Imaginen una película de espías donde no hay acción, no hay grandes conspiraciones internacionales, agentes sofisticados ni ‹femme fatales›. Un film donde lo social tanto en su tono como en su estructura formal dominan el relato. En definitiva un film donde sí, el espionaje es fundamental pero se presenta en su acto más puro, en una desnudez parca no ausente de sentimientos y emociones contenidas. Pues bien, este film existe y no es otro que La red fantasma.
Un título que hace justicia (en su original también) a la reducción al espíritu primario del acto. Sí, sus personajes son fantasmas, y no solo por la necesidad de pasar desapercibidos, por así decirlo, sino por su condición de exiliados, de no personas en lugares ajenos. Y es que estamos ante una película de exiliados, no solo en lo estrictamente geográfico sino también en lo espiritual. Personas con una misión, con la venganza como portaestandarte único y, con ello, la renuncia a cualquier atisbo de vida.
No deja de ser paradójico que sus personajes se vean obligados a huir, a sobrevivir por motivos bélicos e ideológicos, razones que demuestran un compromiso con la necesidad de luchar por una vida mejor y que, sin embargo, acaben ofuscados por algo tan primario como una venganza malinterpretada como justicia.
En este sentido asistimos a una exploración cotidiana de vidas absolutamente rotas, de gente fuera de lugar y contexto y de su lucha, más allá de la trama principal, por sobrevivir en el día a día. Cierto es que el aparato formal desplegado no es especialmente original: mucho plano de seguimiento y una cierta distancia de cámara trufado de primeros planos que den empaque emocional. Una suerte de estilo documental que le sienta bien en cuanto a sensación de verosimilitud pero que en algún momento puede por acabar distanciando al espectador en demasía.
No obstante, si la idea era hacer un producto que destacase por su austeridad seca, el objetivo se cumple de sobras. Permitiéndose incluso alguna licencia para momentos tensos que recuerdan a escenas significativas del género. Un ejemplo sería el cara a cara en un restaurante que remite de forma orgánica a un clásico como Heat aumentando incluso el factor tensión a través de unos silencios e indirectas que dicen más de lo que se verbaliza. En este sentido, puede que Jonathan Millet no se postule como un director excesivamente original pero sí lo suficientemente audaz para trasladar su visión apoyándose en referencias pero sin supeditarse ni ser fagocitado por ellas.
Así pues La red fantasma casi se podría calificar como una película que funciona a la contra. Una suerte de producto anti-genérico que puede llevar a confusión de buenas a primeras si uno espera el típico despliegue de acción y ‹glamour›. Sin embargo, vale la pena la inversión a nivel paciencia para descubrir un film que retrata ferozmente la agonía de la pérdida, la tensión de la venganza a consumar y, sobre todo, la tristeza de concluir que fuera de todo ello no queda más que una fantasmagoría disfrazada de una vida que se reduce a la supervivencia.
