las manos de Elisabeth y su hijo, demostrado por fin inocente, entrelazadas.
En definitiva, La tutoría es una película desigual que se desinfla rápidamente, que pierde por el camino su mejor idea y que nos conduce a desear que su premisa sea retomada para ser explorada desde otra perspectiva, porque era verdaderamente prometedora.
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