Jimmy Logan tiene un trabajo decente como obrero, hasta el día que lo despiden. Como apoyo moral le queda su hermano, lisiado de guerra, que es dueño de un bar. También una hermana peluquera y conductora experta de coches. Su ex mujer está casada con un hombre de negocios. Y la hija de ambos, es una niña empeñada en ser cantante famosa. Jimmy, sin dinero ni oficio a la vista, echa mano de su gran plan para llevar a cabo el atraco perfecto en solo diez pasos. Así que buscará cómplices y encontrará mucha presión por tener los días contados para esa jugada, menos por imprevistos no calculados Pero lo que sí tiene de sobra es la mala suerte, tan familiar, de los Logan.
Todo se debe a un error mío de apreciación, porque yo creía que Steven Soderbergh quería realizar su película particular al estilo de los años setenta. Su ópera prima, Sexo, mentiras y cintas de video podía ser un film de relaciones liberales como los de aquella década. La nerviosa El juego del halcón se aproximaba a las venganzas y sus ejecutores, con pulso del cine negro protagonizado por Charles Bronson o Burt Reynolds. Incluso Contagio recogía el testigo de las películas de catástrofes tan comunes en la era de los presidentes Nixon y Carter. Tal vez por esta lógica caprichosa se deducía que un hipotético aprendizaje cinematográfico del cineasta, nacido en 1963, estaría en los films de la nueva generación de Hollywood con Friedkin, Coppola y Scorsese. Esta sensación de su querencia por los setenta parece dudosa después de ver La suerte de los Logan, su nuevo largometraje, un título bien traducido del original Logan lucky. Un film que conecta en cuanto al argumento con su trilogía de la banda de ladrones profesionales, comandada por Billy Ocean. Historias basadas a su vez en La cuadrilla de los once, una producción producida en el año 1960. Así que la posible inspiración de una década u otra arroja el peso de la balanza formal y narrativa hacia los años de la ‹nouvelle vague›, de mayo del 68 y del fin de las utopías. Es un dato que parecerá una tontería, pero explica bastante bien porqué Soderbergh salta por encima de sus fanáticos tanto como de sus detractores y consigue superarse con este largometraje. Porque al fin ha realizado una cinta digna de la década prodigiosa, de la época en que las libertades creativas balbuceaban al tiempo que se mantenía un sistema de grandes estudios en decadencia, el mismo que surgió desde el inicio del cine sonoro en Norteamérica. Unos años en los que convivían superproducciones, otras películas modestas y la emergente generación de directores provenientes de la televisión que dieron nuevos aires al cine estadounidense. Steven Soderbergh lleva tiempo acreditándose como un artesano de la escuela de Sidney Lumet, Pollack y Stuart Rosenberg entre otros. Quizás sea este último, responsable de La leyenda del indomable, Brubaker o Con el agua al cuello, éxitos sólidos del cine comercial que no toma el pelo al espectador más allá de hacerle perder más de dos horas con entretenimiento del mejor.
Porque merece la pena decirlo ya, caiga quien caiga. Steven Soderbergh es un buen director cuando se pone al servicio de un guión perfecto como el que firma Rebecca Blunt, una guionista debutante que —según los rumores— podría ser el mismo director y otras dos personas bajo ese pseudónimo. A mi modo de ver me gustaría que el guión fuera de alguien real, pero sea de quien sea, está claro que después de mucho tiempo, el equipo de producción, técnico y artístico se ha leído el libreto hasta el final en una trama sin fisuras, con giros y varias licencias. Puro engaño del bueno que favorece a un reparto dispuesto a dar lo mejor de sí con sus personajes. Cuesta creer que Channing Tatum y Adam Driver sincronicen sus gestos serios para crear una pareja cómica complementaria. Con la ayuda de Riley Keough como la hermana que les da las mejores réplicas, los tres por encima de Katie Holmes o Seth McFarlane, más afectados por su condición de comparsas serios o antipáticos. Pero los que se lucen son otros secundarios del numeroso reparto, como son Katherine Waterston con su enfermera en un par de escenas. Hilary Swank por medio de su expeditiva agente del FBI. Sebastian Stan como piloto de carreras bio-mineralizado. Y sobre todo un actor que debuta según rezan los títulos finales de crédito, genio y figura, la guinda de una comedia que tiene diálogos ágiles junto a secuencias hilarantes. Este no es otro que Joe Bang, interpretado por Daniel Craig, en un registro de comedia que no imaginábamos después de la gravedad de su Bond. Bueno, él y dos huevos duros.
Si una comedia es capaz de darle gracia a un alimento tan común como los huevos cocidos, además de repasar los tópicos del medio oeste norteamericano, con esa población de la América profunda. Volver a sacarle partido al manido cine carcelario. Convertir en genios inteligentes a estos trabajadores de clase media y renovar un poco más el cine de atracos. Acompañado todo con una selección de canciones más o menos famosas, incluso sacándole vetas nuevas al muy manoseado Fortunate son de los Creedence Clearwater Revival. Está claro que Soderbergh se divierte con toda su tropa. Juntos nos entretienen y entregan una comedia de manual pero sin plastificar. Pura diversión por el mismo precio que cualquier otra oferta de film comercial en cartelera que no tenga gracia. Yo no me lo pensaría a la hora de pasar por la taquilla.