La segunda vuelta, el regreso a la comedia dramática de Albert Dupontel después de Adiós, idiotas (2020) es, sobre todas las cosas, una película muy francesa. Por delante de cualquier género que pueda aparecer en su sinopsis o del argumento en sí, la forma en que se desarrolla tiene tanto de lo que uno espera que no es difícil salir satisfecho con el resultado.
Como casi siempre, esta afirmación, en sí misma, no implica nada bueno o malo. Hay, en la película dirigida y protagonizada por Dupontel, el suficiente misterio y nervio para mantenerte con interés la mayor parte del metraje, también para que las morcillas humorísticas te hagan al menos sonreír, en ocasiones por el carisma de sus personajes. Al mismo tiempo, no hay el suficiente desarrollo de los personajes como para apreciarlos o que te importen un poco, ni tampoco una manera de contar las cosas atrevida o que consiga ir más allá de lo que invita en un principio.
Básicamente porque La segunda vuelta empieza enérgicamente pareciendo que va a ser una sátira contra la estafa piramidal que es el turbocapitalismo enarbolado en la actualidad por diversos políticos de discurso fascista y defendido por un montón de gente que cree estar por encima de otros en la pirámide social (pero no). Parece que va a repartir a los políticos, a la clase poderosa y a los periodistas que les bailan el agua y amplían altavoces, pero en muy poco tiempo pasa a ser una serie de cosas que lo cambian todo, quedando en un pastiche que funciona, pero no del todo.
La siempre apreciada Cécile de France —desde Una casa de locos como mínimo— es aquí una periodista especializada en política que ha sido degradada a hablar sobre fútbol después de hacer preguntas demasiado peliagudas a un accionista de su periódico. Debido a una serie de sucesos sin importancia, a dicho periódico no le queda más remedio que ponerla al frente de la campaña presidencial a la que se presenta el propio Dupontel, un político de derechas o, viendo cómo se ha movido la portería en los últimos años, tal vez de centro-derecha (el mal, en cualquier caso), que oculta algo y no sabemos qué.
Aunque ya en los primeros minutos nos lo dejan entrever con un chat del protagonista con sus socios, el político esconde alguna cosa y la periodista no tardará en empezar una investigación secreta para resolver qué oculta su compañero, ya que ambos estudiaron juntos en un colegio de listos. Y he aquí una de las cosas más interesantes que he encontrado en el discurso de Albert Dupontel y las guionistas Camille Fontaine y Marcia Romano: la tremenda mezcolanza de conceptos positivos o negativos que se muestran como negativos o positivos sin mucha razón más allá de hacer avanzar la trama. Desde agentes del Mossad luchando contra los agentes de Nestlé (y otras empresas que financian a la ultraderecha o forman parte de la secta El Yunque) a personajes que cambian casi por completo de personalidad según se van resolviendo determinados misterios.
Es innegable que La segunda vuelta tiene algunos momentos que parecen suficientemente honestos como para mejorar el conjunto, pero queda una sensación global de que podía haber sido mucho más de lo que es. La ambición inicial queda reducida a un mensaje que sí, da cera a los ricos y a los liberales que ven todo lo que existe como un bien de mercado (y cuanto menos quede más caro será), pero la da de una forma dispersa y con un tono mucho más amable de lo que era de esperar al empezar. Por eso acaba por ser una comedia amable por encima de todo, donde el mayor esfuerzo cómico –o el mejor resuelto– viene a través de un clásico: el de la apología del verdadero enamorado del fútbol. El personaje de Nicolas Marié es, a su afrancesadísima manera (no podía ser de otra manera), quien aligera la trama, cada vez más dramática y seria sin una justificación sólida más allá de un poco de homeopatía narrativa, con apuntes futboleros, fechas de partidos o explicaciones para sus averiguaciones mucho más sostenibles que las que hace la periodista a través de su psicología e inteligencia. Se demuestra así, o al menos lo parece, que a Dupontel no le interesaba tanto desarrollar todo lo que pretendía abarcar como pasárselo bien y ofrecer un buen rato al espectador, además de ir en contra de la opinión del que vale, vale, y el que no, a trabajar en deportes, que se solía decir en radio.
Pero como esto no se podría considerar una crítica como tal si no se dice algo malo, malo de verdad, no me gustaría irme de aquí sin antes decir que prácticamente todo el aspecto visual de La segunda vuelta es horroroso, aunque no lo notas hasta la primera escena en el periódico. Al principio crees que estás viendo un videoclip musical de los 2000 —¿alguien se acuerda de que Defy You de The Offspring quería ser El club de la lucha, de las transiciones en el vídeo Between Angels and Insects de Papa Roach o de los entornos de In The End de Linkin Park?— cuando el CGI se sobreutilizaba porque era novedad y cantaba demasiado, pero no importaba. Pues parece que aquí importa. Es como si estuviera mal iluminado, entre otras cosas, o como si la vista te fallase cada poco.
Pero como tampoco me quiero ir de aquí con un mal sabor de boca, también me gustaría destacar algo que a mí me ha parecido muy guay: la aparición musical del título The Kind Ms. Kum-Ja al inicio y casi al final de la película. La presencia de Jo Yeong-wook —el compositor de la pieza— es capaz de mejorar cualquier película, incluso una tan alejada de Sympathy for Lady Vengeance como La segunda vuelta.