La señorita Julia (Liv Ullmann)

La señorita Julia es originalmente una obra de teatro que en su tiempo fue escrita por el dramaturgo sueco August Strindberg, un personaje no tan conocido por el gran público como otros homólogos de Escandinavia y Centroeuropa (caso de Henrik Ibsen o Goethe, por ejemplo), pero con esta obra ha gozado de una expansión internacional bastante amplia, tanto el propio texto como en el cine o, sobre todo, en representaciones teatrales (en España se ha interpretado numerosas veces).

Pues bien, la sueca Liv Ullmann, grandísima actriz, musa de Bergman y también una cineasta muy intermitente pero bien valorada, se ha encargado de adaptar una nueva pieza de la mencionada obra para el séptimo arte. Escribiendo y dirigiendo, Ullmann quiere expresar con esta película el progresivo cambio de conciencia que a finales del Siglo XIX experimentaron las clases bajas de la sociedad, en concreto los criados de los grandes señores, que pasaron del “sí, bwana” sin paliativos a discutir cada vez más las decisiones de sus superiores. Su traslación al cine resulta en un drama de época difícil de digerir pero con muchos detalles que hacen de su visionado una experiencia recomendable.

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Como en toda adaptación del teatro al cine, el peso de la película lo llevan los actores protagonistas. En este caso, son dos rostros muy conocidos del panorama cinematográfico actual: el irlandés Colin Farrell y la californiana Jessica Chastain. El primero, muy discutido a veces tanto por su mala decisión a la hora de escoger ciertos proyectos como por su propia calidad actoral, encarna aquí al criado John, que se debate entre el cómodo romance con su compañera en la servidumbre Kathleen (Samantha Morton) o ceder a la apetecible pero peligrosa tentación que esconde su ama. Ésta, de nombre Julie y que en este film luce el rostro de Chastain, es un personaje desequilibrado a primera vista, con un humor muy cambiante hacia la figura de su criado y un claro carácter liberal, aunque dominante, para lo que eran los estándares de la época.

Con tal panorama, todo iba encaminado a imaginar que Chastain se comería sin paliativos a Farrell en el sentido interpretativo, pero lo cierto es que, si bien está claro que la pelirroja se termina alzando como el gran reclamo de la película en su conjunto, su compañero en el reparto no queda tan en entredicho como podía parecer en un primer momento. Al contrario, el irlandés se saca de la manga una gran interpretación incluso en los momentos más salvajes de la cinta, dejando de lado su demasiado habitual rostro de circunstancias para cuadrar en cada gesto y en cada sonido lo que pasa por la cabeza de su personaje. Tal esfuerzo profesional, como decimos, no es óbice para reconocer la clara superioridad de su compañera de reparto Jessica Chastain, excelente actriz que además se mueve bastante bien a la hora de elegir películas (salvo algún petardazo como Mamá) y que aquí sin duda habrá recabado aun más experiencia con los consejos de su homóloga sueca. Cada plano suyo es una garantía de éxito para su personaje y para la película en general, merced a la ingente cantidad de sentimientos que esboza su figura, la cual sacrifica belleza (que no le falta) en favor de aquello que pida su papel. Lo que viene siendo el verdadero oficio actoral, ni más ni menos.

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Cuestión aparte de sus intérpretes, Ullmann comete en La señorita Julia el error de teatralizar la acción en exceso. En su comienzo, la película está hilvanada a la perfección, alternando escenarios y personajes, despertando cierto interés incluso con aquella primera escena que nos muestra a Julia en su niñez. Pero poco a poco, ese interés se va diluyendo. A pesar de que es intrínseco a esta clase de películas el ritmo lento y la abundancia de diálogos, máxime si se trata de una adaptación del teatro como el caso que nos ocupa, la directora sueca se pasa de rosca con las conversaciones entre los protagonistas, generando por momentos una verborrea complicada de asimilar y desde luego poco cinematográfica. Una excesiva literalidad que espantará a todo el que no trague con este cine y que supondrá una ligera decepción para aquellos que sí estaban enganchados al argumento, caso del que aquí escribe.

Una obra irregular, por tanto, la que nos ofrece aquí Liv Ullmann. Fabulosas interpretaciones, bonita fotografía y gran guión de base quedan algo expuestos ante el claro defecto de querer trasladar todo a la pantalla, cuando sabemos que de esa manera se pierde bastante factor cinematográfico por el camino. Y eso es lo que sucede en La señorita Julia, una película que sólo resultará satisfactoria si uno está dispuesto a escuchar larguísimas conversaciones que, pese a ser interesantes, terminan siendo redundantes. Un drama de época que, de haber aplicado Ullmann alguno de los recursos que tan bien utilizaba Bergman para evitar ser cargante con los diálogos, podría haber hecho época. Y aquí no hay redundancia que valga.

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