En su crónica del XIII Festival de Cine Europeo en el pasado número de diciembre de la revista Caimán Cuadernos de Cine, Carlos Losilla se refería a los espacios intermedios como uno de los enclaves del cine europeo de los últimos años, que incesantemente anda en busca de un lugar donde establecer su identidad, reflejando alegóricamente la percepción que, como ciudadanos, tenemos de nuestro entorno y modo de vida. Los últimos trabajos mostrados en Sevilla de Andrea Arnold, Bruno Dumont y Olivier Assayas, entre otros, dan fe de ello, hilando relatos con un pie en una realidad cambiante y el otro en un estado volátil, cercano al sueño. En esta última edición del certamen pudo también verse La substància, segundo largometraje de Lluís Galter, proyectado en la cada vez más interesante sección Resistencias desde su creación en 2013 y que en años anteriores ha acogido propuestas como Árboles del colectivo Los Hijos, Berseker de Pablo Hernando o la magnífica Transeúntes de Luis Aller.
La substància presenta a una joven emprendedora china que escapa de Xiamen, gran metrópoli china de casi tres millones y medio de habitantes, para refugiarse temporalmente en su piso de Kadakaisi, un complejo urbanístico costero edificado cual copia exacta de Cadaqués, pequeño pueblo catalán conocido por haber servido de residencia a numerosos artistas del siglo pasado y que actualmente llega a triplicar su población en temporadas altas debido a un plan de viviendas particulares que masifica el turismo veraniego de la zona desde hace una década.
Ante todo, el largometraje funciona como retrato del país asiático como un espacio en continua construcción, algo que por otra parte ya lleva plasmando muchos años el cine social chino con Jia Zhang-ke como principal abanderado. Un país que privilegia su salvaje economía capitalista al bienestar social requiere de herramientas alienantes para distanciar a sus ciudadanos de la realidad. En este contexto, la explotación oriental del patrimonio extranjero occidental implica una aproximación a una cultura opuesta y atractiva. Sin embargo, Kadakaisi prostituye un espacio real que pertenece a un tiempo y un lugar concretos, por lo que su existencia desmitifica esa sustancia del título y entabla un debate sobre el sentido y valor de la copia frente a la unicidad del original. ¿Es posible traducir la esencia de un espacio en su réplica exacta? De ahí que las escenas que muestran retazos de Cadaqués evoquen el aura inherente a la localidad ampurdanesa. El historiador y maquetista catalán que funciona como narrador-guía espiritual en estos fragmentos relaciona algunos hechos del pueblo con un realismo mágico del cual el resort asiático parece carecer por haber sido edificado a imagen y semejanza del primero. Sin embargo, la naturaleza macro-turística de este espacio no favorece tanto la búsqueda de la identidad como denota su pérdida, lo cual queda reafirmado en el desenlace del largometraje, con un invasivo spot televisivo que anuncia la apertura de Cadaqués Caribe, una copia más del original esta vez a orillas del Atlántico.
Por otra parte, el discurso de la película no se ciñe únicamente al fondo. La artificiosidad de Kadakaisi genera directamente falsedad narrativa y esto repercute en los mecanismos de representación, dando lugar a escenas de un fuerte tono surrealista, como la que sitúa al empleado del complejo vagando por parajes desérticos tras desorientarse. Es por ello que La substància bascula continuamente entre documental y ficción, al tiempo que bascula entre original catalán (documental) y réplica china (ficción) o entre aura cadaquense (documental) y realidad (ficción). Galter parece hacer partícipe al espectador de este aura a través, paradójicamente, del reflejo que es la propia imagen cinematográfica, por lo cual el discurso del cineasta se establece en varios niveles narrativos y define nuestra percepción como otra copia más de la realidad.
Kadakaisi se concibe como un perfecto simulacro y, al funcionar dentro del sistema chino como un oasis de evasión frente al exceso de las grandes ciudades, remite directamente a los espacios intermedios que trataba Losilla en su revista, y que con seguridad seguirán vigentes en el panorama fílmico siempre que el cine sea un espejo de la sociedad en la que nace.