El cineasta Wim Wenders es una de los directores surgidos de la segunda tanda de la nueva ola alemana (también llamado con cierta sorna, la nueva “nueva ola”) allá en los 70. Si bien su trayectoria se mantuvo ascendente y gozó tanto de crítica como de público durante buena parte de su carrera, llevaba la última década totalmente perdido, con proyectos que dejaban mucho que desear o, al menos, que no mostraban el brillo con el que nos encandiló. Sin embargo, su anterior cinta (Pina, 2011, también un documental como la presente) parecía tomar nuevamente parte de sus aciertos de antaño. Y las voces que habían podido disfrutar de esta nueva obra del alemán aseguraban que se mantenía en las mismas buenas vibraciones. Así que había ganas de ver que cocía el bueno de Wim (Paris, Texas es una de mis películas favoritas de todos los tiempos).
La sal de la tierra nos habla más de las fotografías del fotógrafo Sebastião Salgado que de él mismo. O vamos descubriendo quien es ese hombre gracias a sus fotografías, por explicarlo mejor. Así nos sumergimos en su historia desde que era un fotógrafo amateur hasta su madurez como profesional, mezclando el material fotográfico mientras nuestro protagonista nos pone en situación sobre ellas, explicando detalles, el contexto, o revelando el significado (o aventurarándose a ello al menos) de las instantáneas. Las fotografías evocan paisajes armoniosos con otras terribles sobre el poder de destrucción del hombre. Lo cierto es que es este bloque el más interesante y el que se sigue con mayor interés.
Porque aunque estamos ante ese filme que hipnotiza y te dejas llevar por él, lo que prosigue en el documental carece de la garra de este primer segmento, sobre todo esa labor ecologista de nuestro prota, explicada sin mayor aliciente, como si el propio Wenders se dijera “vale, esta parte no mola tanto, pero es ecológica, nadie va a criticar eso”. Hay otros momentos que son irregulares y uno tiene la sensación que Wenders está mucho menos inspirado que en la primera parte. Por suerte algunos momentos y la admiración que con que la cámara se nos muestra a Ribeiro hace que la cosa no vaya a mayores. La sal de la tierra no es para nada un mal documental, de hecho es recomendable, pero fastidia y mucho que el bueno de Wim no remate su trabajo como se merecía.
No obstante, y como decía, es una experiencia grata, donde esa figura del fotógrafo humanista (en parte, también visto en War Photographer, de Christian Frei, sobre la figura de James Nachtwey, aunque enfocado sobre todo en su faceta como reportero de guerra) queda engrandecida tras pudrísele el alma después de tanta muerte y destrucción humana que captura con su cámara y decide dar una vuelta a su carrera profesional retratando la fauna, el ártico y la naturaleza.
En la figura de Ribeiro se observa una dualidad, la destructora y la redentora (incluso en algunas de sus fotografías bélicas), donde lo mejor y lo peor se unen. Por suerte, el humanismo de su protagonista, sin caer en sensiblería barata, si nos permite tener cierta esperanza en las personas y su entorno, a pesar de los horrores que se nos ha enseñado. Porque a nuestro pesar y como siguiere el título de la cinta, la vida en nuestro planeta, el ser humano, es la sal de la tierra.
Resumiendo, un buen documental con diferentes segmentos más brillantes que otros, con partes poco inspiradas pero que no termina de volverse pesado en ningún momento, ayudado por un personaje excepcional.