La justicia y la familia se tornan focos de conexión en la historia de Malony. Prácticamente abandonado por su madre con 6 años, su vida gira en torno a idas y venidas entre despachos de jueces y centros para menores. Con 16 años Malony es carne de presidio, y un asiduo delincuente con un serio problema de violencia incontenible. ¿Qué puede hacer el sistema con un chico así?
Emmanuelle Bercot consigue con La tête haute un producto correcto, bastante lineal y carente por completo de entusiasmo. Es interesante en sus formas y su mensaje, pero demasiado convencional en su contenido. Nos presenta los problemas de un menor, que podrían ser los de cualquier otro, no tienen ninguna característica que le sume relevancia. Se encuentra inmerso en un sistema judicial caduco e insuficiente, aunque con algunos medios humanos cargados de optimismo, encarnados por la figura de la juez que interpreta Catherine Deneuve. La vida de Malony ya viene marcada desde pequeño, con una familia desestructurada y casi inexistente, una madre de doble cara: por un lado, el lógico instinto maternal protector, y, por otro, la despreocupación de una madre joven más atenta a sus propias necesidades, magníficamente interpretada por Sara Forestier. En este ambiente deficitario Malony parece no tener más salida que la de adoptar un rol de rebeldía inherente a la adolescencia, un papel en el que la violencia se convierte en un referente que emana a borbotones en todos los aspectos importantes de su vida. Bercot intenta dibujarlo con una personalidad compleja e intensa, ofreciéndonos escenas de auténtico nervio, de rabia incontenible, de pura ebullición adolescente, pero no es, por ello, menos previsible en sus resultados. Sus personajes resultan acertados, aunque siguen la misma línea que su guión. Todos ellos parecen sacados de un manual de cine e hilados en esta red problemática que Bercot teje con mucho mimo, pero poco tino, no restando ello calidad en el campo interpretativo, lo más notable de toda la película.
Lo que resulta más interesante de La tête haute, y ya lo he apuntado anteriormente, es su mensaje crítico, algo sutil, pero fácilmente perceptible, una crítica abierta al sistema judicial de menores, un sistema que convierte a lo menores en meros números, y no en un caso al que extrapolar las circunstancias personales de cada uno de ellos, sin duda bastante relevantes en el camino que han decidido seguir. Esta crítica entronca perfectamente con la buena imagen que nos muestra de los centros de menores, algo más estructurados y con profesionales más cualificados, más cercanos a los problemas reales de esos menores que han acabado en el fondo de una sociedad que les ha dado la espalda. Bercot muestra esos centros como la salvación de unos inadaptados que buscan encontrar un lugar en este mundo, sin olvidarse de remarcar que al final no dejan de ser unos niños.
Como película funciona y tiene detalles remarcables, dejando un mensaje crítico final muy sutil pero importantísimo. No deja de ser el cine social de siempre, al que ya estamos acostumbrados, y que, en el fondo, resulta ya muy típico.