La oronda silueta de un detective, Jorge Villafañez, se proyecta sobre la negra noche en una Buenos Aires que destaca por el contraste que ejercen los distintos focos de luz, ya surjan de un hogar o del exterior. Esa podría ser una forma de remarcar por parte de Daniel Casabé y Edgardo Dieleke un acercamiento un tanto difuso al ‹noir›, pues si bien nos encontramos ante un relato detectivesco donde al susodicho se le encomendará un caso, concretamente el seguimiento de Elvira Schulz, una coreógrafa de danza que en su taller realiza experimentos que abrazan la ‹performance›, los cineastas debutantes en el largo de ficción se alejan de los códigos habituales del género para sumergirse en un terreno que con constancia bordeará lo onírico e incluso conservará notas de fantástico en torno a ese personaje que aparecerá de repente en la vida de Jorge.
En los aledaños del zoo, desde donde realizará algún retrato de Elvira, asistiendo a una de sus particulares clases, y siguiéndola en barco hasta las inmediaciones de un enorme caserón levantado al lado del Río de la Plata, Jorge emprenderá de ese modo un viaje que le deparará surcos inesperados en tanto esa mujer a la que debe vigilar parece establecer una insólita conexión con la naturaleza precisamente a través de la danza. Ese nexo conectará de algún modo la esencia de ese personaje a un terreno irreal, que asoma a las cotas de un fantástico creciente cuyo acto de presencia se elevará en una secuencia muy concreta, durante una fiesta de disfraces, donde La sudestada tomará en definitiva un cauce distinto alertándonos de esa irrealidad que sume en ocasiones la crónica, ya sea mediante una pesadilla de lo más extraña o a través de esa vocación por el baile que deviene en sorprendentes rituales a orillas del caserón.
Adaptando la novela gráfica homónima de Juan Sáenz Valiente, Casabé y Dieleke, que dejan atrás un periplo ligado al documental, enarbolan así una obra que huye de toda raigambre ‹noir› para establecer su tono en torno a un estilo más lúdico, que las veces incurre en esos ramalazos humorísticos tan propios del detectivesco argentino más cercano al nuevo siglo, pero en ningún momento pierde la perspectiva, anclada en ese imaginario desarrollado desde el universo de la coreógrafa, que se percibe por otro lado en una ligera variación del formato cada vez que Jorge se acerca a un espacio tan, a priori, subyugante como excepcional. Puede que, en ese sentido, el gran debe de La sudestada resida en no saber trasladar esa fascinación que parece sentir el protagonista y que le lleva más lejos de lo que cualquier otro hubiera llegado, quizá en busca de una aventura que rompa la monotonía que bordea el día a día.
No obstante, no hay en el periplo dibujado por el tándem de cineastas nada que concrete esa fijación, y es que en el aspecto visual La sudestada nunca termina de encontrar los mecanismos para llevar el relato a una dimensión mucho mayor. En ese sentido, el carácter enigmático enarbolado por ambos cineastas deviene por momentos en torpeza al no ser capaces de descifrar una atmósfera que otorgaría un contrapunto distinto al film. Estamos, pues, ante un debut ciertamente discreto que no acaba de hallar la senda adecuada, y que si bien se podría decir que no resulta del todo desdeñable, encontrando en su pulso narrativo y en el modo de dibujar ciertas secuencias un pequeño oasis, tampoco termina siendo lo suficientemente fascinante que sí se deducía de una premisa mucho más suculenta cuya ruta deriva en caminos que no concretan del todo sus virtudes.
Larga vida a la nueva carne.