El reciente estreno en algunas capitales españolas de una nueva versión de la célebre obra teatral de August Strindberg, La señorta Julie, producción británica dirigida por Liv Ulmann, nos sirve como excusa para rescatar del olvido una de las primeras versiones de la historia, considerada una auténtica obra maestra por un servidor, La señorita Julie (éste fue su título en España), un film sueco dirigido en 1951 magistralmente por Alf Sjöberg. Sin embargo, estoy seguro que tanto el film como el director son poco o nada conocidos para los jóvenes (y no tan jóvenes) cinéfilos.
Pero hablemos un poco primero de la obra teatral en la cual se inspira. La idea principal de Strindberg era hacer un teatro opuesto al de Shakespeare, es decir profundo pero sin grandes monólogos rebosantes de trascendencia. No quería hacer un texto superficial pero sí que llegará a la gente, a todo el mundo, por lo que los diálogos de la obra original rebosan ritmo y agilidad, y por ello resultan muy cinematográficos. Por eso, Alf Sjöberg, responsable también del guión, respeta al máximo los diálogos originales de la obra.
La señorita Julie (obra de teatro) es un drama que gradualmente va creciendo en intensidad y emoción, pero no resulta un texto denso ni tampoco indigesto, sino que uno se deja llevar sin problemas de principio a fin por la larga e intensa conversación que mantienen Jan y Julie, sin dejar de conmoverse, indignarse o emocionarse cuando el momento lo precisa. Strindberg eliminó la división de la obra en actos; de ese modo, la conversación queda interrumpida, mientras los actores desaparecen de escena, por pequeñas pantomimas o danzas y escenas desarrolladas en silencio por algún personaje (la cocinera cruza la cocina en dirección a su habitación sin pronunciar palabra alguna), a modo de interludio. Este aspecto aparece reflejado también en el film que nos ocupa, pero hasta aquí terminan las semejanzas con el original; si exceptuamos que los personajes protagonistas están calcados y son presentados tal y como los pensó su creador.
Mientras que la tragedia de Strindberg está pensada para ser representada por sólo tres actores y en un único escenario, Alf Sjöberg saca la cámara la exterior y nos muestra todo lo que sucede en off o aquellos sucesos que acontecieron en el pasado a los personajes en forma de flashback; así, por ejemplo, la celebración de la noche de San Juan por parte de los jornaleros o trabajadores de la señorita Julie se nos muestra con todo detalle, mientras que en la representación teatral se escucha como fondo sonoro. En este sentido, a Sjöberg le interesa sobremanera describirnos como se divierte la gente humilde, sus usos y costumbres, sus rituales y sus danzas, así como dan rienda suelta a su sexualidad salvaje en una noche de fiesta como aquella. Pero no se trata de una mirada complaciente sino que también nos muestra su brutalidad: por ejemplo, en la secuencia en la cual se nos describe el castigo tan cruel que infringe el padre Jan a éste, cuando es sólo un crío, propinándole fuertes y crueles latigazos que no por escucharse en off suenan menos terribles.
De igual modo, Sjöberg añade algunos personajes secundarios que no aparecen en la obra teatral: una chica que está enamorada de Jan y que está celosa del acercamiento que durante esa jornada se produce entre éste y la señora de la casa (personaje absolutamente prescindible ya que posee una importancia nula en el film), el campesino borrachín interpretado por Max Von Sydow, o el padre y la madre de Julie que aparecen sólo mencionados en la obra original pero a los que en esta ocasión se les da mucho más presencia y voz.
Hay un deseo claro por parte de Sjöberg de teatralizar lo menos posible una historia que en el original gira en torno básicamente a la conversación entre dos personajes, Jan, el cochero, y la señorita Julie —con alguna ligera intervención de la cocinera— y transcurre en un único escenario: la cocina; en el film sin embargo la acción transcurre en diversos escenarios, la mayoría de ellos exteriores a la finca o integrados en los recuerdos de los protagonistas de la conversación.
Así, por ejemplo, la larga conversación que ambos mantienen, todos sus recuerdos o evocaciones son recreados visualmente. El realizador sueco nos muestra en una ejemplar secuencia, a modo de flashback, el modo en como la señorita rompe con su prometido, mientras Jan se lo cuenta a la cocinera. No sólo nos describe visualmente algo que en el original aparece como una conversación entre estos, sino que también nos muestra el carácter tiránico, caprichoso y sádico de la protagonista, que no duda en obligar por capricho a su novio a saltar por encima de su fusta como si fuera un perro de circo; una escena que seguro habría encantado a Buñuel. Al igual que el momento mágico y hermoso en el cuál Jan y Julie intercambian sus sueños, los cuáles visualizamos en segundo plano mientras los van describiendo. En ese sentido, la puesta en escena de Sjöberg no puede ser más elegante ni más sensible, tanto en el tratamiento fotográfico como en su gusto por el costumbrismo rural.
En ese sentido, especialmente hermoso el momento en el que Jan y Julie se ven por primera vez cuando son niños y éste entra por primera vez en la casa. No hacen falta palabras, el pequeño Jan lo dice todo con la mirada; una secuencia que nos evoca al Dickens o al Pip de Grandes Esperanzas. O el largo monólogo en el que Julie cuenta su infancia, el extravagante y terrible carácter su madre, la infelicidad y tortura a la que somete esta mujer terrible y malvada a su padre, que le llevan a un intento frustrado de suicidio, se transforma en un largo episodio que parece inspirado en las grandes tragedias “Dickensianas”; un segmento magnífico, narrado con un virtuosismo y elegancia a prueba de bombas, más cercano a Max Ophüls que a Bergman o Dreyer, La secuencia del nacimiento de Julie, con su madre soltando carcajadas mientras las sirvientas lavan al bebé y ese desprecio a modo de burla en el que grita a su marido: «Ahí tienes a tu hijo», resulta absolutamente sobrecogedora y terrible; bastante representativa del estilo narrativo del realizador sueco que demuestra un dominio del ritmo y una magistral capacidad para recrear atmósferas malsanas o asfixiantes.
La recreación visual de estas anécdotas sobre la infancia de Jan o de Julie —y que en la obra original son narradas a modo de conversación por ambos personajes— consigue un efecto increíble y casi insólito en una adaptación literaria, y es que los enriquece aún más si cabe, nos permite comprenderlos mejor, entender a la perfección sus reacciones o sus aspiraciones y deseos, por qué actúan como actúan y por qué son como son; un trepa y embaucador sin escrúpulos en el caso de Jan o el extraño carácter de Julie: el amor/odio que siente hacia los hombres, su miedo a enamorarse, pero a la vez ese deseo ilusorio de saltarse las normas sociales manteniendo una relación sexual con su cochero, algo que resulta imposible ya que la figura de su madre y de la clase social a la que pertenece pesa como una losa sobre su existencia y su manera de ser, sus miedos, dudas y zozobras.