Esto no es una historia
En la primera escena de La teoría universal, Johannes (Jan Bülow), un físico que acaba de publicar una novela donde relata su experiencia en un congreso científico en los Alpes, es entrevistado en un programa de televisión donde niega rotundamente el carácter ficcional de su libro. «Esto no es una historia», afirma. Sin embargo, el segundo largometraje de Tim Kröger, que narra la experiencia de Johannes durante ese congreso y las consecuencias que tuvo sobre su vida, el concepto de historia es elemental, abordado desde dos puntos de vista: la Historia como línea temporal compartida por una comunidad social, y la historia experimentada individualmente por un solo sujeto. Por ello, posiblemente, al ver La teoría universal uno tiene la sensación de estar ante una película de otro tiempo.
Una bellísima fotografía en blanco y negro capaz de capturar los diferentes tonos del paisaje nevado de los Alpes y las texturas oscuras de los túneles subterráneos de la montaña, junto a un maravilloso uso del formato panorámico, ideal para abarcar la grandiosidad del espacio donde sucede la acción, remiten a una especie de formalismo post-clásico muy consciente de sí mismo. Las imágenes de La teoría universal, como algunos de los personajes de la cinta, parecen surgidas de otro momento en la historia del cine. Sin embargo, en ciertos tramos, Timm Kröger deriva hacia una especie de manierismo y se atreve a releer en clave sci-fi algunos de los tropos tradicionalmente “hitchcockianos”. Así, el filme también puede interpretarse como un artefacto posmoderno en el que confluye La dimensión desconocida junto al Hitchcock de Con la muerte en los talones (1959) —el manejo del suspense por parte de Kröger en ciertas momentos es admirable—, Cortina rasgada (1966) —la influencia de la escena de seguimiento al personaje de Paul Newman es evidente— o Vértigo (1958), siendo esta última (por supuesto) la referencia más clara, porque bajo la trama de un complot científico sobresale una exploración excepcional de la mujer como objeto de deseo fantasmagórico.
El primer encuentro entre Johannes y Karin (Olivia Ross) —una misteriosa pianista de jazz que conoce el pasado del científico, aunque él no sepa nada de ella—, está rodado en una iglesia, como si la llegada de Karin fuera una revelación. Un poso espiritual que contrasta con la verborrea científica de los personajes, desarrollado por Kröger mediante dualidades, juegos de espejos y desapariciones. Es ahí, entonces, donde se halla el punto tangencial entre Historia e historia. El fantasma de Karin (y, aunque ahora parezca confuso, el fantasma del propio Johannes) es una proyección de una Historia que Johannes no puede comprender, lo aniquila como individuo y dinamita su experiencia de historia; es la causa de su alienación final, como bien expresa el movimiento de cámara del último plano del filme.
El problema de La teoría universal es su incapacidad para asentar su ideas con solidez y uno puede tener la sensación de estar solamente ante un mosaico de referencias varias que no van a ningún lado, más allá de su exquisito apartado técnico. No obstante, la película de Kröger es mucho más y a su notable trabajo escénico, que mantiene siempre un aura enigmáticamente embriagadora, cabe añadirle una capa de corte trascendental o metafísico al tramo final de metraje muy emocionante.